La ciencia del… desempañado del coche

Al parecer los blogs de Ciencia tienen su público y algunos blogueros se hacen famosos. Dado que el objetivo principal de mi web es el autobombo, hoy inauguro la etiqueta ciencia y comenzaré a producir posts de divulgación para que también mi blog milite en tan exitosa categoría. Lo primero es fijarse en qué hacen los mejores, en qué se basa su éxito. Tenemos la suerte de contar en la Universidad de Murcia con una superestrella de la divulgación científica, José Manuel López Nicolás, creador del blog de divulgación Scientia y autor de Un científico en el supermercado, libro que trata de la ciencia de las pequeñas cosas, de lo cotidiano. Y puesto a buscar un tema “cotidiano”, esta fría mañana (todo lo fría que puede ser en Murcia) de diciembre que salgo en coche hacia la universidad se me prendió el bombillo, que dicen por allá, al ver empañarse el parabrisas de mi Subaru. Hablaré, pues, de la ciencia del… desempañado del coche (nota: López Nicolás titula con frecuencia “La ciencia del X”, siendo X un plato de cocina castiza o un deporte de masas).

Coche empañado, escena de una célebre película de James Cameron.

Pero no todavía… El desempañado del coche no fue mi primera opción. Realmente, de lo que quería era hablar de la ciencia del asiático. Otro José Manuel, pero de apellido Ortega, más conocido como “el Chache” y barista en El Sordo de Ricote prepara unos asiáticos extraordinarios, de los mejores que he probado, y he visto. Porque el aspecto visual es igualmente importante. Seguro que algún purista me dirá que tengo que ir al bar Pedrín del Albujón o a no sé que sitio de Cartagena… Pues vale: ya he ido. Ahora, Sr. Purista, haga el favor de ir a Ricote y tómese un asiático sin prejuicios. Las cosas caen por su propio peso. El hecho de que el submarino Peral fuera el primero no lo hace superior a un clase Akula

Asiático preparado por el Chache, no es tan grande como parece.

Volviendo a Ricote, el Chache prepara los asiáticos con mucho cuidado para que queden las capas de distintos compuestos líquidos bien diferenciadas. Densidad y temperatura juegan un papel muy importante. Antes de servirlos, el chache les imprime un movimiento de vaivén cuya inercia es apreciable durante varios segundos después de que se deja la copa en la mesa, especialmente en la capa límite entre el combinado de licor y el café. Todo esto es muy interesante y merecería ser explicado. Pero en Ciencia, tras tener una buena idea, lo normal es comprobar si otro no la ha tenido antes. En el caso del asiático, López Nicolás nos ha prometido hace relativamente poco que hablaría de su ciencia. 

José Manuel Ortega “el Chache” durante la preparación de uno de sus combinados de café.

Así que, en lugar de hablar del asiático y los fluidos que lo componen, hablaré de los fundamentos del desempañado de coches. No es que el tema no haya sido tratado antes, sino que creo que no se ha hecho de la forma adecuada, es decir, científica. Buscar información sobre el desempañado en internet es como ir a preguntar sobre política internacional a un bar: todo el mundo tiene una opinión, y ni una sola explicación razonada. Así que voy a dejar plasmada aquí la explicación, negro sobre blanco, para las generaciones venideras.

La explicación del desempañado del coche

El aire contiene una cantidad variable de vapor de agua, y su capacidad para contener vapor aumenta con la temperatura. Este es el principio en el que se basa todo. Entrar en el mecanismo íntimo de este fenómeno es mucho más complicado, pero para nuestros propósitos divulgativos simplemente recordaremos que, de manera análoga (pero no igual), el agua caliente tiene más capacidad para disolver sal que la fría. Observemos que, ahora en invierno, en las mañanas o las noches gélidas, vemos vaho salir de nuestra boca o de la gente que nos habla. El vaho es una manifestación del contenido en agua del aire que exhalamos, pero no es vapor, sino cristalitos de hielo microscópicos, que es en lo que se transforma el (exceso de) vapor en contacto con el frío aire de la mañana invernal. Gracias a eso lo vemos, porque el vapor es tan invisible como el oxígeno. Pero con los cristalitos de hielo flotando, el aire se parece al humo, que es ceniza y hollín en suspensión.

