Circunferencias y esferas

Ilustración de Lecciones de Geometría de Cirodde, Madrid 1905.

Hoy voy a hacer “divulgación matemática”. En particular, hablaré de circunferencias y esferas, en el sentido más euclídeo de la palabra. El detonante de esta ocurrencia ha sido el vídeo que me envió mi querido amigo Luis Arrufat por WhatsApp, que podréis ver a continuación (el vídeo está incrustado en la página, en caso de problemas para visualizarlo podéis verlo también en YouTube). Sólo una advertencia, las hipnóticas imágenes enganchan.

Si habéis visto con detenimiento el vídeo, cada bola blanca («pelota» en la lamentable traducción) se mueve en una línea recta, pero conjuntamente se «perciben» como rodando dentro del círculo rojo. Yo trataría de discernir aquí si el problema es realmente la percepción o lo que se entiende normalmente por rodar. Por ejemplo, considerad la rueda de una bicicleta que se desplaza por un camino recto y llano. Pues bien, ni uno sólo de sus puntos describe una trayectoria circular: el buje se mueve en línea recta, mientras que un punto en el neumático describe una trayectoria con forma de cicloide. Sin embargo, nadie discute si la rueda da vueltas o si está rodando ¿no?

Curva cicloide producida por la rueda de una bicicleta (imagen tomada de https://robadabambini.blogspot.com)

Una discusión tan similar como infructuosa es la de si la luna gira sobre sí misma, o no lo hace, ya que en su recorrido mensual alrededor de la tierra siempre presenta a un observador terrestre la misma cara. Como esto no va de Psicología ni Filosofía o Astronomía, sino de Matemáticas, lo primero que haré será aclarar por qué si una circunferencia rueda dentro de un círculo con el doble de diámetro todos sus puntos describen trayectorias rectilíneas.

Una explicación sencilla

En la escuela se enseña que los tres ángulos (internos) de un triángulo suman un ángulo llano (180 grados sexagesimales). Otra cosa bien diferente es si alguna vez nos han dado una explicación razonada, o razonable, de este aserto. En Geometría, como en cualquier otra teoría matemática hay que partir de unos principios que se dan por ciertos (postulados o axiomas). El hecho de que la suma de ángulos de un triángulo arroja siempre el mismo valor emana directamente del llamado «Postulado de las Paralelas» (también conocido como El Quinto Postulado) que afirma que, en el plano, dados una recta y un punto fuera de ella, sólo se puede trazar una paralela a la recta dada pasando por dicho punto. El dibujo a continuación ilustra como se relaciona la suma de ángulos con el Postulado de las Paralelas.

Tras trazar una paralela a un lado del triángulo por el vértice opuesto, resulta que los ángulos rojos (alfa) son iguales, y lo mismo ocurre con los azules (beta), por lo que se pueden transportar a la parte superior del dibujo y sumados al ángulo negro dan como resultado un ángulo llano.

No voy a engañar al lector: estoy ocultando algunas dificultades de manera deliberada. Por ejemplo, lo que se entiende por «ángulo» en Matemáticas. No entraré en ese jardín porque todo el mundo entiende de manera intuitiva el ángulo como cierto tipo de magnitud geométrica expresable en una escala numérica (de hecho, en la práctica se mide con un goniómetro o un transportador de ángulos). Ahora mostraré una curiosa propiedad de los ángulos en una circunferencia.

El ángulo rojo «beta» es exactamente el doble del ángulo negro «alfa».

El dibujo arriba ilustra la siguiente propiedad: cada vez que se da una circunferencia de centro X, un diámetro de ella con uno de sus extremos llamado O y un punto A en la circunferencia, el ángulo que forma el segmento XA con el diámetro por la parte opuesta a O es exactamente el doble del ángulo que forma el segmento OA con el diámetro en O. La prueba es muy sencilla, pero el limitado editor de texto de la web no me permite usar símbolos, así que daré el esquema argumental insertando una nota manuscrita, como si estuviera en clase usando una pizarra.

Argumento de mi puño y letra… lo siento, no soy calígrafo.

He apelado a otro resultado que en la práctica parece evidente, pero no lo es tanto su demostración: si un triángulo tiene dos lados iguales (llamado en tal caso isósceles), los ángulos opuestos a ellos son iguales entre sí. El propio Euclides dio una demostración bastante aparatosa que incluía como «bonus track» una construcción geométrica que lejanamente puede parecer un puente. Pons asinorum (el puente de los burros) se ha llamado popularmente, porque había que pasar por él para «desasnarse» y aprender la Geometría. Ya estamos en condiciones de explicar lo que pasa en el vídeo con el que comenzábamos el post de hoy.

Los arcos coloreados tienen la misma longitud por que el de la circunferencia cuyo diámetro es la mitad corresponde a un ángulo que es el doble.

El dibujo muestra dos círculos siendo el diámetro del grande el doble del pequeño. Los dos ángulos marcados están también en relación de ser uno el doble del otro, sólo que el ángulo mayor está en la circunferencia pequeña. Eso hace que los dos arcos coloreados tengan la misma longitud, los que puede interpretarse de la manera siguiente: si el circulo pequeño rueda hacia abajo, el punto B irá a parar directamente al O, y de hecho se situará siempre sobre el diámetro vertical porque el razonamiento se puede hacer con cualquier ángulo o posición de partida.

