Bautismo viajero

Nunca hubo afición a viajar en mi familia, es decir, el viaje por mero placer. Sólo se viajaba por motivos familiares, si los había, o laborales. Quizás fuera esto último lo que les hacía ver los viajes como algo molesto. La lista de localidades donde mi familia ha vivido desde que estoy en el mundo da idea de ello: Cartagena, l’Ampolla, Archena, Madrid, El Cañarico y vuelta a Archena. Apenas tengo recuerdos de mis clases de párvulos en Cataluña…. A Madrid llegamos mi madre y yo en el camión Barreiros que llevaba los muebles familiares (mi padre lo había hecho antes en el SEAT 850), como en una vieja película de Berlanga. De los muchos recuerdos que guardo de aquella Archena hablaremos cuando sucumba a la nostalgia… Pero hoy me ocuparé del momento que comencé a viajar al extranjero y, sobre todo, a viajar por mi cuenta, lo que podría llamar mi bautismo viajero.

Una par de páginas de mi primer pasaporte.

La fecha se sitúa en 1994, si bien los viajes que más me marcaron se extienden hasta 1996. Así que puede decirse que este post celebra un pequeño aniversario personal. En estos 30 años he visitado alrededor de 40 países. Sin embargo, con 22 años de edad apenas había salido de España. En efecto, la única excepción fue un rápido paso por Andorra en 8º de EGB, en el que los maestros acompañantes nos endosaron una buena cantidad de botellas de whisky, cartones de tabaco, cintas VHS y cajas de munición (un ítem de cada por alumno). Y no se presentaría de nuevo la oportunidad de salir al extranjero hasta el viaje fin de carrera (mal llamado «de estudios») que fue a Estambul. Después de aquello y con vista a seguir con el doctorado, las peticiones de becas y ayudas para estancias se materializaron en tres experiencias más: Paraguay (Asunción), Reino Unido (Londres) y Perú (Piura), los dos últimos en 1995. El ciclo bautismal se cierra el verano de 1996 con el Interrail por Europa.

No siempre se podía hacer fotos, así que compraba postales… Ocho fotos y un mapa ¿qué más se puede pedir?

Turquía

Un viaje contratado a través de agencia no parece la mejor manera de comenzar un curriculum de viajero independiente, pero de alguna manera tenía que romper el maleficio (no haber participado en programas de intercambio ni tener viaje de estudios en bachillerato). No recuerdo como se acordó el destino entre mis compañeros de 5º curso de licenciatura, pero me pareció estupendo. Es posible que los frecuentes atentados terroristas en Estambul contribuyeran en algo a la economía del viaje, además de volar con la desaparecida compañía búlgara Balkan y su flota de obsoletos aviones soviéticos. Al comienzo se planteó la posibilidad de planificar la semana con las actividades a realizar conjuntamente. Tras el primer día, un amigo y yo nos escindimos del resto del grupo, desanimados por el escaso espíritu de aventura de los demás (por ejemplo, tras un primer encuentro con la cocina turca, los otros decidieron comer a partir de entonces en una famosa cadena de hamburgueserías).

Postal con una imagen típica de Estambul: Santa Sofía.

Mi amigo y yo nos planteamos la posibilidad de adentrarnos en la parte asiática de Turquía, lo que fuese razonable para ir y volver en la misma día. El lugar elegido fue la ciudad de Bursa, a unos 150 kilómetros. Esta fue la primera vez que puse en práctica en el extranjero el Blitzreise (así en alemán, que queda mejor). El simple hecho de ver como funciona el transporte público allí, por ejemplo, el autobús no sale a la hora prevista sino cuando se llena, fue muy instructivo. Al llegar a Bursa nos encontramos una situación muy diferente a la de Estambul: nadie hablaba otra lengua que no fuera el turco. Tras un buen rato preguntado, conocimos a dos estudiantes con los que pudimos comunicarnos en inglés y nos acompañaron durante toda la jornada en Bursa.

Los estudiantes de Bursa que nos acompañaron en aquel escarceo por Asia Menor… buscando información para este post he encontrado las señas de uno de ellos.
El Mausoleo Verde de Bursa, uno de los lugares a los que nos llevaron de visita.

Después del feliz regreso de Bursa, ya estaba totalmente animado a visitar cualquier lugar que estuviese razonablemente al alcance del trasporte público, como los barrios menos turísticos de Estambul. Compré un pequeño diccionario Turco–Español con el que esperaba abrirme camino por terreno inhóspito. Uno de los días llegué hasta un lugar de la costa del Mar Negro que, aunque oscuro, su color es otro 🙂 Desde entonces, llegar hasta el mar en cualquier viaje (siempre que sea posible, claro) se ha convertido en una obligada ceremonia para mí.

