La mineralogía tiene un buen número de Santos Lugares a los que un aficionado devoto debe peregrinar, o al menos intentarlo, alguna vez en la vida. Tenemos mucha suerte de que varios de esos santuarios del mineral estén en nuestro país, como son los yacimientos de pirita riojanos de Navajún y Ambasaguas, ambos en el entorno de la Sierra de la Demanda, casi en el límite provincial con Soria. Allí se encuentran los mejores cristales de pirita del mundo. No es exageración. La Ciencia lo dijo, y yo no miento, como tampoco lo hace el mono del anís. Hay que decir que las minas de Navajún y Ambasaguas se dedican a la extracción de ejemplares de colección, por lo que la visita está regulada, si bien eso lo he aprendido después de estar allí. No daré información técnica aquí sobre un mineral de sobra conocido como es la pirita. Este post va sólo de mi historia con las piritas riojanas.
La primera vez que pasé por Navajún fue sin premeditación alguna. Después de cenar en París, me dispuse a conducir toda la noche mi añorado Renault Clío (siempre me ha gustado conducir por la noche, pero reconozco que cada vez me cuesta más). El primer café de la mañana lo tomé en Caparroso (Navarra). Mirando el mapa de carreteras pensé que difícilmente podría pasar más cerca de Navajún en el futuro, así que ¿por qué no? Al llegar al angosto pueblo de casas de piedra, acierto a preguntar a los mineros que se disponían a subir a la explotación en un Nissan Patrol para comenzar la jornada. Me dicen que los siga en mi coche. El camino era muy empinado y a pesar del frío matinal sentía como el motor trabajaba en exceso. Es muy posible que los problemas de culata que el coche tuvo después empezaran allí. Al llegar arriba, uno de los mineros me señala una zona por donde puedo recoger piritas, ya algo oxidadas, que a ellos no les sirven. Tras hacer un pequeño acopio, les doy las gracias y sigo mi camino a Murcia.
He vuelto a Navajún en un par de ocasiones más, aprovechando expediciones turísticas por La Rioja. Casualmente, esas otras veces han sido en domingo o festivo. Sin mineros, pero con la cancela del camino echada, por lo que he tenido que subir a pie. El frente de explotación de la mina Ampliación a Victoria está aislado por una charca, que ablanda la roca y protege las piritas de los furtivos. Cuando los mineros llegan, lo primero que hacen es poner en marcha la bomba para achicar el agua y despejar el acceso.
Bueno, hay que decir que la charca no es un impedimento si uno está dispuesto a mojarse. Así, con el agua helada como corresponde en plena Semana Santa, allí me metí. Gracias a eso pude hacerme con algunas piezas un poco más grandes de lo habitual. En el frente de explotación al otro lado de la charca, los cubos estaban ligeramente deformados y muy estriados, dándoles un singular aspecto artístico que me resultó novedoso.
Ambasaguas es un lugar si cabe más remoto y merece la pena visitar el pequeño pueblo deshabitado. Se puede decir que las piritas de Ambasaguas complementan, cristalográficamente hablando, a las de Navajún: mientras que en Navajún predomina el cubo, eventualmente en combinaciones con octaedro; en Ambasaguas predomina el piritoedro (rombododecaedro) que, combinado con cubo, da lugar a «cubos panzones».
Llegando a la explotación de pirita, unos carteles avisan de la prohibición de entrar. Así que decido ir por el cauce seco de un arroyo al que han caído algunos escombros con piritas. Al poco se presenta un señor acompañado de un mastín, que viene a decir lo mismo que pone en los carteles. Yo le respondo que hasta donde conozco la ley, el cauce es de dominio público. El hombre me respondió con un contundente «eso al perro le da igual». Así que mi visita a Ambasaguas fue algo más breve de lo que esperaba. Aún así pude traerme alguna muestra para dar testimonio de que cumplí con la peregrinación a los santos lugares riojanos de la pirita.
Supongo que los primeros posts tienen bastante de autojustificación y aún no sé cómo empezar de otra forma… Cuando comenté a mis amigos que iba a poner en marcha un blog algunos me dijeron que eso ya no se lleva. Que es mucho mejor un canal de YouTube o TikTok, y basar la comunicación en vídeos porque la gente ya no lee. Ciertamente, es un argumento de peso, y si antes tenía alguna duda, ya ha desaparecido completamente: nada de vídeos. Voy a seguir escribiendo, porque este blog es para la gente que lee, aunque seamos cuatro gatos mal contados. Tengo mucho respeto por los profesionales que graban y publican tutorials, particularmente los de fontanería casera. Pero lo siento mucho, sin lectura no hay cultura. Aunque el papel va siendo progresivamente reemplazado como soporte, la salud de sus librerías sigue siendo un buen indicador del desarrollo de una sociedad. Para explicar esto mejor, un ejemplo, librerías de España contra librerías de Francia. Lo siento de nuevo, aparte del fútbol, Francia va por delante también en esto.
Un pueblo no muy grande como Archena, hasta los primeros años de este siglo tenía una librería. Digo bien, librería, no una papelería que ofrece unos pocos libros, particularmente los anunciados en la tele. La Librería de Mariano era prácticamente una cueva, por la poca luz que entraba y lo angosto de sus estanterías repletas de libros. Todas las colecciones: Austral, Alianza, Destino, Alfaguara, algún Gredos, diccionarios enciclopédicos Sopena… Ahí compré mi primer ejemplar de Las mil y una noches (tengo unos cuantos… quien conozca esta compilación de historias lo entenderá perfectamente). Mariano «el Librero» (que en realidad no se llamaba Mariano, cosas del marketing, supongo) atendía con una levita gris y asesoraba diligentemente sobre cualquier libro que se le preguntara. Ha llovido bastante desde que Mariano se jubiló y traspasó el negocio con la condición de que conservara el nombre. Y así ha sido: la todavía llamada Librería de Mariano, ahora al otro lado de la calle y en un local mucho más luminoso, decora su escaparate con los libros de la tele y regalos de primera comunión. Otras librerías de la Región han corrido peor suerte, como Yerba en Murcia o Escarabajal en Cartagena. Incluso el emporio Diego Marín ha tenido que reducir sus locales a sólo dos: la clásica González Palencia y la «juguetería» sita en el polígono El Tiro. Cierto es que han aparecido comercios nuevos, como Casa del Libro o las secciones de libros en grandes superficies, pero su política anti-fondos me impiden considerarlas librerías sensu stricto.
