El año que vivimos peligrosamente

The year of living dangerously es una película de 1982 protagonizada por Mel Gibson, Sigourney Weaver y Linda Hunt (que recibió un Oscar por su papel). Gibson interpreta a un periodista destinado a Yakarta en un momento especialmente tenso de Indonesia. Cuando Gibson conoce a Weaver, se dedica insistentemente a “meterle ficha” ante el aparente desinterés de ésta. El clímax se alcanza en el momento que Gibson y Weaver, empapada ella por la lluvia monzónica, comienzan a besarse apasionadamente mientras suena el tema de Vangelis L’enfant. No cuento más por si hay todavía alguien que no la haya visto… a pesar del título, no voy a hablar de la película, sino de lo que me evoca.

Fotograma de «El año que vivimos peligrosamente».

Cada vez que veo El año que vivimos peligrosamente no puedo evitar recordar ciertas situaciones de mi vida en las que, estando en el extranjero (y particularmente, fuera de Europa), he tenido la impresión de estar completamente a merced de acontecimientos azarosos, con una componente de peligro quizás más subjetiva que real, pero que me ha hecho vivir esos momentos con una intensidad desmedida. Y los amigos con los que he compartido estas vivencias, no diré que acabamos como Gibson y Weaver, pero sí que nos hemos sentido unidos por un vínculo muy especial. El año que «viví peligrosamente» tiene nombre, 1995, y hablaré de mis dos meses en Perú.

Una parte de la aventura se encuadra en la zona fotografiada. Este es el mapa del Perú con el que organicé mis escarceos dentro y fuera del país.

La llegada a Perú

En 1994 comenzó el Programa Intercampus/E.AL. con el que muchos estudiantes universitarios de América Latina pudieron viajar a España y, recíprocamente, muchos estudiantes españoles recién licenciados, o a punto de hacerlo, pudieron disfrutar de estancias en universidades de allá. Tras mi experiencia de Paraguay en 1994, de la que hablaré en otro momento, decidí repetir al año siguiente, siendo agraciado con una estancia de dos meses en en la Universidad Nacional de Piura (UNP), en el norte de Perú. En el vuelo trasatlántico fui conociendo a algunos de mis compañeros de destino. Éramos 17 estudiantes españoles los que pasaríamos una buena parte del verano (boreal) en Piura.

Foto de grupo para la prensa local piurana.

Ésta era la primera vez que la UNP participaba en el programa Intercampus. Cuando el vuelo local desde Lima aterrizó en Piura, junto al avión nos esperaba una banda de música. En el colectivo que nos transportó a la ciudad nos proporcionaron las primeras informaciones básicas para nuestra estancia. Al respecto del terrorismo, nos dijeron, que Sendero Luminoso estaba de capa caída y que nunca tuvo demasiado impacto en el norte del Perú. Los tranquilizadores datos objetivos consistían en que, en la Universidad en Piura, «solamente» habían asesinado a dos profesores. Por otra parte, la presión antiterrorista se notaba en forma de soldados armados con subfusiles en casi cada esquina y el estricto control de viajeros por carretera.

Washinton Calderón Castillo, muchos años después, en una foto tomada de Internet.

Escapada a Ecuador

Nuestro anfitrión era el ingeniero Washington Z. Calderón Castillo, y su mano derecha era un señor alemán que desde sus tiempos de hippie en el primer Woodstock se quedó merodeando por el continente americano. Washington creía que los criterios de selección por los que mis compañeros y yo habíamos sido destinados allí nos auguraba un importante futuro profesional. Por ese motivo, decidió que «trabajaría con nosotros» durante los fines de semana de nuestra estancia. Debió de encontrar bastante resistencia durante el primer taller, porque ese experimento psicológico no volvió a repetirse, al menos en los mismos términos. No obstante, rondaba entre nosotros la duda de si podríamos disponer de los fines de semana para conocer algo más del país. Fue así como decidí probar suerte «escapándome» un par de días a Ecuador.

Sellos en mi viejo pasaporte… si quieres saber qué me pasó en Bolivia, no dejes de seguir este blog.

Un viernes a medianoche, tomé un colectivo hacia Aguas Verdes. Fue muy instructivo ver el aprovechamiento que se hace del espacio: cabras con la patas atadas en el maletero, material de construcción en la baca, la gente en las butacas y el equipaje sobre la gente. Dos horas antes del amanecer, el colectivo nos dejó en medio de la nada: no le estaba permitido llegar hasta Aguas Verdes por el conflicto Perú-Ecuador. Continuamos los pocos kilómetros que quedaban en taxis compartidos. La frontera no abriría hasta las 8:00, así que cubierto con la gabardina para evitar las picaduras de mosquito, intenté dormir un poco más mientras oía una extraña locución radiada desde un altavoz… se trataba de tácticas de «guerra subversiva» para minar el ánimo de los militares ecuatorianos a los que estaba dirigido el altavoz peruano.

Monumento de la Mitad del Mundo… la línea roja es el ecuador terrestre.

Formalizados los trámites aduaneros, tomo un colectivo hacia Quito (Guayaquil estaba más cerca, pero ya llegados a ese punto…). El viaje comienza entre interminables cultivos de banana, pero dura lo suficiente como para llegar a oscuras y con apenas tiempo para encontrar una pensión. Al día siguiente paseo por la ciudad, visito el monumento a la Mitad del Mundo y, satisfecho, comienzo la vuelta al sur. No recuerdo los horarios, pero hacia la madrugada estaba en el puesto fronterizo acompañado de una monja. Intento dormir un poco después de pedirle a la hermana que me despierte antes de que abran. Es el ruido de la gente entrando y saliendo lo que al final me despierta: la sister se había ido a oír misa dejándome hecho un ovillo en mi gabardina y solo. Gasto los últimos sucres desayunado un ceviche de concha negra (una almeja de los manglares llena de fango) y consigo llegar a Piura antes de que se note mi ausencia.

Guía Lonely Planet de Sudamérica, edición en español de 1991, con la que me he movido por siete países.

Las Huaringas

Desde nuestra llegada a Piura, las autoridades regionales nos habían prometido que nos llevarían a visitar Las Huaringas, unas lagunas de Los Andes piuranos en las que los brujos locales realizan vistosos rituales. En aquel momento tenían bastante fama porque se atribuía a los brujos la victoria de «El Chino» (Alberto Fujimori) en las elecciones presidenciales. El asunto es que no estaba claro cuándo sería esa visita ya que dependía de que la disponibilidad de una avioneta para nuestro transporte. El día previsto nos dieron aviso de que el vuelo se adelantaba (pronto veremos por qué) y tuvimos que salir a toda prisa hacia el aeródromo militar, en mototaxi y yo con la cara a medio afeitar. La avioneta no tenía capacidad para más de 15 personas, pero tampoco viajábamos todos los estudiantes.

Lamentablemente, no tengo fotos de Las Huaringas… aquí vemos una vista del puerto de Sechura.

El adelanto del despegue fue por motivos meteorológicos. Todo va bien mientras volamos sobre la llanura desértica que se extiende entre el océano y Los Andes. En un momento dado, los pilotos nos avisan de que habrá turbulencias, y las tuvimos tan pronto llegamos a la cordillera. Tener el cinturón fuertemente amarrado era la única manera de no dejarse la cabeza contra el techo. Comienzan los mareos y la avioneta militar no está preparada para ese tipo de contingencias… Afortunadamente, la pista de tierra batida ya era visible desde la ventanilla. Mientras el aparato desciende, las sacudidas del viento son tan fuertes que los pilotos se ven obligados a abortar la maniobra, volver a ganar altura y dar una vuelta extra. En el segundo intento, la avioneta consigue aterrizar y nosotros recuperamos el ánimo al poner los pies en tierra.

Unas de las cartas que envié a mi familia durante la estancia. El teléfono no era una opción viable.

Nos alojamos en Huancabamba. Esa misma tarde nos llevaron de excursión a una plantación de caña de azúcar donde probamos rompope (nada que ver con lo que sale en Internet), una bebida cuyas cualidades físicas deberían ser estudiadas seriamente: un vasito de vidrio lleno de ese brebaje suena a hueco al golpearlo con la yema del dedo por abajo. Durante todo el tiempo nos escolta un militar con la excusa de la proximidad a la zona de la cordillera del Cóndor, territorio disputado por Ecuador y motivo de la situación descrita anteriormente en la frontera. Al día siguiente, hacemos la excursión a Las Huaringas a caballo. Al llegar allí, no encontramos a los famosos brujos: alguien nos explica que no irán porque el tiempo va a empeorar. La presciencia de los brujos era notable, y lo peor estaba por llegar. Como anécdota, en Huancabamba me echan el tarot y me pronostican unas cuantas cosas que ya se han cumplido.