Torres de refrigeración de la central nuclear de Cofrentes, lo que se ve salir ya no es vapor de agua, pero lo fue.

Entramos en el coche. Nuestra presencia empieza a calentar el aire en el interior y, particularmente, nuestra respiración hace que aumente el contenido en vapor. Este efecto se magnifica si nuestra ropa está húmeda (llueve fuera) y la calefacción está en marcha. El vapor se mantiene en esa atmósfera casi sin problema, excepto en la proximidad de superficies frías, como son los vidrios de las ventanas y parabrisas. La repentina caída de temperatura en el contacto con el vidrio hace que se deposite en él el exceso de agua que el aire ya no puede transportar. Gotitas de agua, o incluso cristalitos de hielo, producen el empañamiento del parabrisas, que se mantiene frío por estar su superficie exterior en contacto permanente con el aire helado de la calle. Seguro que todos recordamos cierta escena de Titanic

Foto hecha a través del parabrisas sin empañar de un viejo Toyota en un día frío y lluvioso ¿Cómo es esto posible? Por favor, siga leyendo.

Ya tenemos el parabrisas empañado ¿Qué hacemos? Con el mando de distribución de aire dirigimos el chorro al parabrisas con la calefacción puesta. Podríamos pensar que va a pasar lo mismo que cuando dirigimos un secador de pelo al espejo del baño, que está empañado tras la ducha. El secador desempaña en poco tiempo y el chorro de aire caliente dirigido al parabrisas no ¿Por qué? Porque el aire del secador está considerablemente más caliente y tiene una capacidad mucho mayor para llevarse el agua en forma de vapor. Además, calienta el espejo, impidiendo que pueda condensarse de nuevo el vapor sobre él. A falta de más temperatura, podríamos probar con aire más seco. El aire que produce el sistema de aire acondicionado (AA) es muy seco. En efecto, el súbito enfriamiento le quita el exceso de vapor que ya no puede transportar. Esta agua de condensación es conducida al exterior y gotea bajo el coche, como todos hemos observado en verano. El aire frío del AA dirigido al parabrisas es, en efecto, más seco, pero eso no es suficiente, en determinadas circunstancias, para desempañar porque es incapaz de “excitar” el agua líquida o sólida para que pase a vapor. Podría ser incluso peor. El AA puede enfriar el parabrisas por debajo de la temperatura ambiente y provocar el empañamiento exterior.

¿Combinación absurda? Y sin embargo, efectiva.

Lo mejor es usar ambos recursos a la vez, es decir, calefacción con AA. Teóricamente, lo óptimo sería que el aire fuera calentado tras pasar por el sistema de AA, pero lo que hace realmente el dispositivo es mezclar el aire de calefacción con el de AA (dos circuitos diferentes). La mezcla produce un aire más seco, ávido de portar vapor, pero también más energético para provocar el cambio de fase del agua. Y, simplemente, funciona. La gente, que suele ver la combinación de calefacción y AA absurda, opta por una de las dos según su grado de desinformación y supersticiones. Como un colega, que consiguió formar escarcha en el exterior del parabrisas, conmigo de consternado copiloto, y todo por no darle a la rula de la calefacción. Muy posiblemente los ingenieros hayan automatizado el desempañado del parabrisas, incluido como uno de los modos del climatizador en los coches actuales, a causa del desconocimiento por parte de los usuarios del simple principio que acabamos de explicar.

¡Felices Fiestas!

Editado 9/01/2022. Tras la publicación del post he recibido varias preguntas relacionadas con el tema se pueden aclarar con los mismos principios ya expuestos. Así que prefiero añadir las respuestas a éste en lugar de publicar uno nuevo.

