Almadén, la mina… Un pleonasmo o tautología para comenzar, puesto que la palabra árabe de la que deriva Almadén significa “la mina” (reflexionad un momento, con la etimología en la mano, sobre el comienzo de la frase que sigue). La mina de Almadén es uno de esos santos lugares de la mineralogía a los que me referí hace cuatro semanas (o posts), porque es el lugar de la corteza terrestre donde se ha concentrado la mayor cantidad de mercurio. Se estima que la mina de Almadén (ojo, la mina, en singular) ha producido un tercio del mercurio mundial.
Tras más de veinte siglos de explotación casi continua (hasta 2003), sigue siendo el lugar con más mercurio del planeta. Si no fuera suficiente, en la cercana localidad de Almadenejos también se explotó el mercurio y hasta manaba líquido por el suelo. Siendo tan grandes las reservas de mercurio, el cese de la minería tiene su principal motivo en las políticas para restringir el uso de este metal debido a la toxicidad de muchos de sus compuestos. Insisto, ciertos compuestos, porque ahora puede parecer un milagro que mi generación haya sobrevivido a las desinfecciones de heridas con mercromina, a los empastes dentales de amalgama y, sobre todo, al juego con las gotitas de mercurio de los termómetros rotos.
El mercurio se encuentra en Almadén mayormente en forma de cinabrio, un sulfuro de intenso color rojo usado como pigmento en la antigüedad. También hay diseminado en la roca mucho mercurio nativo. La palabra misma “cinabrio” nos llega sin apenas cambios del griego, y quizás sea incluso más antigua. El cinabrio puro tiene una densidad de 8,17 g/cm3, superior a la de la plúmbea galena, y que es impresionante para una piedra roja con cristalitos translúcidos. A veces le pido a los visitantes que comprueben la gran densidad del cinabrio sopesando una pieza con la mano. Cuando les digo que el peso se debe al mercurio contenido, dejan la piedra con aprensión. Yo suelo “tranquilizarlos” diciendo «no te preocupes, tu cuerpo recibirá más mercurio de una rodaja de emperador a la plancha o de un tartar de atún que de esta piedra».
Conservo desde la infancia un fragmento de la clásica cuarcita negra de Almadén impregnada de cinabrio que le regalaron a mi padre en Madrid, su último destino laboral, porque sabían que a su hijo le gustaban las piedras. Me la entregó con la misma advertencia que le dieron a él: nunca tocar los objetos de oro con ella. Aunque no sé hasta que punto el mercurio líquido o volátil puede formar amalgama con el oro a temperatura ambiente, sigo respetando escrupulosamente el consejo.
He estado varias veces en Almadén. La primera en 1989, al comienzo de mis estudios en la universidad. Entablé amistad con un estudiante de Ciudad Real que me invitó a pasar unos días en su casa. Casualmente, su familia conocía a alguien en la mina y me concertó una visita. Recuerdo llegar a Almadén en tren una tarde fría y lluviosa. Al salir de la estación me esperaba un coche de la empresa minera. No recuerdo mucho del paseo por las instalaciones, tras el cual recogí unas muestras de mineral bajo la lluvia. Años después, ya en este siglo y en mi coche, volvía a pasar por Almadén. Un guarda nos permitió recoger algunas piezas de un acopio cercano, pero en esa ocasión mi mano ya estaba entrenada para buscar el cinabrio puro (filoncillos en la roca de caja, bandeados por un silicato).
Casualidades de la vida… había quedado en la famosa Venta El Descargador de La Unión con “El Robles” para visitar la mina de Los Pajaritos, y se presenta con un señor que podría pasar por Don Quijote que también viene a picar cuarzos. Resultó ser Fernando Palero, el ingeniero de minas encargado del acondicionamiento de las galerías históricas de la mina de Almadén para su uso turístico tras el cese de la minería. Con él realicé una visita inolvidable, pasando por túneles que databan del s. XVII todavía sin desescombrar, con el malacate del Baritel de San Andrés tal como lo dejaron hace siglos. Después me llevó al último acopio de mineral que quedaba y partimos a mazazos algunos bolos en busca de cristales de cinabrio.
La última vez que visité Almadén fue en 2019 como parte de una excursión organizada por mi querido Paco Guillén para los alumnos del Curso de Patrimonio Geológico en la Universidad de Murcia, a la que también podían apuntarse los amigos hasta completar el aforo. El Parque Minero de Almadén ya estaba abierto a los visitantes, así que hicimos el recorrido turístico tal como está montado, que incluye bajada en jaula y salida en trenecito. La visita es muy recomendable, pero no esperen recoger muestras de cinabrio: ya no se puede.
Hay mucha historia en Almadén, tanto en la mina como en el pueblo. No hablaré aquí de los forzados que no volvían a ver el sol en su vida… eso es fácil de encontrar en Internet. Menos conocido es el asunto de las berenjenas. Cuando a alguien de Almadén se le pregunta por berenjenas, siempre responde diciendo que las suyas son mejores que las de Almagro. Quizás esta rivalidad entre las villas se remonte la época del renacimiento, cuando las ganancias de la mina de Almadén eran invertidas por sus arrendatarios, los Fugger (Fúcares, para los habitantes de entonces), en embellecer Almagro.
Para acabar, un hallazgo sorprendente en el corazón de la Región de Murcia. Paseando por lo que debió ser un asentamiento prehistórico cerca de Ricote, un amigo que siempre tuvo mejor vista que yo, recogió una piedrecita de poco más de un 1 cm que resultó ser cinabrio impregnando una cuarcita grisácea. Por motivos de primer curso de Ciencias Geológicas, la china no procede de los alrededores. Y la paragénesis nos dice que es bastante plausible que provenga de Almadén, de un tiempo remoto en el que el cinabrio era solamente un pigmento.