Mientras que en España hay centros comerciales donde no se venden libros y pueblos sin librería, en Francia se pueden encontrar librerías sin pueblo. El Canal du Midi, en su recorrido desde Toulousse hasta el Mediterráneo ofrece numerosas estampas bucólicas y rincones singulares. Uno de ellos es Le Somail, que no llega a la categoría de pueblo y se queda en aldea (hameau, en francés). Un puente de piedra sobre el Canal, el centro vital de este caserío, desde el que se observa el embarcadero, una terraza al aire libre donde degustar los vinos del Languedoc, y una sorprendente librería. Ya antes de entrar en la Librairie Ancienne, hay que esquivar mesas con libros viejos o dañados a precios económicos. Un pasillo relativamente largo atestado de libros hasta el alto techo conduce a una enorme sala rectangular con dos alturas y exposición en el centro. La foto lo explicará mucho mejor que yo.
Dos advertencias. En primer lugar, la librería de Le Somail es esencialmente una librería de viejo (para ser justos, tendría que haber mencionado el mítico Bazar del TBO en mi repaso a Murcia). Una librería moderna ofrece lo que se ha publicado en los últimos años, una librería de viejo ofrece lo que se ha publicado en los últimos siglos. No hay comparación. En segundo lugar, la mayor parte de los libros están en francés. Recomiendo el conocimiento de esta lengua de cultura que nos abre las puertas a una infinidad de obras interesantísimas que nunca se traducirán al español por motivos más que obvios.
Remontando el Canal du Midi, que es Patrimonio de la Humanidad por la UNESCO, llegamos a la amurallada Carcassonne, también Patrimonio de la Humanidad y tal… y a menos de 20 km de allí está Montolieu, uno de los varios Villages du Livre que tiene Francia. Más de 15 librerías (como el número puede fluctuar os dejo este enlace), y alguna con varios pisos, en un pueblo que se recorrería en menos de diez minutos. No hace falta decir que a Montolieu no se va a disfrutar de sol y playa. Aún así, recibe muchos turistas en verano, diría que bastantes más que Urueña, su villa homóloga en España. Os sugiero, como actividad instructiva de vacaciones, efectuar la comparación de Montolieu, Canal du Midi y Languedoc, con Urueña, Canal de Castilla y Ribera de Duero. Para que haya una mención a las piedras, cerca de Carcassonne y Montolieu está Salsigne, en cuya mina a cielo abierto se explotó hasta 2004 el oro contenido en las piritas arsenicales.
Son muchos años yendo a Francia y he desarrollado una serie de rituales alrededor de los libros. Por ejemplo, cuando paso por París siempre visito la Gibert Joseph del Boulevard Saint-Michel. Pero no quiero aburrir al lector con más recuerdos de librerías francesas. Para acabar este post lo mejor que se me ocurre es una despedida con estilo… no la mía, sino la una librería gala en el momento de su cierre. Sí, también cierran librerías en Francia. Esta nota la encontré en 2016 en un escaparate de Saint-Martin-de-Crau, en esa peculiar región taurina conocida como La Camarga. La foto no es muy buena porque la hice de noche.
A continuación la traducción de la nota:
Con pesar, la librería cerrará sus puertas definitivamente.
Antes de irme quiero agradecer a mis amigos lectores y a todos aquellos que me han ayudado y apoyado durante estos siete años.
Doy las gracias a todos aquellos y todas aquellas que han permitido la existencia de este pequeño comercio local.
Gracias por vuestra amabilidad, vuestra confianza y vuestra simpatía.
A los otros, los internautas y compinches, que permiten que las grandes corporaciones de siempre se enriquezcan, les diría que ya no es necesario quejarse de que el comercio (del centro) del pueblo se está muriendo.
Una página pasa para dejar sitio a otra historia…
El libro que hemos escrito juntos está lleno de bellos encuentros, de buenos momentos y de gente maravillosa que están grabados en mi memoria para siempre.
Nada de rabia, nada de resentimiento, ni de rencor, sólo la preocupación por el porvenir de nuestro comercio local.
Marjorie
Adenda 5/01/2023
En el año y pico que lleva este post publicado han ocurrido varias cosas significativas. En primer lugar, el interesante comentario del Sr. Cabrera que pueden leer abajo. En segundo lugar, decir que entre los artículos que publica el XLSemanal de Vocento, que en Murcia se vende con La Verdad, apareció un artículo de Isabel Coixet con una referencia implícita a Montolieu y más recientemente uno de Arturo Pérez Reverte mencionando la librería Gibert Joseph de París. Finalmente, para alegrar a los lectores murcianos, no dejen de visitar la librería Mandrágora. De haberla conocido antes, este post no hubiera resultado tan pesimista.
Adenda 17/12/2023
Debe de resultar llamativo para el viajero encontrar un monumento a la entrada de Blanca (Murcia) que se refiere a la población del Valle de Ricote como «Villa del Libro». Para los que conocemos algo el lugar, más que llamativo resulta extraño. Por eso no sorprende en absoluto que Blanca no aparezca en ningún listado o reportaje sobre las Villas del Libro patrias. Tras indagar un poco en el asunto, parece que se trata de uno de esos habituales brindis al sol de la política española, a los que algún día dedicaré un post. Los detalles son incluso más sórdidos: me cuentan que una bienintencionada vecina donó su biblioteca personal al ayuntamiento, y que los libros ensartados en alambres, fueron usados a modo de guirnaldas por las calles de Blanca. El cielo, enfurecido por la afrenta, llovió esa misma noche poniendo fin al «despliegue cultural».
