Para el post de hoy he querido reunir unas cuantas anécdotas sobre los sitios remotos (desde mi punto de vista) de la geografía española donde he llegado buscando minerales. Después de más de un millón de kilómetros entre varios coches, mi memoria retiene muchos lugares, bien sea por la presencia de un determinado mineral, o bien por ser un lugar donde he parado a comer o dormir. Así que cuando me presentan a alguien de fuera de Murcia, inmediatamente le pregunto por su pueblo y con bastante acierto le hablo de alguna mina cercana a su casa, que no conoce, o de alguna especialidad culinaria de su tierra. En estos años he disfrutado visitando muchos sitios que ahora forman parte de lo que se llama la «España vaciada», donde la gente mira con extrañeza y curiosidad a un forastero. Porque donde te lleven las piedras, difícilmente te llevará una guía turística.
Este post tiene un poco de «batallitas del abuelo», porque parte del encanto de llegar a un sitio remoto tiene que ver con la preparación del viaje con ayuda de mapas. Antes del advenimiento de internet y el GPS, seleccionaba sitios con «el Mirete» (Introducción a los Minerales de España, de Emilio Galán y Salvador Mirete) ya mencionado en alguna otra entrada. Después, con un buen mapa de carreteras localizaba las poblaciones y trazaba la ruta. Una vez llegado el momento podía tener suerte o no, pero al cabo de los años mi vitrina ha reunido muchos nombres de lugares remotos: Palazuelo de las Cuevas (variscita), Puebla de Lillo (pirita), Ojén (cromita), La Fregeneda (casiterita), Áliva (blenda), San Pedro de Rozados (cuarzo), Almuradiel (estibina), Cervera del Río Alhama (cuarzo)…
Mi primera vez en Cantabria
Antes de tener coche aprovechaba cualquier oportunidad que me acercara a los minerales. El primer viaje que hice con mis amigos de Biología (ver Montemáticas) consistió en una semana en Cantabria, con sede en Cabezón de la Sal. Dos objetivos me había marcado: blenda acaramelada en Picos de Europa y minas de Reocín. El primero no era posible por estar todo cubierto de nieve, así que uno de los días dejé a mis compañeros y me fui en autobús a Reocín, previo paso por Torrelavega. La mina estaba en plena explotación, así que llegué hasta la recepción de las oficinas para pedir permiso.
Me presenté como estudiante de la Universidad de Murcia que debía recoger unas muestras con interés científico, omitiendo el detalle irrelevante de que, realmente, lo que estudiaba eran Matemáticas. Como no podían darme permiso para acceder a las explotaciones, me sacaron unas cuantas piezas que tenían por allí, algunas con calidad de museo. Una de las que me traje era una marcasita espectacular que perdí por la alteración del sulfuro tras unos años de infructuosos intentos por detener la reacción. La pieza más grande que todavía conservo consiste en una masa de sulfuro polimetálico (blenda y galena mayormente) de varios kilos cubierta de cristales escalenoédricos de calcita, por todas partes, menos una que está cubierta de dolomita.
A pesar de todo, yo quería coger minerales directamente de la mina, que era una gran corta a cielo abierto. Me las arreglé para colarme y esquivar la parte por donde circulaban los dumpers. Hacia las 2 de la tarde cesó la actividad, hecho que atribuí a la parada para la comida, con lo que seguí buscando minerales con algo más de tranquilidad. Craso error. Habían parado la actividad para hacer unas voladuras, que afortunadamente fueron en el otro extremo de la corta. Tras el susto inicial, el resto fue un espectáculo impresionante, que mucho tiempo después volví a ver en Puertollano. De la mina obtuve una pieza de pirita botroidal, que al final «murió» de lo mismo que la marcasita tras disfrutarla unos cuantos años en mi pequeña vitrina.
Minglanilla de los aragonitos
La la foto de la portada (de la sobrecubierta) del libro Minerales de España mencionado más arriba es de un aragonito de Minglanilla. Si bien el aragonito, como mineral, fue citado por primera vez en Molina de Aragón (Guadalajara, though) y de ahí su nombre, es en la localidad conquense de Minglanilla donde se encuentran los prismas pseudohexagonales más famosos de la mineralogía. El aragonito se encuentra con tal variación de proporciones, color y agregados que es imposible aburrirse en los barrancos de Minglanilla aunque no se sea aficionado a los minerales.