La mina Turmalina

Mis averiguaciones sobre minerales interesantes cerca de Piura me habían conducido a saber de la existencia de la llamada «mina Turmalina» ubicada en algún lugar intermedio entre Piura y Huancabamba. La mejor opción que tenía era aprovechar la visita a Huancabamba para regresar por tierra a Piura y parar unas horas en la mina. Para garantizarme un buen recibimiento en la explotación, unos profesores de la Universidad Nacional de Piura me prepararon una carta de presentación. Así pues, el domingo por la mañana me despido de mis compañeros y salgo en colectivo para cumplir mi objetivo. Aquella mañana llovía y me quedé con la duda de cómo sería la vuelta en avioneta para los demás.

Cuarzo con turmalina negra… el nombre de la mina es por algo.

El autobús me deja a la entrada de un camino. Me presento al director de la mina con las credenciales de la UNP. Ante mi sorpresa, éste llama a un subordinado para que me lleve a «mis aposentos». Le explico que no tenía intención de quedarme, ya que al día siguiente tenía que impartir unas lecciones de matemáticas en la universidad. Visiblemente decepcionado, llama a un obrero, un mulato mucho más alto que yo, para que me acompañe a los acopios a recoger unas muestras. Mientras vamos por el camino de la mina, mi acompañante me cuenta que es venezolano y que antes de llegar a Perú había estado trabajado en los campos petrolíferos de Maracaibo. El viento soplaba violentamente desde el frente del camino que lleva al pozo, proyectando guijarros, incluso a la cara, dificultando notablemente el avance.

Molibdenita, calcopirita y alguna cosa más de la mina Turmalina.

Una ráfaga me hace perder el equilibrio y el obrero me sujeta rápidamente impidiendo que me arrastre el viento. Pasamos unos minutos resistiendo el vendaval incesante, agachados y anclados fuertemente a un resto de estructura de hormigón, hasta que me dice «Creo que por aquí no vamos a poder llegar. Tomaremos otro camino que rodea el cerro, al resguardo del viento.» Así, por el camino más largo, conseguimos llegar a la zona de los acopios, donde intento seleccionar ejemplares de todo lo que allí se ve. Si hubiera tenido la información que ahora es fácilmente accesible por Internet, sabría que de la mina Turmalina ha salido el cristal de scheelita más grande del mundo. Sin embargo, no entró nada de scheelita en los varios kilos de mineral que cargué.

Arsenopirita cristalizada sobre turmalina y cuarzo. La paragénesis de la mina Turmalina es extraordinaria.
Cristal de calcopirita, con cuarzo y turmalina. Otro recuerdo de la mina Turmalina.

Vientos huracanados en Los Andes

Me acompañan hasta el lugar del camino donde paran los colectivos con destino Piura. Había bastante gente esperando y cuando llega el primer autobús, dudo que haya sitio para mí. Escucho entonces a los militares decir «dejen paso al señor ingeniero» y, para mi sorpresa, descubro que el señor ingeniero era yo. El chófer protesta porque el colectivo va completamente lleno y me indica el asiento escamoteable del copiloto. El chófer no me aseguró que pudiera hacer el viaje hasta Piura, sólo hasta Canchaque. Mi conversación con él tampoco ayudó mucho porque quería saber detalles técnicos de los lavaderos de flotación de la mina y yo le dije que lo único que me interesaban eran los aspectos mineralógicos del yacimiento. Por otra parte, el viaje no estaba resultando sencillo: el viento había arrojado incontables obstáculos sobre el camino y continuamente había que ir parando para retirarlos y poder avanzar.

Portada de un periódico comprado dos días después de los sucesos relatados.

Así fue el recorrido hasta llegar a la entrada de una pequeña población, de la que no recuerdo el nombre, donde el viento había volcado el tendido eléctrico sobre la ruta. Sabiendo que el colectivo estaría allí detenido un buen rato y que faltaban unos pocos kilómetros para Canchaque, dejé el autobús y me puse a caminar. Era extraño, porque aquel poste estaba recién caído y algunas casas acababan de perder los tejados, pero no hacía casi nada de viento. Al llegar a la plaza, la gente estaba en pie, con las espaldas pegadas a los edificios y al resguardo bajo los voladizos: sólo yo caminaba por en medio. Alguien me dice «venga aquí a ponerse cobijo, no sea que le caiga una calamina encima«. Sin entender a qué se refería, noto que el viento comienza a aumentar y veo aproximarse un tornado, no como la típica tromba estrecha, sino ancho y difuso. Sólo el tono marrón de la tierra que levantaba permitía distinguirlo del resto de cielo azul, y algo así como cartones volaban a su alrededor. Viéndolo cada vez más cerca, aquellos «cartones» eran las chapas onduladas de los tejados (calaminas) que iba arrancando a su paso. Me quedé sin saber que hacer…

Fotografías de los destrozos del huracán en otro periódico.

Desde un portal me invitan a entrar y refugiarme en la casa. Pasé un buen rato junto a aquella familia, todos en tensión y con las manos empujando la puerta para evitar que la abriera el viento. Cuando parecía que el huracán había pasado, me despedí agradecido y continué la caminata hacia Canchaque cargado con mis minerales. Durante la marcha, un par de sospechosas ráfagas de viento me obligaron a buscar cobijo donde pude, pero fueron falsas alarmas. A medida que bajaba hacia el valle, el paisaje se volvía más verde y los cafetales anunciaban la inminente llegada a Canchaque. Allí comí un buen plato caliente, probé el café local y me compré un cuaderno para preparar la lección del día siguiente, suponiendo que consiguiera llegar a Piura a tiempo, que no era algo evidente. Días más tarde supe que el huracán había destrozado algunos de los edificios de la mina Turmalina, posiblemente en la zona de los aposentos.

Contraportada del cuaderno que compré en Canchaque, que informa detalladamente de las razones de Perú en relación con su disputa fronteriza con Ecuador, por si algún niño tuviera dudas.

El regreso

Al caer la tarde, salí a la Plaza de Armas, donde había un televisor (dentro una especie de armario) que ponían por la noche. Los vecinos me dijeron que los colectivos a Piura pasaban justo por allí porque deben entregar la lista de viajeros en la comisaría ubicada en la plaza. Insistí en si no había algún colectivo que partiera de allí y me dijeron que no, que todos venían de Huancabamba. Eso me preocupó porque sabía el estado en el que estaba la ruta… Sin embargo, al cabo de un rato llega un microbús y para frente a la comisaría. Cuando me acerco a preguntar si hay un asiento libre para Piura, me sobresaltan con un grito: «¡Matías!» Eran mis compañeros, que habían contratado el microbús ante la imposibilidad de salir de Huancabamba por avión. Así que todos juntos regresamos felices a Piura, mientras en el cielo despejado destacaba la Cruz del Sur.

Me dejo mucho sin contar del año que vivimos peligrosamente…

Un pequeño inciso: también hubo un regreso a España, evidentemente, pero antes de volver a casa disfrutamos de muchas más aventuras. Otro fin de semana, algunos de nosotros nos adentramos en Los Andes, cerca del Huascarán. Pero lo mejor de todo fue convencer al ingeniero Washington para que nos permitiera estar una semana completa fuera de la UNP, que aprovechamos para conocer Cuzco (con el Machu Pichu), Puno (con el Titicaca) y Arequipa (con el Valle de los Volcanes). Todo eso lo contaré en otro momento, cuando me vuelva a poseer la nostalgia. Creo que, a pesar de todo lo que dejo en el tintero, va tocando acabar, como las buenas películas…

Con Marco, mi compañero de habitación y vivencias, visitando las ruinas de Chan Chan.

Epílogo

No asistí al acto oficial de despedida de la primera promoción de estudiantes españoles que llegaban a Piura con el programa Intercampus/E.AL. Le pedí a Marco, mi compañero de habitación, que me excusara por indisposición repentina. La realidad era que iba de camino a la playa a pasar la noche de vivac. Una amiga peruana me dejó manejar su carro mientras cruzábamos el desierto de Sechura. Quedaba poca luz de la tarde, así que preparamos una hoguera con las maderas devueltas por el mar y blanqueadas por el sol. El Pacífico estaba demasiado frío como para disfrutar el baño, pero merecía la pena meter los pies en el agua para ver su fosforescencia en la oscuridad. Bajo el cielo plagado de estrellas y con el rumor de las olas, me despedí del Perú.

Congresos post-Covid

Cala en la costa adriática italiana, cerca de Otranto (Italia).

Realmente, no estoy contento con el título para esta secuela de El Covid visto desde tres congresos. Me hubiera gustado llamarlo «Tres congresos más» o algo así, que sea sonoro, pero son cinco congresos en total y no atino a encajar el número en el título sin evocar una rima soez… Podría subir a siete si cuento unas breves apariciones por Elche y Alicante, pero ir un solo día y no pernoctar atenúa mi sensación de participación en los eventos. Tampoco post-Covid es un término acertado porque el Covid no se ha ido, pero tras el verano de 2021 no volvimos (no volvieron) a confinarnos, y eso ya es algo. En esta ocasión hablaré de los cinco congresos post-Covid en los que he participado (pernoctando) durante 2022. La idea no es contar mi vida, sino la actividad social de los matemáticos a través de distintos tipos de encuentros que tenemos.