Al comienzo de la Galería de minerales digo que mi colección no contiene minerales procedentes del comercio, en general. Eso no significa que yo me autoimponga no comprar minerales. De hecho, adquiero minerales de vez en cuando por motivos diversos: se trata de una bella pieza que nunca podría encontrar yo mismo; o bien quiero familiarizarme con un determinado mineral antes de ir a buscarlo a una mina… o ese ejemplar está tan barato que no puede ser verdad. Lo que digo, sencillamente, es que esas piezas no forman parte de mi colección. Llegado este punto, podéis decir que soy un majadero de primera… pero todo tiene su motivo, y el mío es que las piedras me tienen que contar una historia. Cada vez que miro mis vitrinas, en lugar de minerales veo recuerdos, viajes, aventuras… en definitiva, historias vividas que un ejemplar comprado en una tienda difícilmente me puede contar. Muchas de esas historias las escribiré en este blog, pero algunas otras seguirán siendo un secreto entre mis piedras y yo. Hoy os contaré la historia de una wolframitade Córdoba. Mejor dicho, me limitaré a trascribir lo que ella me cuenta a mí.
Pero antes de comenzar con la historia, haré algunos comentarios generales sobre esta mena. Se podría decir que la wolframita es un óxido de wolframio, hierro y manganeso donde estos dos últimos metales se complementan en proporciones variables. Sin embargo, por misterios de la Ciencia Química, este mineral se considera un wolframato de hierro y manganeso, es decir, la sal que produciría por reacción el llamado ácido wolfrámico, que ni siquiera existe como líquido. En la wolframita es más frecuente la presencia de hierro en detrimento de la de manganeso, aproximándose a la variedad llamada ferberita.
Las mejores wolframitas (variedad ferberita) de la Península Ibérica proceden de Panasqueira (Portugal). Curiosamente, la ferberita fue identificada por primera vez en Sierra Almagrera (Almería). Eso es algo que tengo muy presente cada vez que remonto el Barranco del Jaroso desde Los Lobos, sin que hasta el momento me haya tropezado por allí una sola piedra sospechosa de contener wolframio.
Ahora sí, comienza la historia… Con mi Renault Clío hice muchos viajes de fin de semana a distintos lugares de España en busca de minerales con «el Mirete» como guía en el asiento del copiloto (Introducción a los minerales de España, Emilio Galán y Salvador Mirete, IGME 1979). Sin embargo, la elección de Villanueva de Córdoba fue resultado de las menciones a la minería del wolframio hechas por unos antiguos vecinos procedentes de la localidad cordobesa.
Llegué a Villanueva de Córdoba por la tarde, y salí a cenar después de asegurarme una habitación para esa noche en una pensión (no existía todavía Booking.com). En un bar cercano se estaban convidando unos señores que debieron de haber conocido las minas en activo por mera cuestión de la edad. Después de invitar a los parroquianos a varios chatos de vino y una ración de jamón, la información más interesante me la proporcionó don Pedro, un señor menudo que debía pasar de setenta. Acordamos que a las 6:00 AM del día siguiente lo recogiera para ir a su campo, en donde se explotó el wolframio.
Todavía a oscuras y molido por el madrugón recojo a don Pedro. Camino de sus tierras hacemos sendas paradas en dos bares a “calentar motores”. Al final llegamos pasadas las 8:00, ya con el sol fuera. Por el camino me va contando su historia. En sus tierras no hubo una mina oficialmente hablando, sino mineros furtivos que llegaron allí a explotar una veta de wolframio cuando el precio de este metal estaba disparado por la Segunda Guerra Mundial. Su padre tuvo que avisar a la Guardia Civil para echar a los mineros que invadían su propiedad.
Don Pedro me dijo que era frecuente encontrar por allí piedras con pintas negras de wolframio (wolframita) y me enseñó una bastante grande que guardaba desde hace muchos años para que viera el aspecto del mineral y supiera lo que buscar. Tras un par de horas, don Pedro ya había acabado sus tareas en la parcela, mientras que yo apenas había encontrado unas pocas piedras de cuarzo con inclusiones diminutas de wolframita. Viendo mi evidente decepción, don Pedro se acerca con la piedra que me había enseñado antes y me dice que me la quede. Regresamos a Villanueva y agradeciéndole una vez más su generosidad me despedí de él.
Esa wolframita forma parte de mi colección. Cada vez que la miro me cuenta esta historia y me acuerdo del señor Pedro de Villanueva de Córdoba.
La edición de El Faro de Caravaca cuya portada tengo escaneada en Algo sobre mí, dice literalmente con respecto a los fósiles de mamut que descubrí en ese municipio “un profesor de matemáticas encontró casualmente los restos el pasado verano” (ojo, de esto ya han pasado unos cuantos años). Sin negar que todo hallazgo paleontológico tiene un componente casual importante, el titular parece obviar una parte causal no trivial de conocimiento y trabajo aportados por mí. Si algún periodista hubiera contactado conmigo en aquel momento, podría haberle contado detalles interesantes sobre cómo se produjo el descubrimiento. Quiero pensar que fue bad timing, simplemente. Que de haber existido entonces nuestra apreciada UCC (Unidad de Cultura Científica de la Universidad de Murcia), el hallazgo de los restos del mamut, el primero de su clase en la Región de Murcia, hubiera tenido la cobertura debida, sin duda, y hasta hubieran visto una foto mía… Bueno, a estas alturas ya no espero que venga nadie a preguntarme cómo de casual, o no, fue dar con esos huesos, así que ahí va la verdadera historia del mamut de Caravaca.
Durante mucho tiempo he estado frecuentando Caravaca y sus alrededores. No recuerdo como comenzó, pero pronto se convirtió en una costumbre casi semanal con su ritual: buscar piedras por la mañana; refugiarse en El 33 cuando apretaba el sol con una Franziskaner en la mano mientras le preguntábamos a Paco por las tapas del día; y después, echar un rato más por la tarde antes de volver a casa.