La primera vez que fui a Minglanilla comencé buscando en el sitio incorrecto. Tras un rato infructuoso fui a tomar café al pueblo, donde me dieron informaciones más precisas. A pesar de eso, no es fácil moverse por terreno que si no es casi vertical, está cubierto de matorral espeso. Tratando de abrirme paso por un barranco, observo un grupo de perros salvajes que pasan a través de la maleza sin problema. Pensando que yo también podría hacerlo, me decido a seguirlos. El supuesto paso era entre zarzas, y tratando de salvar un obstáculo en el suelo di un pequeño salto y… ¡dolor! Creo que quedé suspendido en el aire, enganchado en cientos de espinas, muchas de ellas en mi piel. La escena hubiera sido propia de Hellraiser de no ser porque pasó a plena luz del día. Después de liberarme y esquivar las zarzas comencé a recoger los primeros aragonitos.
Un par de anécdotas ocurridas en visitas posteriores. Tras dos noches durmiendo en el Clío, a mi pesar mientras cruzaba la península, la necesidad de higiene me impulsó a ducharme en los barrancos de Minglanilla con una botella de litro y medio de Font Vella. La piel queda muy suave, pero para beber prefiero otras marcas. Siguiendo con el agua, un día de verano, después de haber gastado toda la provisión, caminaba pesadamente hacia el coche con ayuda de un palo y la camiseta a modo de turbante. Entonces vi una extraña aparición que pensé que era un efecto de la insolación: subía por el camino un tractor que arrastraba un remolque lleno de gente hablando y riendo. Al llegar a mi altura me invitaron a subir y así hice, por si no fuera una alucinación. Resultó ser el medio de transporte que el ayuntamiento de Minglanilla puso a disposición de sus vecinos para disfrute de las piscinas de salmuera en el fondo del barranco.
Salamanca taurina
Me encanta la ciudad de Salamanca, por lo que suelo pernoctar allí cuando visito algunos de los lugares de interés mineralógico que se encuentran hacia el oeste, es decir, hacia Portugal. Acostumbrado al paisaje bético, me cuesta asumir que en lugares llanos haya minas: de repente un castillete junto al pueblo o un socavón encharcado en los granitos, que la gente incívica ha convertido en basurero y muladar. Por ejemplo, de Barruecopardo tengo un poco de arsenopirita masiva y un recuerdo de cadáveres de reses con enormes cuernos en distintos grados de descomposición alrededor de las minas. Pero no todo es llano. Cerca de Portugal la orografía se vuelve algo más complicada, y en la red de barrancos que van a parar al Duero sólo se puede sintonizar Antena Dois.
Muchas de mis incursiones en la provincia de Salamanca han sido infructuosas, o casi. Hablemos de esmeraldas… Siguiendo unas indicaciones cuyo origen no recuerdo, había una cantera donde han aparecido unos berilos con un buen color verde. Dejo el coche y comienzo a caminar por un camino que suponía el correcto para ir a la cantera porque en la gravilla del suelo habían pequeños trozos de berilo. Tuve que pasar un par de cancelas, siempre pendiente del suelo por si aparecía algún trozo mayor. En un momento dado levanto la vista del suelo y me veo rodeado por algunos toros bravos. Los animales me miran con atención y alguno se acerca con curiosidad. Sin hacer movimientos bruscos, comienzo a dar pasos para atrás. Cuando llego a la cancela respiro con alivio y entiendo que el berilo que he recogido en el camino será todo el que me lleve a Murcia.
Sangüesa‘s red room
Después de coger piritas en Navajún y explorar un poco otros lugares de La Rioja, mi colega y yo nos encaminamos hacia los Pirineos. Se hacía tarde y las posibilidades de poder dormir en un sitio razonable se iban desvaneciendo. Tras varios intentos fallidos terminamos preguntando en Sangüesa. La primera recomendación que nos dieron sabíamos que no era viable porque ya habíamos pasado por el lugar, un hotel cerrado. La otra información consistía en preguntar en cierto «bar» donde podían tener alojamiento. En efecto, en la azotea del edificio había añadido unas habitaciones de madera para «uso eventual» que estaban libres. “¿Cuál se quedan?” – preguntó el dueño del local. “La que tiene pestillo” – respondí yo tras haber comprobado las puertas. Así es como llegamos a la habitación roja.