Ángulos inscritos y fútbol

El resultado sobre ángulos que ha sido clave en la sección anterior, tiene más consecuencias. Si dada una circunferencia con uno de sus diámetros, hacemos la construcción anterior del ángulo y su doble a cada lado obtenemos sumándolos un ángulo con un vértice en la circunferencia y otro que mide exactamente el doble con su vértice en el centro. Esta construcción es reversible en el sentido que si partimos de un ángulo con un vértice sobre la circunferencia y que engloba al centro de ésta podemos deducir que el ángulo con vértice en el centro de la circunferencia y que abarca el mismo arco de ésta debe ser el doble. A los ángulos con un vértice en una circunferencia nos referiremos como inscritos en ella.

A cada lado del diámetro se aplica la regla anterior: el ángulo inscrito que tiene un diámetro por lado es la mitad del ángulo centrado. La suma sigue guardando la misma proporción, pero también la diferencia.

La restricción de que el centro de la circunferencia esté comprendido en el ángulo inscrito puede evitarse. En efecto, igual que se argumenta con la suma se puede hacer también con la diferencia. Así cualquier ángulo inscrito es exactamente la mitad del ángulo centrado en la circunferencia que abarca el mismo arco. Consecuentemente, todos los ángulos inscritos que abarcan el mismo arco de circunferencia son iguales entre sí (suele llamarse capaz a este arco). El dibujo explica muy bien este hecho.

Todos los ángulos que abarcan el mismo arco de circunferencia (el que va entre A y B) miden lo mismo (alfa).

Este bonito principio geométrico tiene una inesperada aplicación al fútbol… OMG! 😕 Empiezo a parecerme a José Manuel López Nicolás (espero que para bien). Un jugador corre con el balón por una línea paralela a la banda ¿en qué momento verá la portería rival con un ángulo máximo? El problema tiene una solución trivial si la línea entra en la portería: una vez que está dentro. En otro caso, nuestras consideraciones sobre ángulos inscritos en circunferencias permiten resolver el problema de forma muy elegante.

El jugador (punto rojo) avanza por la línea negra horizontal hacia la portería (azul). La verá bajo un ángulo máximo cuando se sitúe en el punto de tangencia de la circunferencia que pasa por los postes de la portería y es tangente al recorrido del jugador.

El motivo por el que el punto de tangencia da la solución al problema del jugador es el siguiente: cualquier otro punto antes o después de éste corresponderá a un ángulo inscrito en una circunferencia de radio mayor. El correspondiente arco capaz tiene la misma cuerda (la anchura de la portería) pero al ser más grande la circunferencia el ángulo es menor.

Newton y la atracción de las esferas

Estamos lejos de haber sacado todo el pringue a los ángulos inscritos y a los arcos capaces. Observemos la construcción dada el el siguiente esquema: dos cuerdas de una circunferencia se cortan en un punto y las completamos con sendos segmentos para formar dos triángulos: A y B. Resulta que los triángulos son semejantes, es decir, tienen iguales sus tres ángulos. En efecto, los ángulos opuestos por el vértice son iguales. Pero también los otros pues pueden verse como ángulos inscritos con el mismo arco capaz.

Los triángulos A y B son semejantes. Es decir, serían semejantes si el dibujo estuviera bien hecho.

Newton andaba tratando de resolver el problema de la atracción gravitoria entre los astros, sabiendo que las masas puntuales satisfacen la ley del inverso del cuadrado de la distancia. Los planetas y las estrellas son asimilables a bolas sólidas que pueden considerarse compuestas de capas esféricas al igual que una cebolla. El genio inglés sabía que le bastaba resolver el problema para una esfera hueca cuya masa está repartida homogéneamente en su superficie. El caso más sencillo de tratar es la evaluación de la fuerza atractiva cuando la masa está dentro de la esfera, que no responde a una situación astronómica.

El arco azul azul atraería al punto P con la misma fuerza, pero opuesta, que el arco rojo si la intensidad fuera inversamente proporcional a la distancia.

La solución del problema viene dada por una lectura adecuada de la semejanza de los triángulos enfrentados con la que hemos comenzado la sección. Si el ángulo que forman las cuerdas entre sí es pequeño, podemos cambiar los sendos lados de los triángulos por arcos de circunferencia. Si cada arco (A, B) atrajera al punto P con una fuerza inversamente proporcional a la distancia a la que se encuentra, ambas fuerzas se compensarían por la semejanza de los triángulos anteriormente descrita. Como la circunferencia se puede descomponer completamente en pares de arcos similares, la fuerza neta sobre el punto P es nula. Ahora bien ¿no era la Ley de Gravitación proporcional al cuadrado del inverso de la distancia? Si abandonamos en contexto plano para ir al espacial, en lugar de arcos de circunferencia tendremos casquetes de esfera. Las áreas son proporcionales al cuadrado de las longitudes, por lo que la compensación se producirá si la fuerza es inversamente proporcional al cuadrado de la distancia. Ahora todo cuadra.

Página de la edición en español de los Principia de Newton donde discute la atracción dentro de una esfera homogénea (Tecnos 2011).

Insistamos en que la diferencia entre los triángulos rectilíneos y los que usan arcos de circunferencia es que los primeros son realmente semejantes, mientras que los segundos sólo lo son de manera aproximada. Esta aproximación es mejor cuanto más estrecho es el ángulo, lo que viene a ser como sustituir el arco de circunferencia por su cuerda en el razonamiento. Esto es un argumento de tipo infinitesimal como los que ya empleaba Arquímedes en el cálculo de áreas, volúmenes y centros de masa. Después de Newton, los métodos infinitesimales se sistematizaron dando lugar a la rama de las Matemáticas llamada Análisis.