Antes, acabamos con 2021

Tras el congreso de Bulgaria al que me referí en El Covid visto desde tres congresos, así como unos cuantos seminarios en mi facultad, a todos nos ha quedado claro que el sistema dual presencial/telemático es un desastre. Es imposible no tener problemas técnicos de conexión, y cuando todo va bien, no existe interacción alguna entre los asistentes físicos y los online. Aún así, estoy muy satisfecho por haber podido participar en algunos de los pocos que fueron posibles entre 2020 y 2021.

Las Carrières de Lumiéres, en Les Baux-de-Provence, con uno de sus espectáculos de luz y sonido en agosto de 2021.

En julio de 2021 tuvo lugar mi oposición a cátedra. Con ello liberé una buena cantidad de estrés acumulado los meses anteriores. Ya en agosto, Tere y yo viajamos por el sur de Francia con el pasaporte Covid (veo que se me amontona el trabajo para la sección viajes turísticos del blog: Aix-en-Provence, Nueva York, Londres…). Hubo un pequeño repunte de la pandemia en septiembre y comenzamos el curso en la Universidad de Murcia con las mascarillas puestas. También durante este periodo llegaron las noticias de que algunos congresos programados en 2020 y prudentemente cancelados volvían a reactivarse para 2022, los congresos post-Covid.

Winter School in Abstract Analysis

Paisaje nevado con caballos, no muy lejos de donde tuvo lugar la Winter School 2022.

La Winter School in Abstract Analysis se ha celebrado desde hace 50 años de manera casi ininterrumpida todos los inviernos en la República Checa. El formato es el siguiente: un sábado por la tarde un autobús recoge a los participantes en la puerta de la Facultad de Matemáticas y Física de la Universidad Carlos de Praga y los lleva a un hotel, o similar, donde pasan una semana hasta que el autobús los devuelve a Praga el mediodía del sábado siguiente. Desde el mismo domingo hasta el último sábado hay cursos y charlas y comunicaciones por la mañanas y tardes, excepto la tarde del miércoles que se reserva para una excursión por los nevados alrededores.

El profesor Luboš Pick impartiendo una charla durante la Winter School.

A pesar del intenso programa, el aislamiento de la ciudad y la despreocupación por las comidas, que se sirven a horas fijas, facilitan que uno pueda tener momentos de concentración y avanzar en el trabajo de investigación. Pero, al mismo tiempo, el roce continuo con los colegas, desde el desayuno hasta las últimas cervezas que sirven en el bar a medianoche, incentiva los trabajos de colaboración.

Con Luis Carlos García Lirola y Guillaume Grelier.

He asistido a muchas Winter Schools desde 1998, que se han celebrado en distintos lugares y hoteles. A lo largo de ese tiempo, la calidad y la abundancia de la comida ha ido en aumento. En mis primeras ediciones era conveniente aprovisionarse de embutido, pan, galletas y chocolate en Praga antes de tomar el autobús. Ahora intento elegir los platos más livianos dentro de las opciones que ofertan, pero a veces la traducción le juega a uno malas pasadas… Siempre está la nieve afuera para intentar quemar grasas.

Participantes en la Winter School 2022

En la edición de 2022, tras mi breve comunicación sobre funciones uniformemente convexas, tuve el honor de hacer un pequeño homenaje a la Winter School desde mis recuerdos y fotos, incluyendo como en 2007 nos quedamos sin electricidad (incluyendo agua caliente) un jueves, y nos fuimos de allí el sábado sin que hubiera vuelto; o también, como tuve que llegar por mis medios al perdido lugar de celebración de la Winter School tras quedar un fin de semana bloqueado en Frankfurt por un problema con el pasaporte (tiempos pre-Schengen).

Encuentro de la Red de Análisis Funcional

Costa norte de Tenerife, cerca de Taganana.

Un buen número de grupos de investigación cuya actividad se encuadra en el Análisis Funcional se reúne periódicamente para celebrar una Escuela-Taller (que lleva ahora el nombre de Bernardo Cascales) donde los estudiantes, trabajando en grupos, preparan temas que se expondrán durante el posterior Encuentro de la Red. El Encuentro, propiamente dicho, dura dos o tres días, pero los estudiantes de la Escuela-Taller y sus tutores pasan una semana entera. Las charlas «senior» tratan de ser representativas del trabajo de los grupos que integran la Red. También se hace una reunión para discutir, entre otras cosas, qué grupo se hace cargo del próximo encuentro o dónde se celebrará.

Víctor Almeida, uno de los organizadores del evento, en una de sus explicaciones durante la ruta turística por La Laguna.

Este tipo de congresos nacionales sirve para mantener el contacto con colegas que, aunque no trabajan en exactamente en la misma rama del Análisis Funcional, eventualmente puede estar relacionado. Los resultados se ponen en contexto y se explican con detalle. Esto es muy importante por un motivo que voy a desvelar. Cada año hay algunos grupos que solicitan financiación (proyectos de investigación nacionales o autonómicos), y entre los que no lo hacen ese año se encuentran los expertos que tendrán que elaborar los informes anónimos pertinentes explicando si merece la pena financiar o no a los peticionarios para el trabajo que están haciendo. Así que si uno va a solicitar un proyecto, mejor que demuestre que su trabajo es interesante y profundo aprovechando el Encuentro de la Red. Además, los muchos estudiantes que participan pueden ver un muestrario de lo que se hace en otros lugares y quizás le sirva de orientación para elegir su futuro tema de investigación.

Laurisilva en el Parque Rural de Anaga.

Justo cuando el Covid irrumpía en nuestras vidas tuvo lugar el Encuentro de la Red en La Laguna (Tenerife) en marzo de 2020, del que di cuenta en El Covid visto desde tres congresos. Como en la película clásica de Buñuel «El ángel exterminador» había que volver a la posición inicial para romper el maleficio. Así que en marzo de 2022 acudí encantado, de nuevo, a La Laguna para asistir al Encuentro de la Red. Por cierto, el año que viene no se celebrará en Canarias porque toca rotación entre grupos. Tras la clausura del congreso, aún quedaba una tarde libre para disfrutar de la isla, cosa que hice en compañía de mi colega Gustavo Garrigós que la conoce muy bien.

Encuentros de Análisis Real y Complejo

Vista del puerto de Cartagena desde el edificio donde se celebró el EARCO 2022.

Normalmente la gente se refiere a este congreso periódico por el acrónimo EARCO. Al igual que el anterior, surge por iniciativa de varios grupos de Análisis Armónico y Complejo, Teoría de Operadores y Espacios de Funciones, que se van turnando en la organización, de manera que cada vez se hace en una localidad diferente. Dura entre dos y tres días. En el programa se da preferencia a los investigadores jóvenes, que suelen exponer los resultados obtenidos durante la realización de sus tesis doctorales.

El asiático es el combinado de café típico en Cartagena, y esta foto está tomada en el famoso bar «El Pico Esquina». Recomiendo leer mi post La ciencia del… desempañado de coches a este respecto.

He participado en varias ocasiones en los EARCOs. No recuerdo las fechas, pero sí los lugares: Cuenca, Gandía y, especialmente, Torremolinos. En esta ocasión, se celebró este mayo en Cartagena. Aprovecharé para comentar otro aspecto de los congresos científicos. Cuando uno empieza en este mundo de la investigación debes asistir a muchos congresos y guardar los certificados acreditativos, porque esa es una forma de hacer méritos. Más adelante, en el momento de consolidar la carrera científica, lo que se requiere para hacer méritos es que te inviten como ponente a los congresos. Para cerrar el ciclo y devolver a la comunidad científica parte de lo que has recibido, en algún momento debes ser el organizador de un congreso.

Mi amigo Pedro Fernández, organizador del evento.

Dicho esto, la responsabilidad de la organización del EARCO 2022 recayó en en mi compañero y amigo Pedro Fernández, que además aprovechó la ocasión para homenajear a su mentor Fernando Cobos con motivo de su 60 aniversario. El otro protagonista del congreso fue el marco excepcional que proporciona la bimilenaria ciudad de Cartagena, a la que en algún momento tendré que dedicar un post.

Functional Analysis in Lille

Vista de la Place de Téâtre de Lille.

Pasamos a otro tipo de congreso, el de homenaje, que puede ser en vida o póstumo, obviamente. Los homenajes en vida suelen hacerse coincidiendo con algún aniversario «redondo». Últimamente son frecuentes los del 60 cumpleaños, que están muy bien porque el homenajeado está todavía activo y disfruta las conferencias sobre temas relacionados con su trabajo, aparte de recibir el aprecio de los colegas. Luego, si el homenajeado es una figura fundamental de la Matemáticas, el congreso congrega a especialistas de primer orden y «leyendas vivientes» que no son fáciles de ver, en general. En efecto, muchos de ellos por cuestión de falta de tiempo o la edad apenas viajan y si lo hacen en esta ocasión es por la amistad con el homenajeado.

Conferencia de Christian Rosendal, al «estilo francés»: toda a pizarra y tiza, mucho más elegante, sin duda, que pasar slides apuntando con un láser ¿Veremos el fin del PowerPoint?

