Hay un hecho relevante, casi como un as en la manga, que nunca había mencionado antes en este blog dedicado, sin pudor alguno, al autobombo: tengo una calle dedicada en El Cañarico. Esto es algo que ni siquiera mi querido amigo Ignacio Martín Lerma, murciano del año 2022, ha conseguido todavía. Sin embargo, tal calle no es mérito mío y su onomástica la tengo compartida con algunos primos hermanos. La explicación, unos cuantos párrafos más abajo.
La madre
A Mazarrón, pueblo de mi padre y de Tere 😉 , le he dedicado varios posts en relación con sus minerales y pasado minero. Pero cuando uno que ha nacido en ruta tiene que ser de algún sitio, lo propio es serlo de donde sea su madre. Porque la madre es la tierra y es en ella donde se echan las raíces. Los gitanos lo saben desde siempre y por eso heredan su condición por vía materna. La Ciencia ha llegado a la misma conclusión en tiempos bastante más recientes y lo llama ADN mitocondrial.
No es sólo una cuestión de sangre o genes. Hay también una tradición y cultura antiquísimas que viaja(ba)n por la vía matriarcal de generación en generación. Por ejemplo, la devoción a la Virgen María, tan arraigada en las mujeres de esta tierra, así como en el resto del Mediterráneo cristiano, no viene de ningún concilio eclesiástico, sino de la Astarté fenicia o la Isis egipcia. Estas deidades representaban la fertilidad y la vida, y su culto fue asimilado por la Iglesia Cristiana, ese estómago de camello que llamaba Sánchez Dragó, para arraigar en el Mediterráneo, dónde, por cierto, nunca prendió la llama del Protestantismo por devaluar a la madre de Jesús.
Por todo esto, yo siempre digo que soy del Cañarico, donde nació mi madre y buena parte de mis antepasados. Porque me vincula al ancestral mundo mediterráneo, y un escalofrío me recorre la espalda cuando, sentado en los restos de un poblado argárico, pongo mis manos en la tierra y cierro los ojos. Por coherencia, he mantenido El Cañarico como lugar de empadronamiento durante más de treinta años, hasta que las medidas anti-covid imposibilitaron la ubicuidad residencial.
Un poco de geografía e historia
El Cañarico es una pedanía de Alhama de Murcia, ubicada entre el río Guadalentín y la umbría de la sierra de Carrascoy. Esto lo tiene en común con La Costera, aparte de estar ambas poblaciones situadas sobre la antigua carretera de Murcia a Mazarrón. El Cañarico es también la pedanía más distante del núcleo urbano de Alhama, de manera que sus habitantes encuentran mucho más cómodo acercarse a Sangonera la Verde o a Librilla para las compras básicas.
Consta El Cañarico de dos aglomeraciones de población, aparte de varias casas diseminadas. Las Ventas, o Cañarico propiamente dicho para muchos, es más antigua, como queda patente al llamarse el otro núcleo Pueblo Nuevo. La distinción entre ambos lugares era particularmente clara para la empresa de autobuses adjudicataria de la línea Murcia-Mazarrón que cambiaba de tarifa en los menos de 500 metros que separan ambos lugares.
Existen evidencias de ocupación persistente del territorio durante los últimos 5000 años, pero el resto arqueológico más famoso del Cañarico es el tesorillo de monedas de oro y plata medievales del Cabezo de la Pita, que se puede contemplar el Museo Arqueológico de Murcia… bueno, dicen las leyendas que lo que hay en el museo es una mínima parte del tesoro original y que el oro de la Pita contribuyó a suavizar las economías de algunas familias.
Ahora la explicación de “mi calle”… El Pueblo Nuevo se levanta sobre unos terrenos cedidos por mi abuelo Matías. En aquel tiempo el nombre del padre era el apellido popular, así que toda la descendencia de mi abuelo eran “los Matías” y el nombre se repetía dos generaciones después. Siguiendo la normativa no escrita, los nombres de los dos primeros varones honraban a los abuelos paterno y materno respectivamente. Así que hemos llegado a ser hasta cinco primos “Matías” en total los que nos repartimos la calle.
Macondo
Las mujeres eran las depositarias del conocimiento del mal de ojo y del aliacán, su diagnóstico (con ayuda de un candil y un tazón) y su curación (con una plegaria que sólo se podía transmitir en Viernes Santo). El mal de ojo podía ocasionarlo cualquier persona sin querer, pero había algunas que estaban permanentemente maldecidas con ese poder. Tal era su fama, que se evitaba pasar cerca de su casa, con niños o animales, mucho más sensibles a la “dolencia” que los adultos. Por otra parte, cualquiera que se acreditara que había llorado en el vientre de su madre antes de nacer podía dedicarse a curandero, si así lo deseaba.
Aparte de las enfermedades señaladas antes, las mujeres conocían remedios para cualquier cosa. Me cuentan que mi abuela Carmen era muy consultada y que una vez le llevaron un niño con una tos persistente. El remedio que indicó consistía en freír escarabajos (folloneros, para más detalle) y dar cucharadas de ese aceite. El señor en el que se convirtió ese niño me cuenta que el brebaje funcionó. Alguna vez, si no quedaba otra solución, se consultaba al médico. Una de mis chachas estaba tan enferma de niña que le tenían ya preparada la mortaja. El médico le prescribió aceite de ricino y se curó. Mi chacha Carmen hizo la primera comunión vestida con su mortaja. Murió con 96 años y una salud extraordinaria hasta el final de su vida.