El resto de los días por Estambul también fue interesante…
El Mar Negro, desde un punto al norte del Bósforo donde llegué en autobús. Años después me bañé en sus aguas en una playa de Burgas.
El avión que cubría el trayecto Sofia — Estambul. Mi cinturón de seguridad no tenía hebilla, así que hice un nudo.
Mi primer billete extranjero… realmente no éste, pero igual. El que seleccioné en Estambul, prácticamente nuevo, para traer a España fue sustraído en el registro aduanero no-presencial. Con ese dinero en 1994 apenas se podía comprar una barra de pan…

Paraguay

Faltando pocos meses para terminar la licenciatura comencé a buscar opciones que me permitieran continuar (principalmente las llamadas becas F.P.I. o F.P.U.), pero se presentó una oportunidad única. Por primera vez se convocaban las becas Intercampus/E.AL que permitirían a estudiantes de último curso y doctorado españoles visitar universidades de América Latina, y viceversa. Sin dudarlo eché los papeles y me concedieron una estancia de un mes en la Universidad Nacional de Asunción en Paraguay, que tuvo lugar entre agosto y septiembre de 1994. Viaje con escalas San Javier — Madrid — Buenos Aires — Asunción. Durante ese tiempo me alojé en la casa de un emigrante aragonés, que después de décadas en América no había perdido su acento maño, y cuyo hijo era profesor en la facultad a la que me habían asignado.

Vista de la selva paraguaya, en aquel tiempo. Según he comprobado en Google Maps es posible que lo que se ve en la foto haya sido urbanizado.
Visita a Cerro Koí, donde se produce disyunción columnar en areniscas.
Detalle de un fragmento de arenisca con forma de prisma hexagonal.

Lo que más me impresionó nada más llegar a Paraguay fue la vegetación tropical, esa fuerza que tiene la vida para abrirse camino… plantas creciendo sobre los cables del tendido eléctrico (clavel de aire), por ejemplo. De Asunción recuerdo su trazado perfectamente euclídeo típico de las ciudades indianas, y que todo se paralizaba cuando pasaba el tren a vapor que cubría el trayecto Asunción–Encarnación (y vuelta) una vez por semana, el primer ferrocarril de pasajeros que funcionó en Sudamérica (y sin demasiada renovación al parecer). Por supuesto, algo hice también en la universidad: mis lecciones de Geometría Analítica permitieron, por ejemplo, que uno de los profesores se ausentara para colaborar en un proyecto de campesinos sin tierra. Acabada la docencia diaria, mi anfitrión me llevaba a conocer la noche de Asunción… y luego estaban los fines de semana.

El tren cruzando Asunción, cuando todavía funcionaba (foto de Juha Tamminen).

Si ya he llegado hasta aquí, por qué no un poco más lejos… Compré un billete de avión a Santiago de Chile y a las pocas horas estaba volando sin plan alguno. La camiseta de mi promoción, con una llamativa fórmula matemática, me permitió conocer a dos personas que me ayudaron al llegar. Al día siguiente el conservador del museo de minerales de la Universidad de Chile me invitaba a levantar un meteorito de buen tamaño, y al otro contemplaba por primera vez el Pacífico desde Valparaiso. Decidí regresar a Asunción en autobús para ver más paisaje, haciendo escala en Mendoza y parando unos días en Buenos Aires… lo que pude hasta que me dijeron que debía volver inmediatamente por algún asunto de la embajada. En mi ingenuidad pensé que Felipe González, en su visita a Paraguay, recibiría a los estudiantes de la primera edición de Intercampus. Según recuerdo, sí que recibió a los de la Ruta Quetzal… lo de la embajada era por otra cosa 😕

Vista del Océano Pacífico desde Valparaiso.
Ascensión de Los Andes en autobús, parte chilena.
Parada para trámites aduaneros en el Paso de los Libertadores, muy cerca del Aconcagua.
La aridez de Los Andes argentinos, en la bajada hacia Mendoza.

El fin de semana siguiente volví a viajar. Esta vez en colectivo hacia Ciudad del Este, donde crucé la frontera con Brasil para visitar las Cataratas de Iguazú. Ciertamente, las cataratas son impresionantes, pero su entorno inundado de vida no le anda a la zaga. Después visité el estado argentino de Misiones, y alguna de las ruinas sobre suelo rojo que le dan nombre mientras en mi mente sonaba Ennio Morricone. Ya en Corrientes, creo recordar, desperté en el hotel con un señor roncando en la cama de al lado: no se preocupe, es empleado nuestro — me dijo la recepcionista como aclaración. La inmensidad del Paraná, entre Corrientes y Resistencia es uno de mis últimos recuerdos antes de regresar a Asunción y poco después a España.