Lo que sí recuerdo un poco mejor es lo que me llevó a la rambla del Piscalejo: sus famosos piritoedros (cristales pentágono-dodecaédricos de pirita). Aunque se considera un yacimiento clásico, no tenía una ubicación exacta. Remontando la rambla desde el puente romano es fácil ver piritoedros oxidados (total o superficialmente) de tamaño centimétrico. Debido a la mayor densidad de la pirita, los piritoedros arrastrados por las lluvias tienden a acumularse en ciertos rincones entre los riscos del cauce. Un día mientras un amigo y yo escudriñábamos las piedras con claro afán, pasó un pastor con su rebaño y nos dijo (más bien gritó) «¡Neneh! ¿Ejtaih bujcando eso que son como hierro con picoh? Pos’eso eh mah pa’rriba, allá en lo salitreh». Esas palabras fueron para nosotros como una revelación. Me explico, lo que dijo el pastor convenientemente traducido fue lo siguiente «¡Chicos! ¿Estáis buscando piritoedros? Debéis ir rambla arriba, a las margas yesíferas del Keuper». Después de aquello comencé a recoger mejores piritoedros, pero eso es otra historia.
Volví muchas veces después a la rambla del Piscalejo. Una mañana luminosa paseando por sus meandros, en una de las graveras encuentro una esquirla de hueso fósil pulida por la erosión. ¿Cómo se reconoce el hueso fósil? Sin duda, lo mejor es haberlo visto antes porque tiene un aspecto muy característico dado por la parte mineral (fosfato cálcico) cuando desaparece la parte orgánica (colágeno). Es un lustre muy particular, independiente del tono, que no es necesariamente «color hueso». Otro test consiste en comprobar si el posible hueso fósil se pega a la lengua, cosa que pasa con los fragmentos del Piscalejo. No recomiendo hacer esta prueba de manera sistemática por tres motivos. En primer lugar, porque es repugnante en el caso que el hueso no sea fósil. En segundo lugar, porque no siempre funciona. A veces, los poros que deja la desaparición del colágeno, motivo de la adherencia lingual, son rellenados por algún mineral, que de paso proporciona al fósil mayor densidad y resistencia. Y en tercer lugar, los huesos que se han fosilizado en sedimentos procedentes de la meteorización de rocas plutónicas (no es el caso en Caravaca) tienen cierta tendencia a concentrar uranio… mejor no pasar la lengua.
La aparición de la esquirla de hueso fósil me puso en alerta. Seguí mirando al suelo y al cabo de un rato remontando la rambla encontré una segunda. Luego una tercera, y así sucesivamente… como Pulgarcito, me encontré siguiendo un rastro que me condujo a un lugar en el que la rambla corta un sedimento de tono claro y apariencia estéril. Más arriba ya no aparecían esquirlas así que ahí debía de estar el origen de éstas. En una oquedad excavada por el agua, sobresalía una roca de apariencia extraña, que para ver mejor tuve que tirarme al suelo. Viendo que eran huesos, parecía que había llegado a la fuente de las esquirlas. Una inspección más detallada reveló que la zona donde aparecían restos de huesos era un poco más extensa que la oquedad incluyendo parte del talud. Trato, sin éxito, de localizar algún hueso característico que dé información sobre la especie. En su lugar, tomo una «pelota de hueso» que estaba levemente adherida a la pared por algo de barro. Unos días después se la enseño a D. José María Vázquez Autón, catedrático de Anatomía Veterinaria de la Universidad de Murcia que tras observar la pieza dijo varias cosas muy interesantes: 1) se trata de una cabeza de fémur; 2) por el tamaño el animal debía ser bastante más grande que un caballo; 3) la superficie rugosa del hueso indicaba que el animal estaba todavía creciendo en el momento de su muerte, es decir debía ser un juvenil, como mucho. Volví a Caravaca a inspeccionar el terreno donde aparecieron los restos. Ganando un poco de altura sobre la rambla observé que los terrenos blanquecinos se continuaban, sin la más mínima discordancia, en los conglomerados rojizos del glacis que forma el suelo primitivo que la rambla erosionó. Esto me permitió adscribir el sedimento a un periodo lacustre en el Cuaternario. Por otra parte, la ausencia de otros fósiles en el sedimento me hizo pensar que la laguna debía ser excesivamente salina para la vida, posiblemente por la removilización de sales del Keuper.
Vertebrado terrestre, tamaño enorme y era geológica apuntaban a un elefante. Quizás un mamut de los que convivieron con los primeros humanos que habitaron estas tierras… Con toda esta información me dirigía a D. Miguel Ángel Mancheño, profesor de Geología, que en aquel momento estaba más centrado en la Paleontología con motivo de la puesta en marcha de las excavaciones de la Sierra de Quibas. Fuimos a visitar el yacimiento con Juan Abel, su estudiante, quien posteriormente se ocuparía del trabajo más pesado. A partir de ese momento toda la gestión del hallazgo quedó en manos del profesor Mancheño. Yo me acerqué en distintos momentos a ver si aparecía la cabeza del animal. Tenía la corazonada de que debía de estar enterrada allí todavía porque entre las esquirlas de la rambla nunca había encontrado restos de molar. Pero no hubo suerte.
Los trabajos se llevaron un tiempo porque Juan Abel sólo podía trabajar en fines de semana. Así que de las imágenes veraniegas de las prospecciones pasamos a la primera nevada del año.
Una buena porción de sedimento conteniendo unos cuantos huesos en conexión anatómica (vértebras, parte de pelvis…) fue preparada para su transporte en un cajón, como una momia en su sarcófago. El peso y el tamaño de la momia hacía difícil su transporte seguro hasta la pista forestal donde el Nissan Patrol de la Universidad podía llegar. El profesor Mancheño consiguió los servicios de un helicóptero de Protección Civil. Así que el mamut (o lo quedaba de él) salió volando de la rambla del Piscalejo, pero no exactamente como Dumbo.