En el estudio del efecto gravitatorio de las esfera homogénea sobre un punto exterior es útil notar que se vuelve a producir una semejanza de triángulos, tal como indica el dibujo. Se puede deducir de ello que el arco más lejano atrae con la misma fuerza que el más cercano. Sin embargo, aún quedaría algo de trabajo por hacer hasta poder deducir, como hizo Newton, que la atracción neta de la esfera homogénea sobre un punto exterior es equivalente a la que produciría toda la masa de la esfera así estuviera concentrada en su centro.

Página de la edición en español de los Principia de Newton donde discute la atracción dentro de una esfera homogénea (Tecnos 2011).

El universo confinado en un círculo

Al comienzo de este post hemos mencionado, y apelado, al Postulado de la Paralelas, uno de los axiomas sobre los que se fundamenta la Geometría plana clásica. Una característica común de los sistemas axiomáticos en Matemáticas es tratar de ser lo más escuetos posible: si algo puede deducirse de principios más básicos, no debe estar en la lista de axiomas. Durante mucho tiempo se pensó que el Postulado de la Paralelas era demasiado complicado para ser un principio fundamental y debía de ser consecuencia de los otros axiomas. Sin embargo, en el siglo XIX varios matemáticos llegaron a la conclusión de que era indispensable porque existen «geometrías planas» diferentes de la euclídea que cumplen todos los axiomas menos el Postulado de las Paralelas. ¿Cómo es posible tener otras geometrías planas? Realmente, lo que llamamos geometría plana no son los dibujos con los que ilustramos los resultados, sino dos conjuntos de objetos, «puntos» y «rectas», que satisfacen unas ciertas relaciones de incidencia descritas por los axiomas. En principio, los «puntos» no tienen por qué parecer puntos, ni las «rectas» parecer rectas.

Libro fundamental, nunca mejor dicho, para la Geometría y el Método Axiomático en Matemáticas, edición en español del CSIC 1991.

Un descubrimiento notable del siglo XVII, la llamada Geometría Proyectiva, que encuentra sus raíces en el estudio renacentista de la perspectiva en dibujo y pintura. En Geometría Proyectiva plana no existen las paralelas: dos rectas diferentes siempre se cortan en un único punto, al igual que por dos puntos diferentes pasa una única recta. Los axiomas de la Geometría Proyectiva son simétricos respecto al papel que juegan puntos y rectas, de tal manera, que si uno demuestra un resultado y después cambia en su enunciado puntos por rectas y rectas por puntos, el enunciado resultante será automáticamente cierto. En otras palabras, si tratando de interpretar un teorema de Geometría Proyectiva de un libro escrito en sueco, confundimos puntos con rectas y viceversa en el texto, no lo notaremos. Sin embargo, no es la Geometría Proyectiva nuestro objetivo, ya que en ella no hay ni métrica ni ángulos, ni mucho menos, paralelismo.

Ejemplo de resultados duales en Geometría Proyectiva plana (F. Enriques, Lecciones de Geometría Proyectiva, EEE Madrid 1946). Quien desee saber como sigue el enunciado (y la prueba) puede verlo aquí.

Carl F. Gauss, Janos Bolyai y Nikolai Lobachevski descubrieron de manera independiente la Geometría Hiperbólica, Gauss antes que los otros dos, aunque no lo publicó. En la Geometría Hiperbólica hay distancias y ángulos, pero no se cumple el Postulado de las Paralelas. Una forma relativamente sencilla de construir un modelo del plano hiperbólico es la siguiente: tomemos un círculo al que llamaremos «disco», los puntos interiores del disco serán los puntos del plano hiperbólico y los arcos de circunferencia contenidos en el disco y perpendiculares a su frontera serán las «rectas» del plano hiperbólico. Hay otras construcciones, pero la que acabamos de describir es la que más ha inspirado al artista neerlandés M. C. Escher.

Ángeles y Demonios, no de Dan Brown, sino de Escher, teselando el plano hiperbólico.

El siguiente dibujo (abajo) muestra una «triangulación» del plano hiperbólico. Realmente cada supuesto triángulo está delimitado por tres rectas y todas las rectas que aparecen son mutuamente paralelas: en efecto, son arcos de circunferencia perpendiculares a la frontera del disco y que no se cortan en el interior. A pesar de ser el disco un objeto limitado para nuestra intuición euclídea, cada triángulo es infinito (desde el punto de vista hiperbólico) y se requiere, además, un número infinito de triángulos para rellenarlo. Se oye entre mis lectores una voz que dice: – ¡Normal! Si cada vez son más pequeños…-. Pero, insisto, eso vuelve a ser nuestra intuición euclídea tratando de orientarse en un universo que no es el suyo.

«Triangulación» del plano hiperbólico representado como un disco.

De hecho, todos esos triángulos tienen las mismas dimensiones y son simétricos unos de otros desde el punto de vista de la Geometría Hiperbólica. Esta simetría hiperbólica se puede llevar a cabo mediante una operación euclídea llamada “inversión”. Dada una circunferencia de radio r, el inverso respecto a ella de un punto P distinto del centro O, es otro punto P* situado en el mismo radio (O, P, P* están alineados y O no está entre los otros dos) tal que el producto de OP por OP* es r2. Como el inverso de P* es, a su vez, P decimos que P y P* son simétricos entre sí respecto a la circunferencia. En el caso que nos ocupa del disco hiperbólico, cada par de triángulos contiguos puede ser llevado el uno en el otro mediante una inversión respecto a la circunferencia cuyo arco comparten como lado. Asombrosamente, el disco se aplica en sí mismo por la inversión. La clave de esto está en un dibujo, que apareció hace rato, completado con otra circunferencia.