Gilles Godefroy tiene la enorme capacidad de convocatoria que acabamos de describir. Por eso el congreso en Lille celebrado en junio de este año fue uno de las más importantes acontecimientos de los últimos tiempos para los que trabajamos en espacios de Banach. Con el retraso provocado por la pandemia, esta reunión no coincidió con ningún aniversario «redondo» (salvo que el número 69 tenga alguna característica especial que se me escapa) . Gilles Godefroy, a quien he mencionado en algunos posts anteriores, es una persona a la que le tengo un gran aprecio: me ayudó mucho en mis comienzos con los espacios de Banach, me ha invitado a París en varias ocasiones y hasta forma parte de mi árbol genealógico.

Marcasita, parte de un nódulo radial formado en las areniscas cerca del río Aisne.

Me permití el lujo de viajar en coche desde Murcia hasta Lille. Ya no hago las salvajadas de otros tiempos y planifico escalas para descansar. A la ida no hice ninguna parada interesante, aunque el paisaje me incitaba a ello. Fue a la vuelta que me detuve en Vailly-sur-Aisne para conocer el contexto de uno de los lugares destacables del Paleolítico inferior de Francia. Entré a una cantera de arenas fluviales, pero al ser día laborable estaban trabajando, por lo que no me quedé allí mucho tiempo. Entre las cosas de interés, recogí un fragmento de marcasita (sulfuro de hierro) en avanzado grado de alteración, que muestro en la foto. Al día siguiente paraba en San Juan de Plan, en pleno Pirineo oscense en busca de minerales de cobalto.

Progress in Functional Analysis

Ruinas del anfiteatro romano en el centro de Lecce.

Asistir a un congreso fuera de tu universidad siempre implica viajar, en mayor o menor medida, lo que dota a la actividad científica de un valor cultural añadido. Si se hace a un sitio como Italia y en compañía de tu pareja, el valor cultural eclipsa al matemático. A finales de verano acudimos al último congreso de los reactivados tras la pandemia, en Lecce, la capital del «tacón» de Italia. Durante tres días, el apretado programa de conferencias obligaba a los asistentes a hacer «novillos» si querían ver la ciudad con luz del día.

Sala del Rectorado de la Università del Salento donde se celebraron la mayor parte de las conferencias.

Lecce es una ciudad mucho más monumental de lo que podría corresponderle por su tamaño. Su centro histórico, construido en piedra de color crema muy manoseada por el tiempo, invita a pasear buscando rincones y tomado nota de las trattorias para poder regresar después a cenar cuando caiga la noche. Lecce no está junto al mar pero lo tiene bastante cerca y gracias al panda que alquilamos en Bari pudimos acercarnos a la portuaria Otranto, donde disfrutamos de los frutti di mare en la playa. Entre Bari y Lecce, se encuentra Alberobello, un pueblo que parece sacado de un cuento.

Casitas de piedra seca, llamadas «trulli», en Alberobello y que han puesto a esta localidad en la lista del Patrimonio de la Humanidad por la UNESCO.

Esta reunión de Lecce cierra todo lo que tenía previsto para este año. La tristeza de dejar los bellos parajes de la Puglia se transforma rápidamente en nostalgia a medida que el avión se va acercando a Alicante. Ahora hay que ocuparse de que el curso salga adelante, tanto con las clases como las tareas administrativas, y tratar de obtener nuevos resultados matemáticos con los que renovar el «repertorio» y así tener algo interesante que contar en los congresos de 2023.

Selfie de durante una comida en Otranto.

Bonus track: una oposición en Pamplona

De izquierda a derecha: Pilar Rueda, Paco Hernández, Fernando Albiac, el pesado que suscribe y María José Asiáin.

De haber sido sólo cuatro congresos post-Covid, este artículo se hubiera titulado «Cuatro congresos y una oposición» , que es más cinematográfico y porque la oposición a la que asistí en Pamplona la semana pasada fue un bonito broche a las actividades académicas viajeras de este año. Formé parte del tribunal encargado de acreditar la valía de mi colega Fernando Albiac para ser catedrático de la Universidad Pública de Navarra. Realmente, Fernando tenía tantos méritos que el trabajo del tribunal fue básicamente firmar unos cuantos papeles y festejar con él su ascenso.

Ver Libros para el verano para saber dónde pudo haber sido escrito…

Interrail

Tenía la mitad de años que ahora y estaba a punto de perder los beneficios del carnet joven. También quería hacer mi versión mochilera del Grand Tour aprovechando las vacaciones de verano. Deseaba conocer los países al otro lado del recién caído telón de acero. Me fui solo porque sabía que si tenía que ponerme de acuerdo con alguien nunca lo haría: dar una vuelta a Europa con el Interrail.

Introducción: el tren en España

Hasta los años 90 era muy habitual que las casas de nueva construcción en Murcia (aunque debe ser extensible a otros muchos sitios) tuvieran un salón presidido por un gran mueble aparador adornado con vasos improbables para cubata forrados de piel repujada, o de whisky de grueso vidrio de colores con burbujas. Una mesa grande lacada llena de portarretratos, con la foto de la boda, la de la jura de bandera y recuerdos de bautizos o primeras comuniones. El salón se enseñaba con orgullo a las visitas, cuando las había, y el resto del tiempo permanecía cerrado en penumbra, mientras la vida se hacía en otra parte de la casa. Así es el tren de largo recorrido en España, el salón inútil de una casa murciana, gracias a la gestión política de las últimas décadas.

Billete de Alicante a Zaragoza del año 1980, tren nocturno.

La metáfora es extravagante, pero resume de manera acertada mis impresiones ante el desmantelamiento de una forma de viajar que siempre me ha gustado. Por ejemplo, en el nombre de la modernidad desaparecieron los trenes nocturnos en España, mientras que, curiosamente, en la «anticuada» Europa los siguen usando. Antes, cuando tenía que ir a Madrid para un solo día, tomaba el tren correo a medianoche en la Estación del Carmen, llegaba a Atocha antes del amanecer y después de un chocolate con porras en El Brillante tenía todo el día por delante. Ahora, en el mejor de los casos, tras un madrugón llegas a Madrid después de las 10:00 AM, en plena pausa para almuerzo de los funcionarios. Eso sí, lo haces en un tren súper-moderno. Tengo otras muchas quejas que podré ampliar en los comentarios, pero no quiero desviarme mucho del tema del post: el interrail.

Los Grandes Expresos Europeos y la Compagnie Internationale des Wagons Lits. Eso sí que es viajar en tren…

De niño soñaba con viajar en tren por todo el mundo o mejor dicho, viajar en los trenes de todo el mundo. Seguramente, mis ideas románticas se nutrían tanto de los viajes en tren con mis padres como del cine. Sin ir más lejos, una de mis películas favoritas es El Expreso de Chicago (Silver Streak en su versión original). Cuando me enteré de que «por ser joven» tenía derecho comprar un billete de tren que me permitiría viajar por toda Europa (o una gran parte de ella) comencé a preparar la ruta. Mi idea inicial consistía en hacer un recorrido zigzagueante de norte a sur por países del este de Europa. Finalmente adquirí el billete cubriendo únicamente esa zona para que no fuera tan caro.

En camión hasta Hamburgo

Como el comienzo de mi viaje estaba lejos de la zona de validez de mi billete interrail necesitaba una alternativa al tren para llegar, que se presentó en forma de camión TIR. Desde Murcia se exportan productos agrícolas a toda Europa, así que a través de familia y conocidos me encontraron un chófer dispuesto a llevarme. Salimos de Archena con un frigo medio cargado de limones y paramos en un almacén de Valencia a cargar el resto del espacio disponible con cebollas. Esa noche cenamos en un buffet de Cambrils unos platos combinados fabulosos y dormí por primera vez en la litera que tienen las cabinas de estos camiones que cruzan el continente.

Camión similar al que me llevó, de la misma compañía transportista.

El segundo día lo empleamos cruzando Francia y el tercero por Alemania. El camión se dirigía a Suecia (para ello tomaría un ferry), así que lo que mejor me venía era quedarme en Hamburgo. Realmente, me quedé en una estación de servicio de la autobahn. Nos despedimos y durante el par de horas que pasé agarrando un cartón que tenía escrito Hamburg recordaba las anécdotas de esos tres días que pasé entre los «señores de la carretera». Al final nadie paró y como se hacía de noche decidí caminar. Al cabo de un rato me encontraba cruzando un barrio turco y en la oscuridad de la noche llegué a la estación central de Hamburgo. La mezcla de modernidad y suciedad en esa atmósfera oscura me hacía pensar en Blade Runner. Caminando por el andén encontré un banco libre y me eché a dormir.