  • El desempañado de la ventana trasera del coche se realiza normalmente con un sistema de calefacción eléctrico (resistencia). El calentamiento provocado evapora el agua condensada e impide la condensación posterior.
  • A veces, al poner en marcha la ventilación del parabrisas, éste se empaña rápidamente. Eso se debe a que el aire estancado en el sistema de ventilación, o el que entra del exterior, está más húmedo que el del habitáculo. En este caso, lo más eficaz es usar el AA para secar el aire entrante.
  • En verano, puede ocurrir un fenómeno curioso. Tras haber parado el AA durante unos minutos, cuando se vuelve a poner en marcha se observa, con cierta sorpresa, la salida de vaho (aire blanco) por las rejillas de ventilación. La explicación es la siguiente. No toda la humedad que el AA le quitó al aire entrante durante el primer intervalo de funcionamiento ha salido al exterior. El condensador está empapado de agua y al subir la temperatura, parte de esa humedad pasa a vapor que queda estancado en el sistema. Cuando se vuelve a poner en marcha el AA, el aire frío empuja al aire con vapor, o lo arrastra gracias al efecto Venturi, hacia afuera. Al mismo tiempo, la bajada de temperatura hace que el vapor pase a hielo, haciéndolo visible como vaho.

Editado 19/03/2022. José Manuel López Nicolás ha publicado hoy su esperado artículo La ciencia del asiático, a punto de declararse este combinado bien de interés cultural de la Región de Murcia.

Paisajes de la Prehistoria

En la búsqueda de yacimientos prehistóricos, la clave es mirar el paisaje tal y como lo vería un primitivo morador. Para empezar, hay que ignorar toda la alteración antrópica: ciudades, carreteras y cultivos ya no existen para nuestros ojos. Hay que pensar en términos de recursos, protección y vías de comunicación entre ellos. Y hay que añadir, además, la vegetación acorde al clima reinante y posibles variaciones orográficas si es que retrocedemos mucho en el tiempo. ¿Dónde nos instalaríamos? Realmente, hay más lógica en las ubicaciones de los antiguos asentamientos que en las de los contemporáneos. En efecto, hoy no sólo se construye de espaldas a la naturaleza, sino desafiándola. Así que luego pasa lo que pasa cuando cae una gota fría… Hablar de lo mal que se hacen las cosas hoy día daría para otro tema. Ahora sólo quiero hacer unas reflexiones sobre los paisajes de la Prehistoria.

Efectos de una riada la urbanización Camposol en Mazarrón (foto publicada en La Verdad). Esto nunca hubiera pasado en un poblado Argárico.

Cuando el ser humano cambia la actividad de cazador y recolector nómada para ser ganadero y/o agricultor asentado (desde el Neolítico en adelante) se experimenta un cambio fundamental: la posibilidad de acumular bienes, sobre todo los estacionales. Esto es el comienzo de la noción de riqueza y, quizás también, de propiedad privada. Los ajuares en las tumbas son una manifestación de la importancia que se tuvo en vida. Pero con las ganancias aparecen a la vez los enemigos de lo ajeno, tanto en pequeña escala como al por mayor. La respuesta a esta situación es la aparición de un nivel superior de organización de las sociedades a la que llamamos “estado”. Los poblados se disponen de manera que sea más fácil defenderlos de los ataques. Para esto se eligen lugares idóneos: promontorios, amesetados o con una suave pendiente orientada hacia el sur. Si es posible, también en las inmediaciones de un río y de tal manera que el agua, además de cercana, sea parte de su barrera defensiva.

Reconstrucción del poblado fortificado de La Bastida (Totana), defendido a la izquierda por el cañón excavado por el río (rambla de Lébor) y a la derecha por una muralla (imagen UAB).

Aunque los ejemplos de este tipo son innumerables, quiero mencionar aquí el yacimiento de La Bastida (Totana) que se está revelando como uno de los asentamientos más importantes en Europa en la Edad del Bronce. Una de las cosas más simpáticas sobre las investigaciones llevadas a cabo por la UAB en el yacimiento es el fuerte sesgo de materialismo histórico que impregna los artículos y los comunicados de prensa, que nos hablan del comienzo de las profundas desigualdades sociales mantenidas por medio de la violencia institucionalizada. Esta peculiar interpretación de unas ruinas revive, aunque sea por omisión, el mito de la Edad de Oro, cuando la fraternidad humana se entendía en la Lengua de los Pájaros (o de Adán), mucho antes de que todo se fuera a la porra con Babel. Parece, pues, que no es incompatible llevar a las excavaciones arqueológicas el Libro Rojo de Mao con tener una visión cándida de la naturaleza humana y empeñarse en considerar como una anomalía todo lo que es normal.