Respecto a la circunferencia mayor, los puntos A y B’ son simétricos. También los puntos B y A’, y todos los puntos de la circunferencia menor agrupados convenientemente por pares. El motivo es la constancia del producto de distancias a O que se deduce de la semejanza de los triángulos AOB y A’OB’.

La triangulación mostrada en el dibujo del disco hiperbólico tiene una peculiaridad. Imaginemos que en cada lado separando dos triángulos se abre una puerta que permite ir de un triángulo al otro. Ahora, supongamos que partiendo de cierto triángulo, hemos hecho un viaje cruzando un buen número de puertas sin volver atrás. Pues bien, si queremos volver al punto de partida la única forma de hacerlo es desandar el recorrido realizado. Debido a que la inversión, ligeramente modificada, es una función compleja holomorfa (no quiero dar definiciones excesivamente técnicas), la triangulación hiperbólica es la clave de un profundo teorema de É. Picard: una función holomorfa no constante definida en el plano complejo toma todos los valores, excepto posiblemente uno. La idea de esta prueba consiste en suponer que deja de tomar dos valores, lo que permitiría, sabiendo algo más de Análisis Complejo, almacenar convenientemente todos sus valores en los triángulos del plano hiperbólico para convertirla, momentáneamente, en una función inyectiva. Hay otras pruebas del teorema de Picard, pero carecen de la belleza caleidoscópica del plano hiperbólico.

La frontera metálica de Mr. Green

La fuerza entre cargas eléctricas, al igual que la gravedad, también responde a la ley del inverso del cuadrado de la distancia. Sin embargo, hay varias diferencias. Una de ellas es que la fuerza puede ser repulsiva o atractiva dependiendo del signo de las cargas. Una determinada distribución de cargas eléctricas se manifiesta en cualquier punto del espacio como un efecto (fuerza) sobre una carga test que se sitúe sobre dicho punto. Este noción recibe el nombre de campo eléctrico y se puede abordar matemáticamente por medio de una función llamada potencial. Dada una distribución de cargas, se puede hallar el potencial que genera usando una integral de volumen. Y, a su vez, dado el potencial se puede recuperar la densidad de carga por medio de la llamada ecuación de Poisson.

La ecuación de Poisson al estilo matemático contiene el signo menos y 4pi, pero no contiene la constante de permitividad del vacío (que alegremente suponemos igual a 1). Los físicos suelen evitar las dos primeras en la propia definición del potencial.

Pero otra de las diferencias que el campo eléctrico tiene respecto al gravitatorio es la existencia de los llamados “conductores”. Se trata de materiales por los que las cargas se pueden mover libremente, de manera que el potencial en ellos es siempre constante al poco de situarlos en un campo eléctrico estático. Esto se traduce en que las cargas se sitúan en la superficie del conductor: la ecuación de Poisson arroja valor cero para la densidad de carga en el interior. Es más interesante conocer la función potencial en el espacio libre de conductores y cargas al que llamaremos dominio. Tratar de conocer el potencial a partir de la ecuación diferencial que satisface y el valor que toma en la frontera de su dominio, se conoce como Problema de Dirichlet.

Efecto del campo eléctrico sobre cuerpos conductores, ilustración de G. Bruhat – Électricité, Masson, Paris 1956. Las líneas de campo son perpendiculares a los conductores por su superficie tiene potencial constante.

Del Problema de Dirichlet se sabe que tiene solución única, cuando la tiene. Pero no se sabe si tiene solución en general, si bien los matemáticos no han cesado en su empeño de resolverlo. George Green propuso una fórmula que solamente requería determinar una función dependiente del dominio (llamada función de Green en su honor) con ciertas propiedades especiales. Para construirla, era preciso demostrar que el campo producido por una carga en el interior del dominio coincide en la frontera del dominio con otro campo producido por cargas fuera del dominio. Green tuvo la siguiente idea: supongamos que la frontera del dominio es un conductor, en cuyo caso las cargas se moverán por la frontera para compensar el campo producido por la carga puntual. Así, el campo sobre la frontera será constante, y si se conecta a una toma de tierra, se puede hacer la constante igual a cero. De esta manera, «galvanizando» el conjunto y con ayuda de cables, estableció Green la resolubilidad del problema de Dirichlet.

Enunciado del Problema de Dirichlet en el espacio.

Naturalmente, el rigor de las Matemáticas tal como las entendemos ahora no admite el razonamiento de Green: no se puede probar un teorema de Geometría basándose en que los triángulos están hechos de madera, por ejemplo. El propio Dirichlet erró en sus razonamientos al apelar a la intuición física. Dirichlet formuló el problema en términos equivalentes a la minimización de cierta cantidad interpretable como una energía, el así llamado Principio de Dirichlet. Si bien la Naturaleza es un ejemplo de sostenibilidad porque se rige por principios de mínima energía, el razonamiento tampoco es admisible como Karl Weierstrass señaló, afeándole la conducta al mismísimo Bernhard Riemann. Los métodos desarrollados por los matemáticos de finales del siglo XIX para eliminar la heurística física de las pruebas de existencia de soluciones dieron lugar al Análisis Funcional.

Las línea desde cada punto de la circunferencia a B (azul) miden el doble que la correspondiente línea hacia A (roja).