Hacia el este

A la mañana siguiente tomé un tren a Berlín (todavía no había llegado a la zona de validez de mi billete interrail). Paseé por la ciudad admirando la liberalidad con la que los jóvenes toman el sol en los parques. Me dije que si volvía por allí algún otro verano haría lo mismo que ellos, pero no he vuelto tantas veces por Alemania y menos en verano. La huella del muro que dividió la ciudad, el país y la vida era todavía bastante apreciable. Cada sitio tiene su canción y aquí hay que escuchar el Heroes de David Bowie. Por otra parte, la contemplación de la Alexanderplatz cantada por Franco Battiato resultó decepcionante.

Cuaderno que compré en Varsovia para escribir el diario del viaje.

Tomé un tren a Frankfurt Oder (no confundir con el Frankfurt de las salchichas) y después de merendarme lo último comestible que me quedaba de España crucé la frontera a Polonia. Un tren que iba bastante lleno me dejó por la noche en Varsovia. Los alrededores de la estación no son lo más bonito de la capital polaca, que he tenido la oportunidad de visitar después en más ocasiones. Desde allí destaca el Pałac Kultury i Nauki (Palacio de la Cultura y la Ciencia), regalo de Stalin a la ciudad hecho a imagen y semejanza de la Universidad Lomonosov de Moscú. En la estación compré un cuaderno infantil en que empecé a escribir el relato del viaje.

Postal de Cracovia. Como no tenía cámara, compraba postales para recordar los sitios.

Estaba cansado y nada me invitaba a quedarme en Varsovia. Se me ocurrió que si tomaba un tren nocturno a cualquier parte podría dormir, que para eso tenía el interrail. La idea la puse en práctica en ese viaje y otros que he hecho posteriormente, siempre con éxito discutible. Paró un tren con destino a Cracovia que debía de ser ideal para mis propósitos, pero iba atestado de gente. Subí con mucha dificultad y pasé las varias horas del viaje en el pasillo en cuclillas, inmóvil y apretado entre la gente. Por la mañana estaba en Cracovia, que parecía un lugar mucho más agradable que Varsovia. En la oficina de información turística me buscaron una habitación de alquiler en una casa familiar donde, por fin, dejé mis cosas y pude pasear por la ciudad sin la pesada mochila.

Dando tumbos por Centroeuropa

Nunca llegué a dormir en Cracovia (ni siquiera la segunda vez que fui). Durante mi paseo me enteré de los horarios de los trenes a Praga y todos eran nocturnos. Si me quedaba en Cracovia perdería un día de viaje. Así que reservé una litera en el tren de medianoche. Hay que decir que el interrail sólo cubre el viaje más económico, de manera que si uno usa litera o viaja en un tren directo debe pagar un suplemento. Ya en el tren, conversé un poco en inglés con mis compañeros de dormitorio rodante antes de dormir.

Postal de Praga mostrando la Plaza Vieja.

Me recuerdo llegando a la plaza vieja de Praga (Staromestské námestí) poco después del amanecer y viendo por primera vez el que es, sin duda, uno de los lugares más bellos de Europa. Quería que esa sensación durara siempre y, en cierto modo, mi deseo fue concedido: Praga es la capital Europea que más veces he visitado, excepto Madrid y seguida muy de lejos por París. Un rato después, una marabunta de turistas se repartía por todos los lugares de la ciudad.

Postal de Bratislava… sigo sin cámara.

Por la noche, otro tren nocturno hacia Viena. Esta vez tratando de dormir sentado junto a los malolientes retretes del extremo del vagón y maldiciendo a los japoneses que olvidaban cerrar la puerta cada vez que lo usaban. Paseando por Viena descubrí que los precios de la capital austriaca estaban fuera mi presupuesto, así que por la tarde llegué a Bratislava, lugar mucho más económico, donde dormí por primera vez en una cama de verdad después de una semana de viaje. A la tarde del día siguiente estaba en Budapest y allí cené en una pizzería con un grupo de españoles que conocí casualmente.

La guía de viaje que usé durante mi vuelta a Europa.

Cárpatos y vampiros

El tren que salía de medianoche de Budapest llegó a la frontera con Rumanía en algún momento de la mañana siguiente. Militares paseaban perros por todas partes buscando no se qué. Un suspicaz agente de aduanas, mirándome a los ojos, levantaba los cojines del compartimento donde pensaba que ocultaba algo. Tras el registro me informa del precio de la visa que pago en alguna divisa que no recuerdo. Me pregunta que si no me importa que me devuelva el cambio en deutsche marks, a lo que respondo afirmativamente. El hombre me dio como medio kilo de monedas de un marco que tardé años en poder cambiar.

Tarjeta de un alojamiento en Brasov.

A medida que el tren se adentraba en Rumanía, iba llenándose de gente. Los que compartían conmigo el compartimento tenían interés en saber qué motivos habían llevado a un español hasta allí (recordemos que estamos a mediados de los 90) y chapurreando francés tuvimos una conversación entretenida. Gracias a la simpatía mutua, mis compañeros de compartimento me defendieron ante el abuso del revisor que quería cobrarme al margen del interrail. Así, llegué ya al caer la tarde a Brasov. No tenía moneda local y el consejo que me dio la gente fue: habla con la policía. Le pregunté a un policía dónde cambiar moneda y en correctísimo inglés me dijo lo mismo que dicen los cambistas en todo el mundo: ¿cuánto quieres cambiar? El policía me cambió dinero, me proporcionó la tarjeta del hotel de un amigo suyo y hasta me buscó un taxi.

Postal del castillo de Vlad Tepes, en el que se inspira el mito de Drácula.

El marcador del táximetro mostraba un crecimiento exponencial disparatado y antes de que superara la cantidad cambiada al policía a leus me bajé. Encontré el hotel donde pasé mi segunda noche, en el viaje, en una cama. Por la mañana fui a Bran a ver el castillo de Drácula y recrearme un poco en Los Cárpatos. Curiosamente, en el castillo había un grupo de españoles con guía y pude aprovecharme de las explicaciones que les daban. Por la tarde, de vuelta en Brasov, tomé otro tren hacia el sur. No tenía muchas ganas de ver la Bucarest de Ceaucescu, así que seguí en el tren hasta la frontera búlgara.

Contubernio a la búlgara

El tramo internacional de ferrocarril entre Rumanía y Bulgaria no estaba electrificado, así que cambiaron a una locomotora diesel. Durante esos kilómetros, que incluyeron un crujiente puente de hierro, los militares iban revisando el tren y los viajeros. Unos soldados intentaban llevarse a una señora llorando por no llevar el pasaporte, pero al poco apareció alguien con un documento extraviado que resultó ser el de la señora. Los soldados la dejaron y ahora lloraba de alegría. Ya en el puesto fronterizo, el funcionario que examina mi pasaporte me dice que para entrar el Bulgaria tengo que pagar 90 dólares ¿Lo tomas o lo dejas? Me deshago del ultimo billete de Benjamin Franklin que me quedaba de Sudamérica y regreso al tren.

Recibo por 90 dólares de visa para entrar en Bulgaria.

El tren a Sofia iba casi vacío, pero en mi compartimento viajaba un matrimonio checo. Tras el breve intercambio de información convenimos apagar la luz e intentar dormir. Al poco aparecen dos vigilantes uniformados del tren revisando con linternas y me indican que les acompañe al extremo del vagón. En un inglés rudimentario me piden el pasaporte y me indican que debo pagar una multa de 100 dólares por haber puesto los pies en el asiento. Me niego y pido hablar con el revisor. Ellos se quedan mi pasaporte y dicen que regresarán después. De vuelta en el compartimento intento explicar a los checos la situación mientras transfiero unas cuantas cosas de la mochila a los bolsillos de mi gabardina pensando que lo mismo tendría que huir sin equipaje…

Al cabo de un cuarto de hora vuelven los vigilantes, que esta vez me llevan a un compartimento vacío. Se sientan enfrente y esgrimiendo unos papeles en cirílico insisten en que debo pagar la multa. Me reitero en mi negativa y en mi deseo de ver a otra autoridad. Ellos me piden que me ponga en pie y me vacíe los bolsillos. Les digo que preferiría hacerlo con la policía delante. El mayor de ellos se lleva la mano a la pistola y me dice «you traficant, empty your pockets now!» (tú traficante, vacíate los bolsillos ya).

Billetes de los países por los que fui pasando.

No hizo falta que lo pidiera dos veces: saqué lo que llevaba en los bolsillos, incluyendo una pequeña carpeta donde tenía los billetes de los distintos países por los que había pasado (para colección) y entre los que había un billete de 10.000 pesetas para emergencias. Como no vieron los 100 dólares que querían, ni algo que creyeran equivalente, me dijeron «20 deutsche mark “souvenir” and we forget» (20 marcos alemanes “de regalo” y nos olvidamos del asunto). Acepté el trato y me dejaron.

Postal del Monasterio de Rila.