Montefrío (Granada), ejemplo de ocupación persistente de un emplazamiento ideal.

Volviendo a los promontorios como lugares de asentamiento, las excelentes condiciones que ofrecen han sido apreciadas a lo largo de las épocas. Así es frecuente que después de poblamientos en Neolítico o Edad de los Metales, hayan tenido ocupaciones romanas, medievales (castillo) o incluso sigan siendo usados en tiempos contemporáneos. En este último caso, los vestigios prehistóricos quedan sepultados bajo el pavimento y los edificios. También, al desaparecer las amenazas y con el aumento de la población, la urbanización se expande hacia las llanuras, pero el promontorio en el que todo empezó sigue siendo claramente reconocible. Siempre hay excepciones, nótese que la ciudad de Molina de Segura (Murcia) no “emana” de la urbanización Altorreal ni hay ruinas bajo el campo de golf (hay que conocer el lugar para entender el chiste, désolé).

Cabezo Negro (Lorca), con ocupaciones desde el Paleolítico Medio al Bronce.

Cuando la ocupación no ha persistido hasta la actualidad y el asentamiento fue abandonado siglos atrás, por la ladera se superponen restos de distintas épocas y culturas revueltos por la erosión. Por poner un ejemplo, en un asentamiento cerca de El Cañarico, junto a los cimientos de una torre medieval islámica aparecen restos de cerámica sigillata romana y argárica. Restos de tres ocupaciones espaciadas por intervalos de más de un mileno. Puede ser muy difícil convencer a alguien menos experimentado que un trocito de tiesto aparecido entre otros residuos tiene 4000 años de antigüedad, o que un cacho de cerámica con un esmalte verde la hizo un árabe del s. XIII. Reconozco que me gustaría saber más sobre este aspecto porque tengo lagunas en unos cuantos siglos  😕

Peña con orientación sur (Lorca), emplazamiento ideal según los criterios del Paleolítico Superior y Epipaleolítico.

Montamos en la máquina del tiempo y retrocedemos hasta hace unos 20 Ka. Estamos en pleno Paleolítico Superior. La mayor parte de asentamientos se realizan al abrigo de covachas, peñas o cejos, orientados hacia el mediodía para protegerse de los vientos helados del norte. Si la pared rocosa es demasiado vertical, añaden una “marquesina” de palos y cubierta vegetal para protegerse de la lluvia. El hogar, funcionando de manera casi ininterrumpida impregna de ceniza toda la ladera… Hacía más frío que ahora, en los últimos coletazos de la glaciación Würm. Estos asentamientos no eran permanentes porque los animales migraban estacionalmente y la tierra ofrece sus frutos según momento y altitud. Por eso es frecuente encontrarlos junto a las grandes rutas naturales, lo que ahora llamamos cañadas, y por las que discurren los últimos vestigios de la trashumancia. En el asentamiento, con un sol que apenas calienta, un cazador experimentado toma un trozo de carbón y sobre la roca esboza un uro. Así les explica a los más jóvenes dónde hay que clavar la lanza para que el animal caiga muerto en el acto, porque no hay nada más peligroso que un uro herido.

Cejo con covachas, típico emplazamiento de Paleolítico Superior y Medio. Las covachas, previa construcción de un muro, han sido aprovechadas como corrales por pastores.