Para acabar este post volveremos a la Geometría elemental con la que comenzamos viendo como se puede utilizar para resolver el problema de Dirichlet para el círculo, o la esfera, dependiendo de las dimensiones. No escribiremos la fórmula de Green, que no viene al caso, sino que veremos como evitar el «razonamiento eléctrico». Asumamos que el efecto de la carga es inversamente proporcional a la distancia (no es el caso de la fuerza, pero sí el del potencial en tres dimensiones). Si dos puntos A y B son simétricos respecto a una circunferencia, ocurre una curiosa propiedad: desde cada punto de la circunferencia las distancias a A y B guardan una misma relación constante. En el dibujo, el cociente de distancias a B entre las distancias a A es 2. Eso implica, en particular, que si en A hubiera una carga eléctrica, su efecto sobre los puntos de la circunferencia sería el mismo que si situamos el doble de carga sobre B.

No daré la prueba del último argumento empleado… pero quien quiera detalles podrá encontrarla en este excelente libro, ya clásico, de Pedro Puig Adam

Conclusión

Con este post he querido mostrar la unidad de las Matemáticas y su continuidad en el tiempo. Resultados relativamente modernos como el Teorema de Picard o la solución del Problema de Dirichlet para el círculo entroncan directamente con las propiedades métricas de las circunferencias que estudiaba Euclides dos milenios antes. Circunferencias y esferas siguen estando en el centro de las Matemáticas. No en vano, las últimas palabras de Arquímedes antes de que un soldado romano le quitara la vida (para disgusto de Marcelo, todo hay que decirlo) fueron: Noli turbare circulos meos! (¡No toquéis mis círculos!).

Interrail

Tenía la mitad de años que ahora y estaba a punto de perder los beneficios del carnet joven. También quería hacer mi versión mochilera del Grand Tour aprovechando las vacaciones de verano. Deseaba conocer los países al otro lado del recién caído telón de acero. Me fui solo porque sabía que si tenía que ponerme de acuerdo con alguien nunca lo haría: dar una vuelta a Europa con el Interrail.

Introducción: el tren en España

Hasta los años 90 era muy habitual que las casas de nueva construcción en Murcia (aunque debe ser extensible a otros muchos sitios) tuvieran un salón presidido por un gran mueble aparador adornado con vasos improbables para cubata forrados de piel repujada, o de whisky de grueso vidrio de colores con burbujas. Una mesa grande lacada llena de portarretratos, con la foto de la boda, la de la jura de bandera y recuerdos de bautizos o primeras comuniones. El salón se enseñaba con orgullo a las visitas, cuando las había, y el resto del tiempo permanecía cerrado en penumbra, mientras la vida se hacía en otra parte de la casa. Así es el tren de largo recorrido en España, el salón inútil de una casa murciana, gracias a la gestión política de las últimas décadas.

Billete de Alicante a Zaragoza del año 1980, tren nocturno.

La metáfora es extravagante, pero resume de manera acertada mis impresiones ante el desmantelamiento de una forma de viajar que siempre me ha gustado. Por ejemplo, en el nombre de la modernidad desaparecieron los trenes nocturnos en España, mientras que, curiosamente, en la «anticuada» Europa los siguen usando. Antes, cuando tenía que ir a Madrid para un solo día, tomaba el tren correo a medianoche en la Estación del Carmen, llegaba a Atocha antes del amanecer y después de un chocolate con porras en El Brillante tenía todo el día por delante. Ahora, en el mejor de los casos, tras un madrugón llegas a Madrid después de las 10:00 AM, en plena pausa para almuerzo de los funcionarios. Eso sí, lo haces en un tren súper-moderno. Tengo otras muchas quejas que podré ampliar en los comentarios, pero no quiero desviarme mucho del tema del post: el interrail.

Los Grandes Expresos Europeos y la Compagnie Internationale des Wagons Lits. Eso sí que es viajar en tren…

De niño soñaba con viajar en tren por todo el mundo o mejor dicho, viajar en los trenes de todo el mundo. Seguramente, mis ideas románticas se nutrían tanto de los viajes en tren con mis padres como del cine. Sin ir más lejos, una de mis películas favoritas es El Expreso de Chicago (Silver Streak en su versión original). Cuando me enteré de que «por ser joven» tenía derecho comprar un billete de tren que me permitiría viajar por toda Europa (o una gran parte de ella) comencé a preparar la ruta. Mi idea inicial consistía en hacer un recorrido zigzagueante de norte a sur por países del este de Europa. Finalmente adquirí el billete cubriendo únicamente esa zona para que no fuera tan caro.

En camión hasta Hamburgo

Como el comienzo de mi viaje estaba lejos de la zona de validez de mi billete interrail necesitaba una alternativa al tren para llegar, que se presentó en forma de camión TIR. Desde Murcia se exportan productos agrícolas a toda Europa, así que a través de familia y conocidos me encontraron un chófer dispuesto a llevarme. Salimos de Archena con un frigo medio cargado de limones y paramos en un almacén de Valencia a cargar el resto del espacio disponible con cebollas. Esa noche cenamos en un buffet de Cambrils unos platos combinados fabulosos y dormí por primera vez en la litera que tienen las cabinas de estos camiones que cruzan el continente.

Camión similar al que me llevó, de la misma compañía transportista.

El segundo día lo empleamos cruzando Francia y el tercero por Alemania. El camión se dirigía a Suecia (para ello tomaría un ferry), así que lo que mejor me venía era quedarme en Hamburgo. Realmente, me quedé en una estación de servicio de la autobahn. Nos despedimos y durante el par de horas que pasé agarrando un cartón que tenía escrito Hamburg recordaba las anécdotas de esos tres días que pasé entre los «señores de la carretera». Al final nadie paró y como se hacía de noche decidí caminar. Al cabo de un rato me encontraba cruzando un barrio turco y en la oscuridad de la noche llegué a la estación central de Hamburgo. La mezcla de modernidad y suciedad en esa atmósfera oscura me hacía pensar en Blade Runner. Caminando por el andén encontré un banco libre y me eché a dormir.