La investigación de los restos dio lugar a un artículo, y la momia, una vez preparada y consolidada fue expuesta un tiempo en el vestíbulo del Museo Arqueológico Regional. Ahora se conserva en un almacén de la Comunidad Autónoma a la espera de que alguna vez se ponga en marcha el Museo Regional de Paleontología en Torre-Pacheco… ¿Recuerdan el final de En busca del arca perdida de Indiana Jones? Mismamente. The End.
En agosto de 2004 hice el Camino de Santiago (el llamado Francés, pero únicamente la parte española) con mi compañero de la universidad Leandro (años después hice el tramo aragonés desde Somport a Puente la Reina de manera más sosegada junto a mi pareja en aquel entonces). Aprendí muchas cosas, pero si tengo que dar un solo consejo a quien quiera hacer El Camino, simplemente diré cuanto más lejos empieces de Santiago, mejor. El texto que incluyo lo escribí al poco de regresar, quiero pensar que bastante influido por mítico Viaje a la Alcarria de Cela. Lo he retocado levemente para poder publicarlo aquí, quitando alguna errata, añadiendo alguna explicación extra y un par de epílogos adicionales. Las pocas fotos que he puesto son las únicas que conservo de esa “hazaña”.
De Roncesvalles a Santiago de Compostela: crónica de los peregrinos.
Prólogo
“Tengo algo que proponerte…” le dijo uno a otro un mes antes de convertirse en peregrinos. Era ya tarde para arrepentirse cuando el Opel Corsa de alquiler cruzaba España de sur a norte durante la madrugada. Quizás el entrenamiento no había sido muy exhaustivo (un par de caminatas por la vía verde Murcia-Caravaca), pero para que andar más si nos íbamos a hartar. El Camino se ocupa de curtir al peregrino para que éste pueda realizarlo, dicen. También oímos que de Roncesvalles a Santiago hay tres fases: la física, la mental y la espiritual. Pero también nos encontramos con gente que tuvo que abandonar el Camino con graves lesiones. Gente entrenada y con fuertes motivaciones tenía que despedirse de la peregrinación. Ahora nos tocaba a nosotros.
La teoría que durante años ha sostenido el peregrino que suscribe es que el Camino de Santiago se puede hacer en 20 días de manera razonable. Por supuesto, con el entrenamiento adecuado y siendo un atleta se podría hacer en menos tiempo, pero “de manera razonable” significa para cualquiera persona sana sin taras físicas. También se podría hacer el Camino en caballo o bicicleta si lo que se quiere es conseguir la compostela, pero tras esta experiencia hemos llegado al convencimiento de que los jinetes y ciclistas no son peregrinos, al menos en el mismo sentido que los de a pie. En particular, los ciclistas en grupos, con ropas de colores, que se toman el camino como una competición, y se animan y jalean entre si con un “¡Vamos, vamos, vamos!”. Esta gente que trata a los peregrinos andantes como obstáculos, se la encuentra uno después en los bares diciendo que la bicicleta es más dura porque no puede uno pararse cuando quiere, al contrario que los caminantes, que van como de paseo. El Señor los confunda.
El relato que sigue a continuación da algunos detalles de esta experiencia. El primer rasgo que observará el lector es que son más de 20 días, pero atendiendo a los pormenores, se deduce que es posible hacer el camino en menos tiempo si hay voluntad, el clima acompaña y la elección de calzado y ropa es adecuada. Ver que algo es posible se considera una demostración en Matemáticas. A falta de ciertas cosas que aprendimos después, este narrador se vio obligado a practicar una especie de “ingeniería del dolor” para administrar los recursos de su compañero y los suyos propios. Por nadie pase.
Jornada 1 / Roncesvalles – Larrasoaña / 27 km
Un poco aturdidos por la noche en vela comenzamos el camino más por despejarnos que por llegar antes a Santiago. Los peregrinos salen en tropel y, en general, deprisa porque para la mayoría este es su primer o segundo día. La jornada era esencialmente de descenso, aunque con alguna subida fuerte que nos incitaba a tomar cualquier pequeño descanso que las numerosas poblaciones de la ruta nos ofrecían. La desoladora vista de la cantera de magnesita al salir de Zubiri nos avisa de que a los Pirineos le quedan ya poco.
Llegamos a comer a Larrasoaña sin intención de quedarnos allí pues Pamplona parece un objetivo razonable para acabar el día, pero la lluvia nos hizo reconsiderar, hasta tal punto, que nos alojamos en una habitación del mismo restaurante.
Jornada 2 / Larrasoaña – Puente la Reina / 39,4 km
Salimos antes del amanecer, comenzando por senderos entre vegetación frondosa que nos llevaron hasta la carretera, que ya no abandonaríamos hasta Pamplona. La capital navarra nos recibe por su parte mas vasca, que no parece tener nada que ver con el paisaje que se ve al dejarla poco después: sí, la primera duplicación de etapa.
A lo lejos se ve el Alto del Perdón, marcado con generadores eólicos. Esta es la primera subida realmente dura del Camino y afecta particularmente a uno de los peregrinos, mientras que el otro ya no sabe que hacer con las rozaduras de las ingles y las bufetas (ampollas, en murciano) incipientes de las plantas de los pies. Cogí una rama de un árbol seco para usarla como bordón y me acompañó durante todo el camino. Nos abastecemos de ungüentos milagrosos en una farmacia de Puente La Reina y dormimos en el albergue municipal arrullados por infernales ronquidos.