Aunque los neandertales no eran antepasados directos, la forma de vida del Paleolítico Medio no debía ser muy distinta de la del Paleolítico Superior. De hecho, en muchos lugares se superponen los restos de unos y otros, aunque todavía no se ha probado que llegara a haber convivencia. Así que mejor continuamos nuestro viaje al pasado y nos plantamos hace 500 Ka, Paleolítico Inferior. En ese intervalo de tiempo el paisaje sí que ha cambiado mucho. Lo que antes fueron llanuras, ahora son barrancos y cárcavas. Hay cierto empeño en Murcia en llamar a este proceso desertificación, pero la verdad es que esos erosionables materiales margosos (casi siempre miocenos) son demasiado pobres para mantener un árbol, o incluso, un modesto esparto. La dinámica erosiva, espoleada por la bajada del nivel del mar durante la glaciación, nos regala estos paisajes peculiares. Pero también se lleva los escasos vestigios de los habitantes de aquel tiempo que, instalados junto a un río o laguna, seleccionaban cantos rodados para tallar bifaces. Cuando miramos este paisaje, tenemos que imaginarnos la llanura original, de la que las cimas de algunos cerros conservan pequeños reductos.

Cárcavas (badlands) en Mioceno cerca de Librilla (Murcia). El nivel correspondiente a la antigua llanura ha desaparecido casi completamente. No obstante, los materiales son muy interesantes por su riqueza en vertebrados de hace 7 Ma.

El panorama es distinto si en lugar de quedarnos en la cuenca mediterránea, donde la erosión ha sido atroz los últimos cientos de miles de años, nos vamos a la meseta. Allí los ríos, que vierten en el Atlántico, han conservado mejor el sedimento depositado en los periodos interglaciares en forma de terrazas fluviales que se corresponden de manera aproximada con suelos de distintas etapas de cuaternario. Las más antiguas son las que están a mayor altura respecto al cauce actual. También las llanuras meseteñas, como La Mancha, funcionan de manera prácticamente endorreica, es decir, el agua de lluvia se estanca en lagunas (navas) o fluye muy lentamente. En este caso la erosión es despreciable y las piedras del suelo apenas se han movido de su sitio en 1 Ma. No sólo los artefactos del Paleolítico Inferior se quedan allí, sino cualquier cosa que caiga al suelo, desde una moneda del s. XIX hasta un meteorito. Cuando estéis en La Mancha, pensad que hace 300 Ka era similar en vegetación y fauna al Serengueti, pero hace apenas 50 Ka se parecía más a la estepa siberiana.

En un lugar de La Mancha, donde los arados remueven los artefactos dejados por Homo erectus.

Espero que estas reflexiones os ayuden a mirar el paisaje con otros ojos.

La llanura contemplada desde una covacha en un promontorio.

Mazarrón

Querido lector, a estas alturas ya habrás notado que me identifico usando solamente el primer apellido, Raja. No es que desprecie mi rama materna, de apellido Baño, sino que me acostumbré a firmar los artículos de Matemáticas como “Matías Raja” porque los extranjeros no entienden demasiado bien los usos españoles ni la letra eñe. Firmar con los dos apellidos es arriesgarme a que me llamen Sr. Bano, o sea, señor inexistente o superficial (véase la RAE para entender la chanza). Por otra parte, “Matías Raja” es una combinación poco frecuente, y no hay peligro de confusión con el único tocayo que Google es capaz de encontrarme. Va siendo el momento de explicar qué tiene todo esto que ver con el título del post… realmente, no mucho. Solamente que el apellido Raja es relativamente frecuente en Mazarrón, el pueblo donde nació mi padre.

Paisaje de las minas de Mazarrón, en total abandono. Destaca el castillete de madera.

Mazarrón es una palabra que a mucha gente evoca veraneo soleado, buen pescado y excelentes tomates. Pero en otros tiempos, no muy lejanos, Mazarrón era sinónimo de minería. La población fue fundada sobre los filones de plomo argentífero que atrajeron a los fenicios y contribuyeron en buena medida a la financiación del Imperio Romano. Después de muchos siglos alimentando a la industria con su riqueza en metales y alumbre, no hay un solo testigo monumental que recuerde el pasado extraordinario de esta villa. Peor aún, la codicia permitió la demolición parcial del Castillo de los Vélez y horadar un pozo minero dentro de lo que fue su palacio en pleno siglo XX.

Esquema del filón «Prodigio» de Mazarrón (F) en el libro de A.M. Bateman «Yacimientos minerales de rendimiento económico» (Ed. Omega, 1978), un ejemplo a nivel mundial.