Postal de Iguazú. La mayor cantidad de agua cae por la parte argentina, así que las vistas típicas son desde la parte brasileña.
Foto realizada por unas turistas japonesas que me enviaron unas semanas después a España.
Éste soy yo hace 30 años.
Puente sobre el Paraná uniendo las ciudades de Resistencia y Corrientes.

Reino Unido

Me concedieron una de las ayudas que pedí en 1994 para poder realizar estudios en el University College London, aunque el dinero apenas podía cubrir dos meses de estancia. Al menos, serviría para mejorar mi inglés, así que mayo y junio de 1995 los pasé allí, alojado en la residencia de estudiantes International Hall. Nada más llegar, me llamó la atención la cantidad de gente que había en los parques tirados en el césped tomando el sol como lagartos. A los pocos días lo comprendí: llegó la lluvia y ya no dejaría de llover hasta finales de junio, poco antes de mi regreso a España. Durante esos primeros y soleados días andaba muy desinhibido y me lanzaba a hablar con cualquiera por la calle, lo que se materializó en un par de citas. Con la lluvia y la llegada de mi colega Luis Oncina a la semana siguiente me relajé un poco y traté de centrarme en las matemáticas.

Típica postal de Londres.
Otra de las imágenes icónicas de Londres.
Uno de los pocos documentos oficiales que necesitaba para moverme por UCL.

A título anecdótico, mi tutor, John Jayne, me encargó estudiar un artículo considerablemente largo de Jean Saint-Raymond. En aquellos dos meses no pude sacarle partido, pero casi diez años después fue la clave de uno de los trabajos que tengo en más estima (en caso de curiosidad, éste es el artículo). Pasé bastante tiempo paseando por Londres, visitando museos y librerías, sobre todo. Una de las historias más simpáticas es cuando me presenté en el Natural History Museum (nada que ver con el estropicio que hay ahora) diciendo que quería hacer una donación de minerales en nombre de… España. Bajó el curator de mineralogía a hablar conmigo, a resultas de lo cual terminé visitando el museo gratis 🙂 Finalmente, también disfruté frente Buckingham Palace de uno de los aniversarios más emotivos: los 50 años de la victoria en Europa (VE Day), con los aviones de la contienda volviendo a volar sobre Londres.

Entre esa muchedumbre estoy, más perdido que Wally.

Conservo experiencias curiosas de ese par de meses en Londres que suelo reservar para los amigos y, quizás, para otro post… Naturalmente, intenté visitar otros lugares de Gran Bretaña, pero las circunstancias sólo me permitieron hacer un par de viajes turísticos en autobús, primero a Oxford y luego a Edimburgo, del que guardo muy buen recuerdo. Por eso, para ver algo de paisaje decidí regresar a España en autobús, lo que incluía ferry a través del Canal de la Mancha (aún no habían hecho el túnel submarino). Algo más de treinta horas, incluyendo un cambio de coche en Sants, con las que considero más que satisfecho mi bautismo autobusero.

La única postal de Edimburgo que tenía a mano.
Uno de los pocos lujos que me permití viviendo en Londres.

Y después…

Al poco de volver de Londres me fui dos meses a Perú (de nuevo en el marco del programa Intercampus/E.AL), de lo que he contado una pequeña parte en El año que vivimos peligrosamente. Después, en verano de 1996 hice el Interrail por Europa y en otoño de ese mismo año me fui a vivir a Francia, cerrando así mi bautismo viajero. Durante un tiempo llegué a pensar que dar tumbos por el mundo sería mi forma de vida, pero en el curso 1997/98 me incorporé como profesor en la Universidad de Murcia. Al menos, mi trabajo me permite visitar sitios relativamente lejanos, aunque durante breves periodos.

Para acabar, quisiera añadir una confesión. Este post tiene algo de espina que tenía que sacarme. Cuando estaba gestando la idea de este blog pensaba que podría en él contar mis viajes «de juventud» o, por lo menos, la parte más interesante o divertida. Sin embargo, esos primeros viajes no están tan bien «documentados» como los que hago ahora. Las escasas fotos que conservo amarillean y parecen remitir a un pasado lejano, como si fueran las vivencias de otro… Será que el formato digital es incompatible con la experiencia analógica.

No tengo los Chorros del Río Mundo entre los temas de mis próximos posts, así que en algún sitio tenía que poner esta foto 🙂