Caminaba intranquilo por Sofia, con la sensación de que podía ser multado por las cosas más inverosímiles o extorsionado en cualquier momento. Pensé que sería una buena idea dormir en el Monasterio de Rila. Tomé un autobús en el que viajaba una pareja francesa con la que entablé conversación. Juntos los tres nos presentamos en la recepción del dormitorio del monasterio (una gran sala con literas). Los franceses se registran primero y llega mi turno. La señora mira mi pasaporte y me dice que no puedo quedarme. Sin salir yo de mi asombro me dice que me falta una tarjeta amarilla que debían haberme dado junto con el visado. En esa tarjeta se registra cada noche que uno pasa en el país (sellada por el hotel o comisaría más cercana). Le explico que no tengo donde quedarme, le pido que me ponga un sello en una hoja de papel con el membrete de Rila y que al día siguiente volvería a Sofia a regularizar mi situación.

Regreso al Monasterio de Rila, 22 años después y muy bien acompañado.

Pasé la tarde paseando por Rila y su montaña mientras pensaba si debería ir directamente a la embajada de España a pedir ayuda. Al día siguiente, todos los que esperábamos el autobús a Sofia pasamos como dos horas en la calle hasta que alguien dijo que el vehículo estaba averiado. La solución era ir a Blagoevgrad y desde allí a Sofia. Así hice, pero había pasado mucho tiempo y las esperanzas de poder ver a alguien en la embajada se esfumaban. El autobús me dejó cerca de la estación de tren. Me planté delante del panel indicando las salidas y con ayuda de un mapa localicé un tren que llegaba hasta una localidad fronteriza con Grecia. La otra opción era un tren a Moscú… la decisión estaba clara.

Grecia y el Mediterráneo

Dejé la estación de no recuerdo qué aldea con el sol a punto de ponerse tras las montañas. Pregunté a un señor con unas vacas si iba en la dirección correcta a Grecia y crucé la frontera caminando. Al ver el cartel confirmando que había cambiado de país casi me tiro a besar el suelo como solía hacer Juan Pablo II. Un poco más adelante había un bar y casi sin abrir la boca me dieron unos trozos de pan. Pregunté si entre los camioneros que estaban allí parados alguno me llevaría hasta una ciudad. Uno de ellos se ofreció inmediatamente y esperé a que terminara de cenar. El motivo de tanta amabilidad lo averigüé un rato más tarde cuando paró el camión en una cuneta, encendió una luz roja y se quedó mirándome. El chófer, decepcionado por no poder darle lo que él quería, volvió a arrancar el camión y me dejó en Tesalónica de madrugada.

Mapa de Europa con el que iba ubicándome durante el viaje.

Al día siguiente en el tren, una señora mayor me va explicando el paisaje en griego. Sólo acierto a entender el momento en el que se refiere al monte Olimpo. La señora me regala unos higos y un tomate. Desde Kalambaka subo caminando hacia Meteora y por el camino me voy comiendo los higos y el tomate. Puedo asegurar que nunca he vuelto a probar nada tan sabroso como aquel tomate. Visito varios monasterios y regreso a la estación. En Atenas me alojo en un hotel económico regentado por un señor amable con el que conversé lo que quedaba de la tarde de aquel día.

Librito de fotos de los Monasterios de Meteora.

Pasé el día viendo Atenas, pero no era el mejor momento para visitar la Acrópolis porque el Partenón estaba totalmente cubierto con andamios. Al día siguiente quería ver un poco el Peloponeso y viajar a Italia, pero una información incorrecta me llevó a preguntar por los barcos al Pireo, donde no gestionan los que operan en Patras. El tren iba tan despacio que podía recrearme en los detalles del canal de Corinto desde ambos lados. Cuando llego a Patras pregunto por los barcos a Italia. El operario señala al puerto donde los humeantes ferries ya habían levado anclas. Desde un parque en una colina donde afloran algunas ruinas milenarias veo los barcos perderse por el horizonte donde se pone el sol. No me moví de allí hasta el amanecer. Al día siguiente, ya no perdí el barco a Bríndisi.

Italia, sin parar

Al principio me pareció una buena idea ir en la cubierta superior para ver el paisaje y luego las estrellas. El humo lleno de carbonilla diesel me hizo bajar al poco rato. Encontré un banco donde echar el saco de dormir. La lluvia provocó la entrada de agua en mi reloj Citizen automático, que desde entonces lleva la corrosión provocada en la esfera como recuerdo de esa travesía. A la mañana siguiente en Bríndisi paso por una lavandería en la que me aseguran que mi ropa estaría seca antes de la salida del tren. No tenía que haberme fiado: rato después en el tren, buscaba la manera de repartir mi ropa empapada de agua en el compartimento en el que viajaba solo, no durante mucho tiempo. Unas paradas más tarde, una atractiva chica pregunta por la ventana (que iba abierta) si hay sitio. Le digo que sí, por supuesto. Ella hace una señal y aparece una tropa de gente que empieza a echar sus maletas por la ventana ante mi sorpresa, o decepción.

Esquema de mi recorrido (en negro). La línea que se ve abajo cruza casi toda Italia.

Eran albaneses, un poco brutos pero buena gente. Compartieron conmigo sus pollos asados y su botellas de vodka, pero tuve que recoger mi ropa mojada. Al día siguiente, en Milán cogí otro tren hacia Suiza. Por la mañana estaba en un agradable pueblecito alpino. Como hacía una mañana soleada, puse mi ropa, todavía húmeda (mayormente calcetines y gayumbos), alrededor de mi mochila y fui a una fuente pública a asearme un poco. Un rato después, avisado por uno o varios de los simpáticos habitantes, apareció un coche de la polizei con las sirenas sonando y me detuvo el tiempo necesario para comprobar que Matías Raja no estaba en busca y captura. Después de eso regresé a Milán.

El regreso

Desde Milán salí hacia Francia. Ya no tenía privilegios interrail en ninguno de los países. No pude tomar un tren directo a España, pero enlazando trenes regionales pude llegar a Cerbère, el último pueblo francés antes de la frontera. Era casi medianoche y la estación estaba llena de gente que no había podido pasar a España porque no habría más trenes hasta la mañana siguiente. Ante el panorama, pregunto a qué distancia está Portbou (España) y me dicen que apenas 7 km. Ni me lo pienso. Hice ese recorrido gustosamente caminando en la oscuridad de la carretera, de vez en cuando rota por el resplandor de algún relámpago. La estación de tren de Portbou estaba vacía, pero el bar abierto. Así pude darme un gusto antes de irme a dormir a uno de los bancos.

Mi aspecto por aquella época, con la mítica gabardina que usaba cuando iba de mochilero.

No había tenido problemas con saber qué tren tomar en ningún país hasta llegar a la estación de Sants. Afortunadamente el tren en España funciona tan mal que un regional llega antes a Tarragona que un Intercity que sale a la misma hora desde Barcelona. Aquel día por la noche estaba de vuelta en casa con mis padres. Había perdido 5 kg pero había ganado mucho más en vivencias.

Epílogo

El límite de edad para adquirir el interrail desapareció en 1998. No he vuelto a usarlo, pero siempre que he podido he tomado trenes nocturnos a cualquier parte y paseado ciudades de madrugada. He vuelto a muchos de los sitios que menciono en el post en circunstancias muy diferentes y más cómodas en general. Ya no hace falta llevar un mapa desplegable de Europa para ubicarse.

Burkina Faso

Conocida hasta 1984 como Alto Volta, esta excolonia francesa fue rebautizada con el nombre de Burkina Faso por Thomas Sankara, un líder demasiado progresista para llegar vivo a los 40 años. Desde entonces, la forma de gobierno del país es básicamente la incertidumbre dentro de una alternancia entre revolución, república y golpe de estado (el más reciente en enero de este año 2022).

Burkina Faso significa patria de los hombres íntegros en una combinación de las leguas mossi y dioula, dos de las más habladas en su territorio. Y ciertamente, lo es: difícilmente encontrará el viajero un lugar con gente más amable y hospitalaria.

Río Volta Negro, del que tomaba el nombre la excolonia francesa.

Advierto al lector que este va a ser un post largo basado en una buena cantidad de fotos que he tomado en mis dos viajes a Burkina Faso. Espero que ayuden al conocimiento de este país del África Occidental. Mes chers amis burkinabés, ce post est mon petit homage à votre pays. Je m’excuse car, évidemment, les textes sont en espagnol. J’éspere que ça ne soit pas un problème et que vous vous débrouillerez.

El comienzo

Boureima Sangaré conduciendo por las calles de Ougadougou.

Mi relación con Burkina Faso comienza de manera totalmente casual. Se dice que no hay más de seis grados de separación entre dos personas cualesquiera de este planeta. Sin embargo, de Boureima Sangaré sólo me separaban tres grados, es decir dos intermediarios: un amigo me dice que un colega suyo va a recibir la visita en Murcia de un profesor de Matemáticas de Burkina al que conoció hace muchos años cuando ambos realizaban una estancia en Bélgica como estudiantes. Eran malas fechas para recibir gente en la universidad porque su estancia coincidía con buena parte de nuestras Semana Santa y Fiestas de Primavera (Bando de la Sardina y Entierro de la Huerta). No obstante, pudo impartir un seminario sobre su tema de investigación (modelización por EDOs y numérica de trasmisión de enfermedades tropicales como la malaria).