Hacia el este

A la mañana siguiente tomé un tren a Berlín (todavía no había llegado a la zona de validez de mi billete interrail). Paseé por la ciudad admirando la liberalidad con la que los jóvenes toman el sol en los parques. Me dije que si volvía por allí algún otro verano haría lo mismo que ellos, pero no he vuelto tantas veces por Alemania y menos en verano. La huella del muro que dividió la ciudad, el país y la vida era todavía bastante apreciable. Cada sitio tiene su canción y aquí hay que escuchar el Heroes de David Bowie. Por otra parte, la contemplación de la Alexanderplatz cantada por Franco Battiato resultó decepcionante.

Cuaderno que compré en Varsovia para escribir el diario del viaje.

Tomé un tren a Frankfurt Oder (no confundir con el Frankfurt de las salchichas) y después de merendarme lo último comestible que me quedaba de España crucé la frontera a Polonia. Un tren que iba bastante lleno me dejó por la noche en Varsovia. Los alrededores de la estación no son lo más bonito de la capital polaca, que he tenido la oportunidad de visitar después en más ocasiones. Desde allí destaca el Pałac Kultury i Nauki (Palacio de la Cultura y la Ciencia), regalo de Stalin a la ciudad hecho a imagen y semejanza de la Universidad Lomonosov de Moscú. En la estación compré un cuaderno infantil en que empecé a escribir el relato del viaje.

Postal de Cracovia. Como no tenía cámara, compraba postales para recordar los sitios.

Estaba cansado y nada me invitaba a quedarme en Varsovia. Se me ocurrió que si tomaba un tren nocturno a cualquier parte podría dormir, que para eso tenía el interrail. La idea la puse en práctica en ese viaje y otros que he hecho posteriormente, siempre con éxito discutible. Paró un tren con destino a Cracovia que debía de ser ideal para mis propósitos, pero iba atestado de gente. Subí con mucha dificultad y pasé las varias horas del viaje en el pasillo en cuclillas, inmóvil y apretado entre la gente. Por la mañana estaba en Cracovia, que parecía un lugar mucho más agradable que Varsovia. En la oficina de información turística me buscaron una habitación de alquiler en una casa familiar donde, por fin, dejé mis cosas y pude pasear por la ciudad sin la pesada mochila.

Dando tumbos por Centroeuropa

Nunca llegué a dormir en Cracovia (ni siquiera la segunda vez que fui). Durante mi paseo me enteré de los horarios de los trenes a Praga y todos eran nocturnos. Si me quedaba en Cracovia perdería un día de viaje. Así que reservé una litera en el tren de medianoche. Hay que decir que el interrail sólo cubre el viaje más económico, de manera que si uno usa litera o viaja en un tren directo debe pagar un suplemento. Ya en el tren, conversé un poco en inglés con mis compañeros de dormitorio rodante antes de dormir.

Postal de Praga mostrando la Plaza Vieja.

Me recuerdo llegando a la plaza vieja de Praga (Staromestské námestí) poco después del amanecer y viendo por primera vez el que es, sin duda, uno de los lugares más bellos de Europa. Quería que esa sensación durara siempre y, en cierto modo, mi deseo fue concedido: Praga es la capital Europea que más veces he visitado, excepto Madrid y seguida muy de lejos por París. Un rato después, una marabunta de turistas se repartía por todos los lugares de la ciudad.

Postal de Bratislava… sigo sin cámara.

Por la noche, otro tren nocturno hacia Viena. Esta vez tratando de dormir sentado junto a los malolientes retretes del extremo del vagón y maldiciendo a los japoneses que olvidaban cerrar la puerta cada vez que lo usaban. Paseando por Viena descubrí que los precios de la capital austriaca estaban fuera mi presupuesto, así que por la tarde llegué a Bratislava, lugar mucho más económico, donde dormí por primera vez en una cama de verdad después de una semana de viaje. A la tarde del día siguiente estaba en Budapest y allí cené en una pizzería con un grupo de españoles que conocí casualmente.

La guía de viaje que usé durante mi vuelta a Europa.

Cárpatos y vampiros

El tren que salía de medianoche de Budapest llegó a la frontera con Rumanía en algún momento de la mañana siguiente. Militares paseaban perros por todas partes buscando no se qué. Un suspicaz agente de aduanas, mirándome a los ojos, levantaba los cojines del compartimento donde pensaba que ocultaba algo. Tras el registro me informa del precio de la visa que pago en alguna divisa que no recuerdo. Me pregunta que si no me importa que me devuelva el cambio en deutsche marks, a lo que respondo afirmativamente. El hombre me dio como medio kilo de monedas de un marco que tardé años en poder cambiar.

Tarjeta de un alojamiento en Brasov.

A medida que el tren se adentraba en Rumanía, iba llenándose de gente. Los que compartían conmigo el compartimento tenían interés en saber qué motivos habían llevado a un español hasta allí (recordemos que estamos a mediados de los 90) y chapurreando francés tuvimos una conversación entretenida. Gracias a la simpatía mutua, mis compañeros de compartimento me defendieron ante el abuso del revisor que quería cobrarme al margen del interrail. Así, llegué ya al caer la tarde a Brasov. No tenía moneda local y el consejo que me dio la gente fue: habla con la policía. Le pregunté a un policía dónde cambiar moneda y en correctísimo inglés me dijo lo mismo que dicen los cambistas en todo el mundo: ¿cuánto quieres cambiar? El policía me cambió dinero, me proporcionó la tarjeta del hotel de un amigo suyo y hasta me buscó un taxi.