Jornada 3 / Puente la Reina – Los Arcos / 43,8 km
Las obras de la autovía obligan a los peregrinos a un absurdo rodeo a través de senderos diseñados por alguien que no tendrá que caminar por ellos. Los tramos de la antigua calzada romana intercalados no hacen más fácil la caminata. En Estella estamos de paso y nos despedimos de la comarca en la fuente del vino de Irache. Despues de Villamayor, afrontamos el último tramo de 12 km con algo de ánimo por ser cuesta abajo, pero la no-llegada a Los Arcos se hizo eterna, pues esta población no es visible hasta que, literalmente, pones los pies en ella. Buen ambiente en el albergue municipal donde ya estaban el Gigantón, su amigo, la Americana y los Abertzales de Haro con quienes coincidimos durante la jornada.
Jornada 4 / Los Arcos – Logroño / 28 km
No ser capaz de dar un solo paso hasta el lavabo, pero caminar después 28 kilómetros no puede ser otra cosa que un milagro. Desayunamos en Torres del Río y poco después ya es visible Logroño, aunque aún faltan 18 kilómetros y atravesar Viana. Día muy caluroso, íbamos preocupados por el gasto de agua antes de llegar a donde reponerla. Los últimos kilómetros también con escasez de sombras convierten a la higuera de la señora Felisaen el mismísimo paraíso. Decidimos que Logroño bien merece dormir en un hotel céntrico.
Jornada 5 / Logroño – Azofra / 34,8 km
La valla con las cruces de astillas de madera al final de la cuesta y Logroño se pierde de vista. Después, revuelo por un intento de suicidio en Navarrete city center. Por la carretera, a través de viñedos, decidimos suprimir Ventosa del recorrido. Otra curiosa ceremonia: las pilas de piedras planas cerca del punto más alto de esta jornada, poco antes de la bajada a Nájera. De allí, tras las curas pertinentes, seguimos caminando un poco más hasta Azofra, donde nos alojamos en el recién estrenado albergue municipal.
Jornada 6 / Azofra – Belorado / 38,1 km
La salida de Azofra es bastante rápida, pero el cansancio no tarda en poner a cada uno en su sitio. Junto a un campo de golf, el camino hace un ángulo recto para esquivar una urbanización a medio construir (las grúas son visibles desde Azofra incluso). Los peregrinos se acuerdan de que el Camino teóricamente está protegido, pero contra el dinero no hay teoría que valga. En Santo Domingo los peregrinos visitan la catedral con gallinero incluido:
Santo Domingo de la Calzada,
donde cantó la gallina después de asada.
Cruzando los puentes que nos dejara el patrón de los ingenieros de caminos, con un calor infernal y tras varios pueblos llegamos a Villamayor del Río, cuyo albergue estaba cerrado. Forzados, continuamos hasta Belorado llegando al anochecer. Nos alojamos en un albergue parroquial, donde vimos al Gigantón que había llegado mucho antes, pero se había quedado con su amigo lesionado, que se retiraría del Camino ese día. La Americana había seguido andando y el Gigantón salió de noche y enamorado para intentar alcanzarla. No volvimos a verlos.
Jornada 7 / Belorado – Olmos de Atapuerca / 34 km
Borjamari y Piluka nos adelantan al salir de Belorado sin la menor consideración, que, como peregrinos que somos todos, nos debemos. La subida a los Montes de Oca se hace con bastante más alegría que otras anteriores. Comemos en San Juan de Ortega, el delineante de Santo Domingo, y continuamos hasta a Atapuerca. Allí, varios pseudo-peregrinos internacionales okupaban el albergue (una de las peores cosas del Camino, quienes se aprovechan de la infraestructura durmiendo gratis o barato caminando lo mínimo). Entre gilipollez y gilipollez nos animaron a seguir caminando. Desviados de la ruta principal, llegamos a Olmos de Atapuerca. Dormimos en un curioso albergue, donde también los peregrinos pueden hincharse a comer.
Jornada 8 / Olmos de Atapuerca – Burgos / 21,6 km
Se plantea la jornada como un descansado paseo hasta Burgos. El desangelado paisaje al bajar de la sierra de Atapuerca primero, y el interminable polígono industrial llegando a Burgos después, hacen de esta etapa que no sea especialmente interesante. Sólo un supuesto atajo entre disparos de cazadores le dio algo de emoción a la caminata. Visita turística a Burgos con misa en la catedral. Dormimos en un hostal bastante céntrico, cosa que no pudieron decir otros peregrinos que siguieron hasta el albergue municipal, a varios kilómetros en dirección a León.
Jornada 9 / Burgos – Castrojeriz / 40,3 km
Comienzan los páramos castellanos y los caminos cubiertos de gruesos cantos rodados, presuntamente para arreglarlos. Interesante y escondido el pueblo de Hontanas, donde comimos. Pasamos por las ruinas del monasterio de San Antón: letra tau. Los albergues se van llenando en Castrojeriz, pero tenemos suerte y encontramos sitio en un albergue donde las literas son de obra. En esta jornada conocemos a una chica que viene caminando desde Suiza y una señora francesa que comenzó en Burgos, con quienes nos encontraremos en más ocasiones.
Jornada 10 / Castrojeriz – Frómista / 24,7 km
La salida comienza con la subida a un páramo, desde el que se baja hasta el río Pisuerga. El día se va volviendo desagradable por momentos con viento y chubascos esporádicos que obligan a los peregrinos a usar por primera vez sus impermeables. Aunque la intención era llegar hasta Carrión de los Condes, los peregrinos acuerdan quedarse a descansar en Frómista, en un hotel frente a la famosa iglesia románica.
Uno de los peregrinos aprovecha para buscar unas botas más adecuadas para caminar, ya que las que lleva tienen la culpa de sus penurias, mientras que el otro encuentra alivio con unas plantillas de silicona. El esparadrapo se gasta en cantidades industriales. Quizás esto merezca un poco de explicación: una suela blanda no implica comodidad a la larga. La fricción que provoca ampollas en la planta del pie y, aunque estas ampollas se traten, la alteración de la marcha provoca lesiones más graves en las piernas. En mi caso, unas botas con la suela algo más dura surtieron efecto.
