La otra mañana de camino a la universidad, Tere, que va poniéndose al día con la prensa en el móvil, me pregunta por el Homo bodoensis. Le digo que es la primera noticia que tengo, lo que me extraña, porque, aunque no recuerdo las cronologías y la presunta filogenia de los distintos linajes considerados humanos, al menos me suelen sonar los nombres. Al parecer, la especie se propuso hace apenas un mes basada en un nuevo estudio de unos fósiles encontrados hace más de cuarenta años adscritos a inicialmente a Homo heidelbergensis (nombre quizás demasiado germánico para unos restos encontrados en África). La noticia de una nueva especie puede sonar como algo inocente para muchas personas. Yo, en cambio, puedo ver los puñales volando…
La Ciencia está lejos de ser homogénea en cuanto a su funcionamiento: en Matemáticas se afirma algo y a continuación se presenta su demostración (correcta) y no hay más que hablar; en Física una determinada teoría predice un fenómeno y pueden pasar décadas hasta que se prepara el experimento que lo corroborará o lo rebatirá; en Química o Biología, se afirma haber identificado cierto mecanismo molecular o celular y si alguien lo discute, los experimentos en los que se basa la afirmación son totalmente reproducibles (o deberían) para cualquier discusión posterior… Sin embargo, en Evolución Humana y Prehistoria lo normal es que después de cada nueva propuesta “vuelen los puñales”. Por citar a un par de casos, un par de cuevas: Altamira y Ardales. Marcelino Sanz de Sautuola murió sin que la “Ciencia oficial” reconociera la autoría paleolítica de los bisontes pintados en la cueva de Santillana del Mar. Las pinturas eran demasiado buenas para que la hubieran hecho unos salvajes. Con la aceptación del arte neandertal pasa lo mismo a día de hoy. La datación de las pinturas abstractas de la cueva de Ardales en Málaga las sitúa indudablemente en el Paleolítico Medio. La investigación liderada por mis apreciados Pepe Ramos y Joao Zilhao ha necesitado de un segundo y exhaustivo análisis para responder las críticas metodólogicas de los colegas que se resisten al cambio de paradigma.
En Ciencia hay que distinguir bien entre las evidencias y la interpretación que se les da. Supongamos que tenemos a nuestra disposición todos los restos fósiles encontrados hasta la fecha adscribibles a antepasados de nuestra especie y ramas afines. Añadamos que cada uno de esos restos tiene un lugar geográfico y una datación suficientemente buena. Ahora hay que proponer una historia en la que encajen todas esas evidencias: migración, evolución, hibridación… El asunto es que todos esos restos en los que nos basamos caben, sin mucho apretar, en una simple furgoneta. Y los estamos repartiendo por tres continentes a lo largo de más de dos millones años. Es más que esperable que el principio de parsimonia y la realidad no tengan relación alguna. La definición de especie para individuos extintos es sumamente complicada, y en caso de homininos mucho más porque no se encuentran individuos completos. Imaginad, tengo un trozo de arco occipital, parte de la mandíbula y medio fémur, aparentemente de un mismo individuo. Como la combinación no se parece a nada de lo encontrado anteriormente, propongo una nueva especie. Y a partir de los parecidos parciales, actualizo el árbol filogenético.
A veces se presenta al científico como alguien sin prejuicios y abierto a la discusión de las ideas, pero lo que ocurre muchas veces es que se aferra al paradigma más que un mormón a su biblia. Durante mucho tiempo se ha asumido que no había presencia humana en Europa (occidental) antes de 600 Ka, lo que cuadraba perfectamente con las dataciones más antiguas del modo Achelense que vino de África con las consideradas primeras migraciones. Las primeras evidencias retrasando la presencia humana en la Península Ibérica hasta 1 Ma o más encontraron un duro rechazo por parte de antropólogos franceses que llevaron Josep Gibert al descrédito. Cierto es que el paleontólogo catalán puso todo su empeño en la humanidad de la galleta de Orce, cuando las lascas aparecidas en estratos de cronología similar y de indudable factura humana hubieran avalado mucho mejor la antigüedad de la presencia de Homo en Europa. Recomiendo la lectura de “El hombre de Orce” escrito por el propio Gibert para conocer los detalles de su linchamiento científico. Sin embargo, el yacimiento georgiano de Dmanisi, con una antigüedad cercana a 2 Ma no ha tenido los mismos problemas para ser aceptado entre los feroces antropólogos. Seguramente, la presencia de varios cráneos completos, que el yacimiento estuviera sellado por una losa de basalto producto de una erupción posterior y que la datación de la roca volcánica pueda hacerse de manera precisa por isótopos elimina cualquier sombra de duda.
Asumida que la antigüedad de las primeras presencias humanas en Iberia se remonta a más de 1 Ma (son varios yacimientos desde Granada a Burgos) siguen quedando algunos interrogantes, por no decir misterios, sin resolver. En Prehistoria, al igual que en la actualidad, se asume que cuando aparece una innovación tecnológica ya no se abandona hasta que llega otra mejor. El bifaz (llamar hacha de mano a la navaja suiza de la prehistoria me produce sarpullidos), la pieza más representativa del modo Achelense, es indudablemente superior como instrumento polivalente a los cantos tallados del Modo 1. También se asume que ciertos diseños en la industria lítica no aparecen por azar: es más plausible que la técnica de elaboración de los bifaces encontrados en Europa haya llegado de África con las migraciones humanas, que no que haya sido descubierta de manera independiente. Aquí empiezan los problemas. Los bifaces más antiguos en África se datan en más de 2 Ma. El grupo de Dmanisi llevaba bifaces, lo que es perfectamente coherente con la doctrina de la propagación de la tecnología. Sin embargo, las dataciones de bifaces en España no se había ni acercado a 1 Ma. Siempre bromeo diciendo que los primeros humanos que llegaron a Iberia debían ser los más torpes entre los que migraron de África: los demás sabían hacer bifaces y aquí sólo partir cantos rodados. Hace unos años se publicó una datación del bifaz de Cueva Negra de Caravaca remontándolo a 900 Ka. Lamentablemente, quien conozca el relleno de barro endurecido (tormo, en murciano) de Cueva Negra nunca podrá considerar fiable dicha antigüedad. Más aún, si se añade que, salvo la pieza en dolomía, el resto de la industria es típicamente Musteriense.
Por fortuna, la antigüedad de los bifaces ibéricos ahora ronda, si no supera, 1 Ma, gracias a un yacimiento en la provincia de Tarragona. En el Barranco de La Boella un equipo codirigido por mi querido Pep Vallverdú ha encontrado numerosos bifaces asociados asociados a restos de mamut, en lo que parece que fue una buena comilona de los primos de nuestros antepasados. Es bastante improbable que los homínidos de La Boella acompañaran al mamut con vino del Priorat, al menos, mientras la Arqueología no pruebe lo contrario. Yo que sí puedo, brindo hoy por el descubrimiento de los bifaces perdidos, que no por los puñales volando. Salut Pep!
Editado 17/12/2021. Admito que me he referido como bifaces a algunas piezas de Dmanisi basándome en unas pocas fotos. Los investigadores las adscriben al Modo 1, pero después de ver el artículo creo que, de haber usado los homínidos un material de más calidad, habrían producido un tosco bifaz. Como dicen por estas tierras «ni pa’ ti ni pa’ mí», lo dejamos en Modo 1,5 😉
La lucha entre splitters y lumpers sigue entre los sapiens arcaicos, los heidelbergensis y ahora con el de Bodo, ¿o será «bobo» por parte de la ciencia humana?