Tras aquella primera visita de Sangaré (lo suelen llamar por su apellido) vinieron otras. Yo por mi parte, viajé a Burkina a dar un curso abreviado de Análisis Funcional, y posteriormente para formar parte de un tribunal de tesis. Actualmente hay en marcha un convenio Erasmus+ con la Universidad Nazi Boni de Bobo-Dioulasso, gracias al cual unos cuantos estudiantes burkinabeses han disfrutado (o disfrutan) de estancias en la Universidad de Murcia, siendo en la mayor parte de las ocasiones el primer contacto que tienen con Europa. Asimismo, algunos colegas de Murcia ya han viajado al país africano en el marco de este convenio.

Ouagadougou

Una de las avenidas de Ougadougou, capital de Burkina Faso.

La peculiar ortografía de la capital del país se debe, en parte, al problema que tienen los francófonos para representar nuestro sonido «u» con una sola letra, así que debe leerse «Uagadugu». Cada vez que vean una palabra transcrita con «kh», normalmente al inglés o francés, recuerden lo afortunados que somos de tener el sonido «j». Ouagadougou se encuentra en el borde del Sahel por lo que la tierra de las calles, sus afueras y la no infrecuente imagen de beduinos en dromedario evocan al cercano desierto.

Si se llega en avión a Burkina Faso, se hace a través del aeropuerto de Ougadougou. En mi primer viaje, llegué por la noche. Sangaré estaba allí esperándome para realizar los trámites de entrada en el país (no llevaba el correspondiente visado por no tener Burkina Faso consulado en España). Al poco descubro que mi maleta se ha quedado dando vueltas en la cinta de recogida de equipajes del aeropuerto de Argel… Eso me dejaba en una situación bastante precaria, así que parte del día siguiente la empleamos en hacer algunas compras.

Kit de emergencia higiénica que me proporcionó Sangaré tras el extravío de mi maleta… la vaselina es muy útil en países tropicales para protección de la piel.
Plancha a carbón, como la de mi abuela, en una tienda de ropa. Aunque la electricidad llega bien a toda la ciudad, el carbón es más económico para calentar, ya sea la plancha o el té.

Una curiosidad de Ougadougou es que allí se celebra el Festival de Cine Africano FESPACO, cuya sede nos acercamos.

Sede del FESPACO, en obras para su rehabilitación.
Cajas de carretes de películas amontonadas en un rincón.
Maison du Peuple, gran centro de congresos y celebraciones. El mantenimiento era bastante mejorable…

El viaje al sur (-oeste)

Entre Ouagadougou y Bobo-Dioulasso hay casi 400 km (como de Madrid a Murcia) que hicimos en el Toyota Venza de Sangaré. El coche es cómodo, pero quizás no el modelo más adecuado para muchas de las carreteras del país. Desde el asiento de copiloto intenté captar la suave transición del paisaje semidesértico del Sahel al bosque (en ocasiones casi selva) tropical húmedo cerca de la frontera con Costa de Marfil. Durante el viaje hubo varias paradas, pero alguna de ellas será comentada en otra sección.

Pequeños comercios junto a la carretera de calidad de la ciudad: si se te olvidó comprar algo en el centro, no pasa nada.
Escena típica del transporte de pasajeros y mercancías. El único límite es que el motor no pueda mover el furgón…
Parada para ver los cocodrilos sagrados de Sabou.
Los cocodrilos bostezan en la orilla del lago. Poco después se acercarán atraídos por una carcasa de ave amarrada a una cuerda que usa el encargado del lugar.
Paisaje junto al lago de Sabou con un grupo de cebús.
«Posando» con un Baobab junto a la carretera.
Barra de bar en una aldea. El adobe es el principal material de construcción lejos de las poblaciones principales.
Grupo de jóvenes a la sombra y construcciones de adobe. Las circulares suelen ser graneros, mientras que para las viviendas se prefiere la planta rectangular.

Bobo-Dioulasso

La segunda ciudad del país en tamaño y donde he pasado más tiempo está construida directamente sobre laterita, y el polvo rojo lo cubre todo, particularmente cerca del paso de vehículos. El edificio más significativo es la mezquita de adobe construida en 1880 con el estilo propio del Sahel, que se encuentra en el barrio viejo, lugar muy interesante por otros motivos. He disfrutado también recorriendo el bazar y distintos mercados callejeros.

Es evidente que la vegetación va haciéndose más espesa a medida que se viaja hacia el sur.

La mezquita se encontraba en proceso de restauración.
Estación de ferrocarril de Bobo-Dioulasso, desde donde es posible viajar a Costa de Marfil en tren.
Rincón en la parte más vieja de la ciudad. En el cartel puede leerse «Real Madrid, mejor club del mundo».
Reparto de bebidas refrigerantes carbonatadas.
Siluros en el río. La especie se considera sagrada.
Los más pobres lavan la ropa, otros enseres e, incluso, ellos mismos, en el río. El agua «limpia» se obtiene del pozo junto al río.
Pero el agua de beber hay que buscarla el pozos fiables…
… cuando no se puede comprar.
La sociedad de «comedores de cacahuete» es la que gestiona la actividad turística en la ciudad vieja.
Baile de máscaras, justo en el momento en el que los danzadores están sentados. Lo siento, con tan poca luz las fotos en movimiento me salen borrosas.
Interior del bazar. Algunas de las prendas vendidas se confeccionan allí mismo (observen las máquinas de coser).
Venta de ollas y cazuelas de barro en un mercado de las afueras.

La Universidad Nazi Boni

El nombre no tiene nada que ver con la Alemania de los años treinta del pasado siglo, sino con un político burkinabés que tuvo un papel en la independencia del país. La Universidad tiene varias instalaciones, encontrándose el Departamento de Matemáticas en el campus de Nasso. La figura del profesor de universidad goza de prestigio social y los estudios incrementan las expectativas de futuro de los jóvenes.

Entrada al campus de Nasso, a varios kilómetros del centro de Bobo-Dioulasso.
Bakary me enseña la Biblioteca Universitaria en Nasso.
Aula tipo «amphi».
Estudiantes en una pizarra al aire libre discutiendo Química Orgánica.
Uno de los momentos de mi curso.
Detalle de la pizarra, con el teorema espectral para operadores compactos autoadjuntos.
Uno de los mayores problemas en la universidad son las termitas. Éstas construyen pasadizos de barro desde el suelo hasta el techo para comerse los paneles de madera.
En la universidad hay una gran cantidad de árboles de mango. A los de la foto les queda poco para estar maduros.
Con Sangaré, en el aula del curso.
Edificios en otro de los campus de la Universidad Nazi Boni, donde Sangaré tiene una sala donde trabajan sus estudiantes.
Vestido como miembro de tribunal de tesis. Los dos que no llevan el traje académico son los estudiantes que acaban de defender sus trabajos.

Alrededores de Bobo-Dioulasso

En Burkina Faso hay una gran diversidad religiosa. Entre mis amigos hay musulmanes, cristianos y agnósticos. También hay un buen número de animistas en zonas rurales que practican sacrificios de animales. Una tarde nos acercamos a una aldea donde podían verse muchas manifestaciones del culto animista. Las fotos del final son de una zona boscosa junto al campus de Nasso y algo de la fauna que puede verse por las calles.

Paisaje granítico antes de llegar.
Ahí escondida está la aldea.
Enseres de cocina secándose en la calle después de su lavado.
Interior de una casa, con graffiti de elefante rosa.
Altar con restos de sacrificio de gallinas.
Altar en forma de túmulo de barro de extraño rostro. Me recuerda lejanamente los ídolos neolíticos encontrados a lo largo de nuestra costa mediterránea.
Plantación de jóvenes baobabs, un aspecto muy distinto del que tienen cuando llegan a centenarios.
Una fea costumbre: restos de «monodosis» de bebidas alcohólicas, envasados en Ghana.
En los alrededores de Nasso: comprobando la resistencia de las lianas… si pueden conmigo, también podrán con Tarzán y Jane, juntos.
Termitero.
Lagarto de género agama. Son muy rápidos y la foto a distancia no capta bien los colores…
… a no ser que el pobre bicho esté muerto.

Más al sur

Tuve la oportunidad de conocer algunos lugares del sur de Burkina Faso, cerca de Banfora, durante los días libres de las estancias. Esta es la parte más húmeda del país, aunque no lo suficiente para cultivar café y cacao, como sí se hace en Costa de Marfil. Allí hay ríos de agua limpia y lagos donde pueden observarse hipopótamos. También hay elefantes en Burkina, particularmente cerca de Boromo, pero es difícil verlos, y si se tiene «suerte», también es peligroso.