Jornada 11 / Frómista – Carrión de los Condes / 19,3 km
El ánimo de duplicar este día etapa tras el descanso del anterior se ve truncado por el temporal que, combinando lluvia, viento y coches, consigue mojar a los peregrinos por dentro y fuera. Alojados en un hostal, los peregrinos dedican mucho tiempo a secar sus enseres. Se mojó incluso el libro de Fernando Sánchez Dragó, Gárgoris y Habidis, el único lujo que me permití incluir en mi escueto equipaje.
Carrión de los Condes es un pueblo muy agradable por varias cosas, siendo una de ellas el carácter de la gente, pues este rasgo deja mucho que desear en algunos de los sitios por donde hemos pasado. Esa noche cenamos un menú del peregrino bastante razonable.
Jornada 12 / Carrión de los Condes – Sahagún / 39,5 km
Aunque el día anterior salió el sol por la tarde, el día comienza con amenazas fundadas de lluvia. En Lédigos adelantamos a Borjamari y Piluka. La llegada a Sahagún se hace ya con día soleado y ganas de atajar por un camino poligonalmente absurdo. Esa noche dormimos en una pensión porque ya asumimos que dormir mal no forma parte de la penitencia. En Sahagún nos encontramos con Paco, su mujer y el señor del carrito.
Jornada 13 / Sahagún – Mansilla de las Mulas / 37 km
Otro día que duplicamos etapa. Vemos a Paco que se queja de tendinitis y el señor del carrito que se queja de la edad. Ellos se quedan Reliegos, nosotros seguimos una legua más:
De Reliegos a Mansilla,
una legua de Castilla.
Allí cenamos en un restaurante que minimizaba la razón calidad/precio y dormimos en un albergue bastante decente.
Jornada 14 / Mansilla de las Mulas – León / 20 km
A pesar de lo corto de esta etapa, la llegada a León se hizo interminable por la sucesión de falsos suburbios que tiene esta ciudad. Encontramos un hostal bastante céntrico y el peregrino de las botas criminales, sabiendo que no las necesitará más, se las envía por correo a casa. La chica de Mansilla de las Mulas con la que uno de los peregrinos tenía apalabrada una cita no se presentó. Sábado noche, toda la gente sale y al final tenemos que cenar en un Lizarrán tras infructuosa búsqueda de sitio en mesones típicos.
Jornada 15 / León – Astorga / 52 km
Los peregrinos, ya curtidos a estas alturas, le dan consejos a un chaval que comienza el camino en León. Engañados por las indicaciones, tomamos la variante llamada de los Francos, más larga. Ya llegando al puente de Órbigo, los caminos se reconcilian y vemos a lo lejos la penosa imagen de Paco cojeando con los bastones y el señor del carrito doblado y arrastrando… su carrito. Ellos se quedan allí, mientras nosotros decidimos continuar hasta Astorga para poner distancia de por medio. Ya no volveremos a verlos. La llegada a Astorga se alarga por seguir las indicaciones para pasar por un puentecillo dudosamente romano. Dormimos en hotel.
Jornada 16 / Astorga – El Acebo / 37,3 km
Nos vamos despidiendo de las llanuras mientras subimos la suave pendiente hasta Rabanal del Camino. La subida continúa hasta la famosa Cruz de Ferro donde cumplimos con el ritual de arrojar las piedras. No hacía frío como esperábamos. Continuamos hasta El Acebo, primer pueblo del Bierzo y nos alojamos en uno de los albergues más tristes que hemos conocido en compañía de una pareja del Llano del Beal. En la puerta el cartel anunciando el sorteo de Navidad. Al pasar, siento que el Calvo de la Lotería me guiña el ojo, por lo que le compro un décimo al hospitalero. No tocó.
Jornada 17 / El Acebo – Villafranca del Bierzo / 39,1 km
Bosque quemado y la posibilidad de encontrar buenos ejemplares de cuarzo lechoso camino de Molinaseca, donde desayunamos. En Ponferrada visitamos el castillo de los Templarios y continuamos el viaje atravesando huertos con calabazas gigantescas. Como en otras ocasiones, la llegada a nuestro destino se hizo pesada por la relatividad de la distancia. Un anciano nos pidió de diéramos vivas a los socialistas poco antes de llegar Villafranca del Bierzo. Cumplimos sus deseos sin demasiado entusiasmo.
Encontramos dos “plazas de suelo” para dormir en el albergue municipal. Cenamos paella precocinada en la plaza mayor acompañada de grandes cervezas. El castillo está adornado con macetas en las ventanas. Encantador.
Jornada 18 / Villafranca del Bierzo – Alto do Poio / 39 km
La caminata comienza antes del amanecer porque hay que afrontar la mítica subida a Cebreiro. Hace algo de frío y ninguno de los pueblos que vamos viendo tiene bar. Conseguimos desayunar y después continuar la suave subida pasando por debajo de los viaductos de la autovía. Como dice la guía, a partir de la Faba comienza la pendiente fuerte, discurriendo parte de ella entre árboles frondosos que a mediodía consiguen dejar en penumbra el camino.
En Cebreiro todo son pallozas y turistas. Tras la comida conseguimos avanzar unos kilómetros más hasta el Alto do Poio. Allí hay un hostal donde no necesitan la documentación de los huéspedes.
Jornada 19 / Alto do Poio – Sarria / 33,4 km
Cuesta abajo hasta Triacastela. Almorzamos. Cuesta abajo hasta Samos con accidente incluido de uno de los peregrinos. Afortunadamente todo queda en arañazos y susto. Sigue la cuesta abajo hasta Sarria, donde nos encontramos llegando con la anduriña suiza, la misma de Castrojeriz. Esta etapa incorpora los elementos básicos del paisaje gallego, que no nos abandonarán hasta Santiago, donde vuela la imaginación y uno se acuerda de las leyendas, particularmente de la Santa Compaña.
En Sarria nos dejamos aconsejar por la Oficina del Peregrino y dormimos en un lujoso hotel. La cosa está clara: para lo que nos queda, hay que evitar los albergues como sea.