Mi madre es la única que todavía sobrevive de sus siete hermanos que llegaron a edad adulta. Mis dos chachas mayores habían estado siempre muy unidas. Una de ellas, a raíz de un accidente doméstico, perdió el habla y la movilidad, quedando en un estado casi vegetal durante bastantes años. Una mañana, mi otra chacha le pidió a su hijo que la llevara a ver a su hermana: ésta le había dicho en sueños que iba a morir y quería despedirse. Así que la visitó y se despidió de ella. A los pocos días acabó el sufrimiento de su hermana.
Así que el realismo mágico no es algo que me resulte extraño: Macondo podría estar perfectamente de esta parte del Atlántico.
Mis años en El Cañarico
La escuela del Cañarico proporcionaba en una sola aula todos los cursos hasta 5º de EGB. A partir de 6º, que era mi caso cuando nos mudamos, había que ir a Alhama. Un autobús escolar nos recogía por las mañanas y nos devolvía por las tardes. La espera podía ser relativamente larga, así que durante las mañanas frías esperábamos junto a una hoguera de una o dos garbas de limonero que se amontonaban cerca de la parada. Mis compañeros, chicos en su mayoría tenían motes: la yema, la mencha, el cheif, la porre, Pepe el rubio… no había ningún obstáculo en que al alias tuviera género femenino, pero las chicas no solían tener motes. Yo también tuve un mote, pero con menos solera, apenas me llamaban por él.
Vivir en una casa aislada lejos del caserío no ayudaba a que pasara mucho más tiempo en compañía de mis coetáneos fuera del horario escolar. Pero recuerdo muchas de aquellas reuniones sentados en la marquesina, o sobre su moto el que la tuviera, y los temas de conversación y las preocupaciones de mis amigos. La televisión no había interferido todavía en la vida social. Cuando se pasaba el frío eran frecuentes las tertulias nocturnas en la calle, pero durante todo el año los hombres se reunían en el bar de El León a jugar al dominó. El bar también era tienda y entre los escasos productos que ofrecía estaba el almendracao, cuyo sabor irrepetible echo de menos.
A pesar de estos recuerdos sociales, la mayor parte del tiempo libre que no estaba en la escuela lo pasaba observando a los bichos, buscando piedras y leyendo los libros que había por casa. Sobre esto último, creo que la mayor parte de lo que es ahora “mi cultura” son vestigios de aquellas lecturas. Así pasé cinco años hasta que mis padres se mudaron a Archena, aunque seguimos habitando en El Cañarico por temporadas durante unos años más. Hoy está tan cambiado que cada vez que vuelvo por allí se distorsionan mis recuerdos.
A modo de epílogo
En mi infancia el cultivo mayoritario que había por El Cañarico y sus alrededores era el almendro, especie adaptada al clima y la escasez de agua. Para alguna otra cosa que requiriera algo más de riego estaban los pozos. La tendencia fue cambiar almendros por cítricos, cosa que todavía sigue, a pesar de la aparente saturación del mercado, con roturación de nuevos terrenos. Los lugares donde buscaba patatas de monte (criadillas o turmas, la más humilde de las trufas) con mi madre han desaparecido removidos por bulldozers.
La sobreexplotación de los acuíferos ha bajado el nivel freático, robando la humedad natural del suelo y provocando la muerte de multitud de árboles. Nadie puede ser tan estúpido para pensar que los árboles silvestres sólo reciben agua los escasos días de lluvia ¿no? Recuerdo particularmente las moreras y olmos que crecían cerca de la casa de mis abuelos, donde iba a coger hojas para mis gusanos de seda y me gustaba deslizarme por la hiedra que cubría un talud entre los árboles. Por supuesto, no queda ya nada de eso, y aunque esto es mera anécdota, lo pongo como ejemplo de una de tantas cosas que frecuentemente se achacan al cambio climático para alivio de culpables e inacción de responsables.
Este post está dedicado a mi madre
¡Feliz 2023!
Adenda 5/01/2023
El post «El Cañarico» ha tenido más de 150 entradas en las 72 horas siguientes a su publicación. Sé que estos números son ridículos comparados con los que manejan los influencers, pero teniendo en cuenta la población de El Cañarico se puede decir que ha sido un éxito rotundo y estoy encantado por la extraordinaria acogida ¡Muchísimas gracias!
Pero esto también me incita a la reflexión. Seguramente el mérito del post, si es que tiene alguno, ha sido recuperar una ínfima parte de la memoria de nuestras gentes y de nuestro pueblo, que está condenada a perderse si no se escribe. Antes, sentados en la puerta de la casa las noches de verano, o dentro de ella junto a la lumbre las noches frías de invierno, nuestros mayores contaban historias, cuentos y leyendas. Eso ya no es así porque la vida ha cambiado, y todo el patrimonio oral se va perdiendo a la vez que nuestros mayores nos dejan.
Creo que debería hacerse un esfuerzo por salvar la memoria oral, no sólo del Cañarico, sino también de La Costera y Las Cañadas (Los Muñoces, La Molata, Casas del Aljibe) y quizás de otros sitios de Alhama que no conozco tanto. Yo, por mi parte, en un futuro post escribiré un poco más sobre las costumbres: día de la Candelaria, como me pide mi primo Tomás; fiestas de San Antonio y de la Ermita de Belén; la desaparecida Villa Jorquera; y algún recuerdo más de mi madre… Cierto que podría contar más vivencias mías, como también me recuerda mi primo, pero lo haré sólo en la medida que sirva para ilustrar lo anterior.