Paradójicamente, después tanta tropelía, los vestigios de la actividad minera han pasado a ser el mayor activo histórico de Mazarrón. Y, como no, este patrimonio arqueológico-industrial ahora se encuentra amenazado por la desidia y la ruina, por las gentes incívicas que arrojan escombros y basura en los cotos mineros, por los buscadores de chatarra que vandalizan maquinaria y castilletes y, finalmente, por los “técnicos” que, sin la más remota idea de lo que tienen entre manos, crean problemas donde no los había.

Mis abuelos paternos: Ana Caruana Lardín y Juan Raja Méndez.

Mi abuelo Juan Raja fue minero. Mi padre llegó a trabajar también en las minas, con unos papeles que le acreditaban una edad mayor que la que tenía. Es un consuelo pensar que la necesidad de falsificar documentos para encubrir el trabajo infantil distingue un estado de derecho del tercer mundo ¿no? Mi abuela Ana Caruana debe su raro apellido a un antepasado que llegó a Mazarrón huyendo de Malta por unas deudas de juego. Incidentalmente, esto me hace “pariente lejano” de un exgobernador del Banco de España y de un ex-Chief Minister de Gibraltar. No viendo mucho futuro en las minas, Juan y Ana con sus tres hijos dejan Mazarrón y se instalan cerca del Cañarico. Allí, mi abuelo se dedicaría a hacer pozos, esta vez de agua, el tiempo de vida que le dejó la silicosis.

Uno de los libros de Mariano C. Guillén dedicado al pasado minero de Mazarrón.

Aunque siempre he mantenido el contacto con Mazarrón por cuestiones familiares, gracias a Tere, ahora estoy más involucrado con el pueblo minero al que debo mi apellido Raja. Por eso quiero agradecer aquí la labor de las dos personas que más han hecho, y siguen haciendo, por la conservación de la memoria de Mazarrón. En primer lugar, Mariano C. Guillén Riquelme, óptico, mineralogista, historiador y mazarronero de adopción. Con sus bien documentados libros y búsqueda incansable de fotos antiguas, ha rescatado del olvido una buena parte de la historia de Mazarrón, particularmente, el siglo de esplendor minero. Y en segundo lugar, que no detrás, Antonio Paredes Navarro, carpintero jubilado, hombre de curiosidad insaciable por el pasado, que ha sido capaz de montar un museo extraordinario con objetos que, de no ser por él, hubieran acabado en una hoguera o en la chatarra.

En el Museo, con Antonio Paredes y Pedro Martínez.

Conocí a Antonio Paredes a través de mi amigo Pedro Martínez Pagán, que me concertó una visita a su museo en agosto de 2020 (en estos tiempos de Covid, las visitas son con cita previa). El Museo Antonio Paredes dedica una gran parte de su superficie a la minería. Sin embargo, eché en falta una mayor representación de los minerales explotados, ya que sólo había piedra de alumbre y una pieza de galena muy sobada. Antonio reconoció que él no era experto en ese tema y me comprometí a ayudarlo. Durante el verano de 2020, con sede en Bolnuevo, me dediqué a recolectar los ejemplares de minerales que le entregué en septiembre de ese mismo año. Aquí podéis ver la memoria que describe las piezas donadas al Museo Antonio Paredes.

Minerales de Mazarrón donados al Museo Antonio Paredes, en el momento de llevarlos…
… y ahora formando parte de la exposición (foto por cortesía de L. Arrufat).

Hay muchas más cosas sobre Mazarrón, sobre todo en cuestión de minerales y arqueología, de las que hablaré en futuros posts. Éste está dedicado a mi padre, José Raja Caruana, que me llevó muchas veces a las terreras de San Cristóbal a buscar minerales.

Acabo con una petición: si tenéis 40 minutos e interés en Mazarrón, por favor, dedicadlos a ver este vídeo de Juan Sánchez Calventus, defensor del paisaje cultural minero. Ojo, hay traca final. ¡Gracias!

Rincón de Bolnuevo – Puntabela, otro motivo para visitar Mazarrón.

Para saber más sobre la mineralogía de la comarca de Mazarrón visiten mi post Minerales de Mazarrón.