Jornada 20 / Sarria – Palas de Rei / 45,5 km
Un rato después de partir de Sarria se encuentra el mojón del kilómetro 100 y desde allí la cantidad de “peregrinos” se hace insoportable, ya que esta es la distancia mínima exigida por la Iglesia para administrar la compostela. Resulta indignante ver ciertas actitudes. Este peregrino, que después de casi 700 kilómetros, se ha olvidado ya de correr y solo sabe andar, no soporta que el Camino sea como unos grandes almacenes en rebajas. Pasamos de largo el falso pueblo de Portomarín.
Una tarde de sol hasta llegar a Palas de Rei. Problemas para encontrar alojamiento. Al final terminamos en una pensión, teniendo como vecinas de unas chicas de la tribu de los pies negros, que a pesar de su lastimoso aspecto habían comenzado a caminar ese mismo día.
Jornada 21 / Palas de Rei – Rúa / 46,3 km
Decididos a quedarnos lo más cerca posible de Santiago, tomamos fuerzas comiendo pulpo en Melide y pasamos de largo Arzúa. Cuando pensamos que ya va siendo hora de recogerse en algun sitio para dormir, resulta que no hay. A paso apresurado, en la oscuridad de la noche y por un peligroso arcén llegamos a una especie de albergue con literas y peste a pies de marranos. No era posible elegir. La cena fue bastante razonable y pudimos cambiar impresiones con unos peregrinos de mantequilla que alternaban paseos con masajes.
Jornada 22 / Rúa – Santiago de Compostela / 21,5 km
Fuerte madrugón para llegar a Santiago antes de las doce y poder entrar a la misa de peregrinos, en domingo y con botafumeiro. Las indicaciones kilométricas entre Lavacolla y Monte do Gozo están mal y se nota en lo que cuesta llegar.
Del Gozo bajamos a Santiago y aun nos da tiempo a tomar un café antes de acercarnos a la catedral a comprobar que no podíamos entrar por varios motivos. Los peregrinos de a pie no tienen ningún privilegio y tienen que hacer cola junto con domingueros y japoneses. El aforo de la catedral se completó mientras estábamos en la cola. Y, finalmente, aunque hubiéramos llegado a la puerta no habríamos podido entrar porque tras la amenaza de bomba aquel verano no se permitía portar mochila en el interior.
Asumiendo la derrota, perdemos la condición de peregrinos al tomar un taxi en dirección a la estación de tren, desde donde comenzamos a organizar el retorno a casa. En el vagón del tren, los experegrinos que regresan se reconocen entre si fácilmente por la marca que deja el Camino y se desean un buen retorno.
Epílogo 1
Tres meses después otro coche, esta vez un Renault Clio cruza España por la noche y con niebla camino de Santiago, ahora con minúscula. Los experegrinos llegan pronto a la catedral, oyen misa, ven el botafumeiro volar, comen marisco, entran por la Puerta Santa, abrazan a Santiago, hunden los dedos en el Pórtico de la Gloria y dan los tres cabezazos oficiales al Santo dos Croques. Al día siguiente, desde Finisterre, regresan a casa con la tranquilidad de haber completado el ciclo.
Epílogo 2
Muchos años después, este experegrino salía de Burgos en coche alrededor de medianoche por la carretera N-120 en dirección Logroño. En alguno de los pueblos cercanos a los Montes de Oca, vio dos siluetas familares. Paseaban juntos y despacio en la penumbra. Y aunque sólo los vio un instante porque el coche seguía su marcha, podría jurar que eran el Gigantón y la Americana.
Epílogo 3
No me olvido de ti querida Asun. Por eso pongo aquí tu dedicatoria.
Ayer celebramos la comida de jubilación de cuatro profesores del Departamento de Química Agrícola, Geología y Edafología al que llamaré de ahora en adelante Departamento de Geología et al. por la parte que más me interesa (no hard feelings para las otras disciplinas). Los homenajeados fueron Ginés Navarro García, María José Martínez Sánchez, Joaquín Hernández Bastida y Carmen Pérez Sirvent.
Carmen, más conocida entre sus amigos como Melita o Meli, es la primera profesional de la Mineralogía del ámbito universitario con la que entré en contacto. No recuerdo bien si era mi último año de instituto o primer curso de universidad, cuando entré al Departamento de Geología et al. y buscando un profesor con el que poder tratar sobre minerales y me encontré con ella (bueno, Meli dice acordarse mejor de aquel encuentro y asegura que era la primera opción). De esa manera comenzamos nuestra relación y cuando Matemáticas se trasladó al campus de Espinardo en 1990 comencé a visitar el departamento con frecuencia. Desde el primer momento puso a mi disposición todo lo que fuera necesario para determinar los minerales que se resistían a ser identificados, así como información sobre yacimientos totalmente desconocidos para mí. Cada vez que llegaba con un mineral dudoso me indicaba el mortero de ágata y me decía “ya sabes”. El porta con el polvo se metía en el DRX (difractómetro de rayos X) y al cabo de un rato interpretaba el diagrama a ojo, mucho más fiable que el primitivo software de la época. Me decía “esos son los picos del cuarzo, ni caso” y al poco tenía el nombre del mineral.
Después empecé a tratar también con Rafael Arana, hombre sabio donde los hubiera que nos dejó precipitadamente en 2011, y con Miguel Ángel Mancheño, geólogo montaraz hasta que un accidente lo jubiló antes de lo que él hubiera querido. Para poner un contrapunto a esta tristeza, en el Departamento de Geología et al. siguen, y espero que por muchos años, Paco Guillén, apasionado defensor del Patrimonio Geológico, y Asun Alías, entusiasta de la Mineralogía que forma un buen tándem con mi querido Luis Arrufat.
Para acabar, una noticia estupenda: Meli me ha dicho que la despedida de ayer fue una pantomima, que no se retira todavía y que se queda en el departamento como emérita.