Después de volver con el equipaje necesario del coche, busqué en una pila de revistas del bar un poco de lectura para antes de dormir. No fue fácil. Casi todas eran del tipo que no necesita texto. Mi colega se trajo el saco del dormir. Yo no lo hice y terminó siendo un error. Al poco de cubrirme con la colcha, su olor rancio se hizo insoportable. En un arrebato tiré de ella, la hice un ovillo y la arrojé al otro lado de la habitación. Dormí mucho mejor sin ella. A la mañana siguiente fui consciente de un problema: la habitación no tenía baño y para ello había que bajar una planta, pero en ningún sitio había toallas. Desde la ventana, veo unas toallas colgadas en el tendedero de la terraza, por lo que supuse que estaban limpias. Salí por la ventana, cogí una de ellas y me fui al baño. Tras la ducha, repetí la operación para volver a colgar la toalla en su sitio, como si nunca hubiera pasado nada…
Xàtiva, Keuper y cruising
Cada vez que pasaba con el coche por la cuesta en la autovía A-7 cerca de Xàtiva, yendo a, o volviendo de, Valencia, el corte en materiales del Keuper me daba muy «buenas vibraciones». Un día de verano que tenía algo más de tiempo, cambié la autovía por un tramo obsoleto de la antigua carretera nacional. En un una recta desde la que podría acceder a los terrenos, los pinos proyectaban una sombra estupenda sobre el arcén. Aparqué allí, pero algo extrañado porque había más coches en la misma situación. No creo que toda esta gente esté buscando jacintos de Compostela – me dije. Mientras cerraba el coche se acerca un señor con la camisa abierta y un llamativo colgante de cristal de Murano en el pecho 😕
Me cuenta que está allí esperando a unos amigos para ir a una fiesta a un chalet, que yo también estoy invitado si me apetece, que hay una piscina y que lo pasaremos bien… Declino amablemente la invitación diciéndole que sólo estaré un rato allí y no puedo demorar mucho mi regreso. Empiezo a caminar por allí y observo que me sigue otra persona. Sin tratar de sentirme aludido, comienzo a subir por una ladera y cuando creo que he subido lo suficiente miro hacia atrás y veo al que me seguía mirándome con pena desde abajo. Pensé en ese momento «donde te lleven las piedras…». Ahora en lugar de parar allí, voy a los barrancos de Chella, a muy poca distancia de Xàtiva. Muy recomendable también por allí para visitar la Albufera de Anna.
San Juan de Plan
Acabo con algo más reciente, de junio de este año. Llevaba mucho tiempo queriendo visitar la famosa mina de cobalto de los Pirineos, en el Valle de Gistaín. Así que aproveché la oportunidad que me daba regresar de un congreso en Lille al que había ido en coche. Como había bastantes horas de luz, tras dejar el equipaje en la habitación del hostal, comencé la búsqueda de la mina. Las indicaciones que me habían dado en el hostal se contradecía con el track de una excursión por las minas disponible en internet. Sin embargo, ninguna de las dos opciones me conducía a la mina. Al final, después de muchas vueltas me encontré con un personaje local, cuyo aspecto evidenciaba que se había criado en aquellos bosques y prados. Gracias a él accedí a la zona de las minas.
Una dura subida por un sendero casi desaparecido mientras me comían las moscas y tábanos. Entre la espesura del bosque se podían reconocer las ruinas de las casas de los mineros y varias galerías colapsadas. Frente a las bocaminas había montones de piedras oxidadas que interpreté como restos de acopios de los mineros. Partí muchas de ellas sin encontrar evidencias de metal, pero la densidad me desconcertaba. Tras examinar unas cuantas fracturas con la lupa, supuse que el mineral iba diseminado en el carbonato, y que el aspecto oxidado se debía a la descomposición de una parte de pirita. Recogí un puñado de esas piedras para examinarlas tranquilamente en casa y al día siguiente seguí con mi regreso a Murcia.
Según información consultada después, el estrato mineralizado consiste básicamente en ankerita (carbonato de calcio y hierro), que es el principal motivo de la alta densidad y lo que provoca el color oxidado en la roca al cabo del tiempo. En cuanto al mineral de cobalto (cobaltita) que salió de esta mina, según dicen, fue considerado en su época el mejor de Europa. Así que seguramente casi todo lo que recogí en San Juan de Plan es morralla, y tendré que volver por allí a mirar un poco mejor. No me importa mucho, es un pueblecito encantador de casas de piedra y poco turismo, que no hubiera conocido si no fuera por la búsqueda de minerales: las piedras me llevaron hasta allí.
Epílogo
Este verano tengo muchos planes para buscar minerales. No es por el hecho de aumentar la colección, que ya no tengo sitio donde meterla, sino por el puro placer de la búsqueda: trepo laderas, cruzo barrancos, me meto en agujeros, sigo las pistas que me da el terreno, hablo con los lugareños… Y, sobre todo, me mantiene en forma, a falta de una actividad física reglada. Para mí no hay nada mejor para la salud del cuerpo y del alma que dejarme arrastrar, de vez en cuando, a donde me lleven las piedras.