Postal del castillo de Vlad Tepes, en el que se inspira el mito de Drácula.

El marcador del táximetro mostraba un crecimiento exponencial disparatado y antes de que superara la cantidad cambiada al policía a leus me bajé. Encontré el hotel donde pasé mi segunda noche, en el viaje, en una cama. Por la mañana fui a Bran a ver el castillo de Drácula y recrearme un poco en Los Cárpatos. Curiosamente, en el castillo había un grupo de españoles con guía y pude aprovecharme de las explicaciones que les daban. Por la tarde, de vuelta en Brasov, tomé otro tren hacia el sur. No tenía muchas ganas de ver la Bucarest de Ceaucescu, así que seguí en el tren hasta la frontera búlgara.

Contubernio a la búlgara

El tramo internacional de ferrocarril entre Rumanía y Bulgaria no estaba electrificado, así que cambiaron a una locomotora diesel. Durante esos kilómetros, que incluyeron un crujiente puente de hierro, los militares iban revisando el tren y los viajeros. Unos soldados intentaban llevarse a una señora llorando por no llevar el pasaporte, pero al poco apareció alguien con un documento extraviado que resultó ser el de la señora. Los soldados la dejaron y ahora lloraba de alegría. Ya en el puesto fronterizo, el funcionario que examina mi pasaporte me dice que para entrar el Bulgaria tengo que pagar 90 dólares ¿Lo tomas o lo dejas? Me deshago del ultimo billete de Benjamin Franklin que me quedaba de Sudamérica y regreso al tren.

Recibo por 90 dólares de visa para entrar en Bulgaria.

El tren a Sofia iba casi vacío, pero en mi compartimento viajaba un matrimonio checo. Tras el breve intercambio de información convenimos apagar la luz e intentar dormir. Al poco aparecen dos vigilantes uniformados del tren revisando con linternas y me indican que les acompañe al extremo del vagón. En un inglés rudimentario me piden el pasaporte y me indican que debo pagar una multa de 100 dólares por haber puesto los pies en el asiento. Me niego y pido hablar con el revisor. Ellos se quedan mi pasaporte y dicen que regresarán después. De vuelta en el compartimento intento explicar a los checos la situación mientras transfiero unas cuantas cosas de la mochila a los bolsillos de mi gabardina pensando que lo mismo tendría que huir sin equipaje…

Al cabo de un cuarto de hora vuelven los vigilantes, que esta vez me llevan a un compartimento vacío. Se sientan enfrente y esgrimiendo unos papeles en cirílico insisten en que debo pagar la multa. Me reitero en mi negativa y en mi deseo de ver a otra autoridad. Ellos me piden que me ponga en pie y me vacíe los bolsillos. Les digo que preferiría hacerlo con la policía delante. El mayor de ellos se lleva la mano a la pistola y me dice «you traficant, empty your pockets now!» (tú traficante, vacíate los bolsillos ya).

Billetes de los países por los que fui pasando.

No hizo falta que lo pidiera dos veces: saqué lo que llevaba en los bolsillos, incluyendo una pequeña carpeta donde tenía los billetes de los distintos países por los que había pasado (para colección) y entre los que había un billete de 10.000 pesetas para emergencias. Como no vieron los 100 dólares que querían, ni algo que creyeran equivalente, me dijeron «20 deutsche mark “souvenir” and we forget» (20 marcos alemanes “de regalo” y nos olvidamos del asunto). Acepté el trato y me dejaron.

Postal del Monasterio de Rila.

Caminaba intranquilo por Sofia, con la sensación de que podía ser multado por las cosas más inverosímiles o extorsionado en cualquier momento. Pensé que sería una buena idea dormir en el Monasterio de Rila. Tomé un autobús en el que viajaba una pareja francesa con la que entablé conversación. Juntos los tres nos presentamos en la recepción del dormitorio del monasterio (una gran sala con literas). Los franceses se registran primero y llega mi turno. La señora mira mi pasaporte y me dice que no puedo quedarme. Sin salir yo de mi asombro me dice que me falta una tarjeta amarilla que debían haberme dado junto con el visado. En esa tarjeta se registra cada noche que uno pasa en el país (sellada por el hotel o comisaría más cercana). Le explico que no tengo donde quedarme, le pido que me ponga un sello en una hoja de papel con el membrete de Rila y que al día siguiente volvería a Sofia a regularizar mi situación.

Regreso al Monasterio de Rila, 22 años después y muy bien acompañado.

Pasé la tarde paseando por Rila y su montaña mientras pensaba si debería ir directamente a la embajada de España a pedir ayuda. Al día siguiente, todos los que esperábamos el autobús a Sofia pasamos como dos horas en la calle hasta que alguien dijo que el vehículo estaba averiado. La solución era ir a Blagoevgrad y desde allí a Sofia. Así hice, pero había pasado mucho tiempo y las esperanzas de poder ver a alguien en la embajada se esfumaban. El autobús me dejó cerca de la estación de tren. Me planté delante del panel indicando las salidas y con ayuda de un mapa localicé un tren que llegaba hasta una localidad fronteriza con Grecia. La otra opción era un tren a Moscú… la decisión estaba clara.