Rüdiger Nehberg

Me enteré de la muerte de Rüdiger Nehberg durante el primer confinamiento de 2020. Tras profundizar en los detalles de la noticia, sentí alivio o, mejor aún, alegría. Os dejo que penséis que soy un desalmado durante unos instantes… y ahora, por favor, seguid leyendo. Rüdiger Nehberg murió de viejo, a un mes de cumplir 85 años. Para un hombre que hizo de jugarse el pellejo un modo de vida, morir de viejo ha sido su mayor éxito. 

Rüdiger en «su salsa» (foto tomada de un obituario)

Rüdiger, o Ruediger como también firmaba, simultaneó el oficio de pastelero en su Alemania natal con la práctica de técnicas de supervivencia. Literalmente, después de preparar tartas de merengue, salía a almorzase un gato atropellado en la carretera o algo peor. Remontó el Nilo Azul con medios rudimentarios enfrentándose a toda clase de peligros, incluido el ser humano (uno de sus compañeros de viaje murió allí tiroteado). El revólver que luce en algunas fotos no es de atrezzo. Cruzó en solitario varias veces el océano Atlántico… vale, mucha gente también lo ha hecho. Pero él, en su primera travesía, utilizó un hidropedal, y para la segunda, navegó en una balsa de troncos. Atravesó a pie el Desierto de Danakil y convivió con tribus indígenas de varios continentes. Entre ellas, los Yanomami, que lo aceptaron como uno más de ellos. Y él, por su parte, empleó su fama para luchar por los derechos de las tribus. Porque Herr Rüdiger Nehberg fue también un destacado activista, sobre todo en las últimas décadas de su vida, fundador de una ONG para contra la mutilación genital femenina (vedlo aquí en charla TEDx). Si queréis saber más sobre la vida de Sir Vival, mirad para empezar este post de Un extremeño en el Ártico. Más información en su propio blog, sólo si domináis el alemán, y por supuesto, sus libros, muchos de ellos traducidos.

Su best-seller: todo lo que hay que saber de supervivencia, aderezado con sus aventuras.

La primera vez que supe de la existencia de Rüdiger Nehberg fue a comienzos de los años 80. Le dedicaban un pequeño reportaje en la televisión donde salía mostrando técnicas de supervivencia en un bosque alemán con una meteorología adversa. Me impresionó que no necesitara ropa (lo que no llevas no se moja) y que su mochila consistiera en un armazón uniendo dos grandes bidones de plástico con tapón de rosca (para que evitar que se moje el contenido). Por aquella época, mi hermano trajo a casa el Manual del Aventurero y su lectura me inspiró distintos “entrenamientos” con los que prepararme para situaciones difíciles. Salía a correr descalzo por pedregales en El Cañarico, entre otras cosas, quizás aún más extrañas, que han terminado influyendo en mi carácter y lo que soy ahora.

No menos interesante que la «primera parte» pero más específico.

Han pasado muchos años desde que yo quería ser como Rüdiger Nehberg, o como Miguel de la Quadra-Salcedo (que, por cierto, murió también con 84 años), perderme por la Selva del Amazonas o cualquier otro lugar inhóspito y volver para contarlo. Quizás no lo deseé con suficiente intensidad, tal como predica San Paulo Coelho. Así que las cosas fueron por otros derroteros: hice de las Matemáticas mi modo de vida, y mis viajes o aventuras no tienen nada de “extremo”. Pero me queda la nostalgia de un mundo donde los viajes no eran fáciles y no existían los móviles para sacarte de aprietos. Esa nostalgia es la que, para mí, representa la foto borrosa que encabeza todas las páginas de mi web: sentado en una valla, tenía 22 años, y nunca había estado más lejos de casa, ni del mar. Detrás, la selva de Paraguay, al noreste de Asunción, salpicada de lapachos en flor (que no se aprecian). Selva que se continúa, detrás del horizonte de la foto, en el Mato Grosso brasilero… y mucho más allá, está el Gran Río de las Amazonas.

En un mundo globalizado, los viajes nunca volverán a ser así…

Descansa en paz, Rüdiger Nehberg. Te lo has ganado.