Grecia y el Mediterráneo

Dejé la estación de no recuerdo qué aldea con el sol a punto de ponerse tras las montañas. Pregunté a un señor con unas vacas si iba en la dirección correcta a Grecia y crucé la frontera caminando. Al ver el cartel confirmando que había cambiado de país casi me tiro a besar el suelo como solía hacer Juan Pablo II. Un poco más adelante había un bar y casi sin abrir la boca me dieron unos trozos de pan. Pregunté si entre los camioneros que estaban allí parados alguno me llevaría hasta una ciudad. Uno de ellos se ofreció inmediatamente y esperé a que terminara de cenar. El motivo de tanta amabilidad lo averigüé un rato más tarde cuando paró el camión en una cuneta, encendió una luz roja y se quedó mirándome. El chófer, decepcionado por no poder darle lo que él quería, volvió a arrancar el camión y me dejó en Tesalónica de madrugada.

Mapa de Europa con el que iba ubicándome durante el viaje.

Al día siguiente en el tren, una señora mayor me va explicando el paisaje en griego. Sólo acierto a entender el momento en el que se refiere al monte Olimpo. La señora me regala unos higos y un tomate. Desde Kalambaka subo caminando hacia Meteora y por el camino me voy comiendo los higos y el tomate. Puedo asegurar que nunca he vuelto a probar nada tan sabroso como aquel tomate. Visito varios monasterios y regreso a la estación. En Atenas me alojo en un hotel económico regentado por un señor amable con el que conversé lo que quedaba de la tarde de aquel día.

Librito de fotos de los Monasterios de Meteora.

Pasé el día viendo Atenas, pero no era el mejor momento para visitar la Acrópolis porque el Partenón estaba totalmente cubierto con andamios. Al día siguiente quería ver un poco el Peloponeso y viajar a Italia, pero una información incorrecta me llevó a preguntar por los barcos al Pireo, donde no gestionan los que operan en Patras. El tren iba tan despacio que podía recrearme en los detalles del canal de Corinto desde ambos lados. Cuando llego a Patras pregunto por los barcos a Italia. El operario señala al puerto donde los humeantes ferries ya habían levado anclas. Desde un parque en una colina donde afloran algunas ruinas milenarias veo los barcos perderse por el horizonte donde se pone el sol. No me moví de allí hasta el amanecer. Al día siguiente, ya no perdí el barco a Bríndisi.

Italia, sin parar

Al principio me pareció una buena idea ir en la cubierta superior para ver el paisaje y luego las estrellas. El humo lleno de carbonilla diesel me hizo bajar al poco rato. Encontré un banco donde echar el saco de dormir. La lluvia provocó la entrada de agua en mi reloj Citizen automático, que desde entonces lleva la corrosión provocada en la esfera como recuerdo de esa travesía. A la mañana siguiente en Bríndisi paso por una lavandería en la que me aseguran que mi ropa estaría seca antes de la salida del tren. No tenía que haberme fiado: rato después en el tren, buscaba la manera de repartir mi ropa empapada de agua en el compartimento en el que viajaba solo, no durante mucho tiempo. Unas paradas más tarde, una atractiva chica pregunta por la ventana (que iba abierta) si hay sitio. Le digo que sí, por supuesto. Ella hace una señal y aparece una tropa de gente que empieza a echar sus maletas por la ventana ante mi sorpresa, o decepción.

Esquema de mi recorrido (en negro). La línea que se ve abajo cruza casi toda Italia.

Eran albaneses, un poco brutos pero buena gente. Compartieron conmigo sus pollos asados y su botellas de vodka, pero tuve que recoger mi ropa mojada. Al día siguiente, en Milán cogí otro tren hacia Suiza. Por la mañana estaba en un agradable pueblecito alpino. Como hacía una mañana soleada, puse mi ropa, todavía húmeda (mayormente calcetines y gayumbos), alrededor de mi mochila y fui a una fuente pública a asearme un poco. Un rato después, avisado por uno o varios de los simpáticos habitantes, apareció un coche de la polizei con las sirenas sonando y me detuvo el tiempo necesario para comprobar que Matías Raja no estaba en busca y captura. Después de eso regresé a Milán.

El regreso

Desde Milán salí hacia Francia. Ya no tenía privilegios interrail en ninguno de los países. No pude tomar un tren directo a España, pero enlazando trenes regionales pude llegar a Cerbère, el último pueblo francés antes de la frontera. Era casi medianoche y la estación estaba llena de gente que no había podido pasar a España porque no habría más trenes hasta la mañana siguiente. Ante el panorama, pregunto a qué distancia está Portbou (España) y me dicen que apenas 7 km. Ni me lo pienso. Hice ese recorrido gustosamente caminando en la oscuridad de la carretera, de vez en cuando rota por el resplandor de algún relámpago. La estación de tren de Portbou estaba vacía, pero el bar abierto. Así pude darme un gusto antes de irme a dormir a uno de los bancos.

Mi aspecto por aquella época, con la mítica gabardina que usaba cuando iba de mochilero.

No había tenido problemas con saber qué tren tomar en ningún país hasta llegar a la estación de Sants. Afortunadamente el tren en España funciona tan mal que un regional llega antes a Tarragona que un Intercity que sale a la misma hora desde Barcelona. Aquel día por la noche estaba de vuelta en casa con mis padres. Había perdido 5 kg pero había ganado mucho más en vivencias.

Epílogo

El límite de edad para adquirir el interrail desapareció en 1998. No he vuelto a usarlo, pero siempre que he podido he tomado trenes nocturnos a cualquier parte y paseado ciudades de madrugada. He vuelto a muchos de los sitios que menciono en el post en circunstancias muy diferentes y más cómodas en general. Ya no hace falta llevar un mapa desplegable de Europa para ubicarse.