Planta de procesamiento de caña de azúcar. La carretera está asfaltada con melaza.
Peculiar formación rocosa (areniscas). La horizontalidad de los estratos, con ausencia de plegamientos o fallas, es reflejo de la «solidez» de la placa tectónica africana.
Detalle de las areniscas donde se observan ondulaciones provocadas por el agua durante la sedimentación (ripples).
Paisaje, con río y areniscas como las anteriores.
Intento de baño (más bien ducha) a pesar de la ausencia de cocodrilos y otros peligros… he conocido pocos burkinabeses que sepan nadar.
Flores de hibisco, con las que se elabora una bebida popular en el país.
Canoas en la orilla del lago Tengrelá. Su estado normal es estar anegadas. Cuando alquilas alguna, el encargado la vacía y tapona las vías de agua con barro… para un rato aguanta.
La canoa pasando entre nenúfares. Obsérvese el tapón de barro frontal.
Grupo de hipopótamos observando la canoa. Mejor guardar cierta distancia…
Cráneo de hipopótamo.
Fruto del baobab, con el que se elabora el «pan de mono».
Baobab sagrado en el que se refugió una tribu durante un ataque.
Entrada al baobab sagrado. Hay que descalzarse para pisar dentro.
Interior del baobab… no sé si una tribu entera, pero cabe bastante gente.
Compartimos un té con nuestros guías junto al lago.
Paisaje verde desde un roquedo de arenisca, nada que ver con el norte del país.
Y la maleta, finalmente llegó una semana más tarde.

Las gentes

No todo van a ser paisajes y objetos en este repaso fotográfico de mis experiencias en Burkina Faso. La población del país se compone de muchas etnias, todas ellas con alguna lengua y cierta pervivencia de costumbres. La «nobleza» pertenece a los mossi, que es también la etnia mayoritaria en el país. En Bobo-Dioulasso hay una gran proporción de población bobo, mientras que el norte del país hay tuaregs. También hay algunos dogón, de cuyo peculiar arte se pueden encontrar muestras en las tiendas. Sangaré pertenece a la etnia peul, originariamente de pastores nómadas. Por este motivo siempre le digo que en su caso tiene mucho más mérito el haber alcanzado su estatus actual.

Sangaré con su familia.
Con el tío de Sangaré, en Boromo, sus dos esposas y uno de sus hijos. La poligamia es cada vez menos frecuente en Burkina.
El hermano de Sangaré, con su familia y casi todos los niños de la aldea, que acudieron para salir en la foto.
Niña leñadora posando con su hacha. Observe el sistema de enmangue de la hoja, que permite ahorrar metal (el engrosamiento de la madera ayuda en la inercia) y que recuerda el enmangue de algunas hachas neolíticas de piedra y de las primeras en bronce.
Como quería un hacha igual que la de la niña, y las que vendían eran demasiado grandes caber en la maleta, fuimos a encargarla a un herrero. La fragua, para aumentar la temperatura, usa la turbina de un extractor de aire conectado a una rueda de bicicleta.
Estudiantes volviendo de la universidad. La moto, junto con la bicicleta, es el vehículo más popular…
… capaz de llevar a una familia…
… pero, al contrario que la bicicleta, necesita combustible.
Alrededores de Tengrelá. un agujero en el suelo con una escalera tallada en un poste…
… para mantener fresca la hoja de palma mientras se teje con ella, en este caso un cesto.
Vendedoras de fruta «acosando» al pobre Sangaré en una parada en la carretera.

Productos y alimentos

Hablaré un poco de la producción de Burkina Faso. Los índices macroeconómicos sitúan al país africano entre los más pobres del mundo. Ciertamente, no hay allí yacimientos especialmente valiosos, siendo la minería de oro meramente testimonial. Burkina no tiene salida al mar y su clima tropical no es lo suficientemente húmedo para cultivar café o cacao. Hay que precisar que los llamados índices macroeconómicos se basan en los precios de mercado de los productos, y no en su capacidad para paliar el hambre. Afortunadamente, Burkina Faso produce una variedad de productos comestibles: cacahuetes, excelentes aguacates, manteca de karité, mangos…

Renault-Berliet: muchos de los camiones que mueven mercancía en Burkina son modelos clásicos pero de sobrada robustez y fiabilidad.
Fábrica de cerveza Brakina, en las afueras de Bobo-Dioulasso.
Y la mencionada cerveza, que acompañó muchas de mis comidas allí.
Pero una de las mejores bebidas de Burkina es la horchata de chufa, siempre de producción artesanal (por eso va en una botella de agua reutilizada), que es más concentrada que la valenciana.
Sopa de pescado, literalmente, un pescado que ocupa casi todo el plato.
Pescado local preparado al papillote. Se toma con mucho picante.
El pollo es muy popular, sobre todo, como «poulet flambé». Ave recién desplumada en la cocina de un restaurante que ofrece la posibilidad de elegir el pollo (todavía vivo) en el corral.
El cebú está delicioso.
Cocinando de manera tradicional.
Palma, para hacer aceite. Aquí no hay problema con los orangutanes.
Anacardos, la parte carnosa está deliciosa. En España sólo conocemos la semilla como fruto seco, que curiosamente crece en el exterior.
Snack de grillos. Al final, me fui sin probarlos…
… ni esto tampoco: otro snack de larvas de insecto.
Si se trepa a esta farola se puede obtener miel.
«Pan de mono» elaborado con el fruto del baobab.
Hablemos de un producto de importación: Burkina no produce vino, pero allí se puede encontrar vino de Jumilla. El de la foto está producido por García Carrión y no es mejor que el Don Simón a pesar de ir en botella de vidrio.
Afortunadamente, también se puede encontrar vino francés (y argelino) de calidad razonable.

La despedida

La vuelta a Ouagadougou fue nuevamente por carretera. Paramos a ver de nuevo al hermano y al tío de Sangaré en Boromo. Llegando a nuestro destino un extraño ruido salía de la caja de cambios automática del Toyota… los últimos kilómetros fueron muy penosos y no entraba la marcha atrás: el cambio se había quedado sin aceite. Afortunadamente pudo repararlo esa misma noche y al día siguiente, sin contratiempos, yo volaba de vuelta a casa.

Los últimos días los dediqué a buscar recuerdos, como cualquier turista  😕
Le eché una mano a Sangaré conduciendo su Toyota durante el regreso… por si se os ocurre, no tengo nada que ver con la avería de la caja de cambios.
Me hubiera gustado tener más tiempo para estudiar las industrias líticas en los alrededores de Bobo-Dioulasso.
Algunas cosas no cambian…
Me gusta pensar que he podido tener alguna influencia… Bakary luce unas abarcas adquiridas en Murcia.
«Aquí hay alegría»
À bientôt chers amis !

Epílogo

Queridos lectores, espero que os haya gustado este post, esencialmente fotográfico (más de 100 imágenes), sobre Burkina Faso y que contribuya al mejor conocimiento de este país. Espero vuestros comentarios.

Recuerdos de Ucrania

He estado un par de veces en Ucrania, y he visitado tres de sus ciudades. No me apetece hablar mucho, así que sólo pondré algunas fotos que hice allí, y que a estas alturas ya no son otra cosa que unos recuerdos de Ucrania.

Kiev

La capital del país ocupa una posición bastante central en Ucrania en sentido de la latitud, aunque algo desviada hacia el norte, y relativamente cerca de Bielorrusia. Kiev, situada junto al Dniéper, tiene grandes espacios abiertos.

Centro de Kiev
Complejo monástico de San Miguel de las Cúpulas Doradas
Catedral de San Miguel de las Cúpulas Doradas
Monumento a la Independencia
Reloj de grandes dimensiones, cerca del Monumento a la Independencia
Catedral de San Andrés
Graffiti
Literalmente: espreso, amerikano, kapuchino, latte…

Lviv

La ciudad de Lviv siempre ha estado en el mismo sitio, pero no las fronteras. Si nos ceñimos a los últimos dos siglos, Lviv ha sido: austrohúngara, polaca, soviética y, finalmente, ucraniana desde la independencia del país. Durante los años polacos, reunió en su universidad un grupo de matemáticos cuya influencia en Topología y Análisis Funcional ha sido esencial en el siglo XX.

Noche de verano en Lviv
Tranvía por el centro de la ciudad
Volga GAZ-21, automóvil ruso de los años 50-60
Chocolates en forma de herramientas y ferralla
Congreso de Matemáticas en honor de Anatoli Plichko
Foto de los congresistas frente a la tumba de Stephan Banach
Kawiarnia Szkocka, o Café Escocés, donde se reunían S. Banach, S. Mazur, H. Steinhauss, y S. Ulam, entre otros, a hablar de matemáticas y poner problemas, también de matemáticas.
Pasión desmesurada por el fútbol
Un famoso leopoliense, Leopold von Sacher-Masoch ¿de qué me suena su apellido?

Kharkiv

Situada al este del país y muy cerca de la frontera con Rusia, resulta más fácil oír ruso que ucraniano por sus calles. En ella está la Universidad Nacional Karazin, por donde han pasado un buen número de matemáticos y físicos de renombre.

Catedral de la Anunciación
Palacio decimonónico, usado actualmente para celebrar eventos
Mercado de abastos
Plaza cerca de la Universidad tras una nevada
Edificio de la Universidad Nacional Karazin, donde se encuentran las facultades de Ciencias
Tres premios Nobel vinculados con la Universidad de Kharkiv
Colección de modelos geométricos en escayola
Detalle de las superficies en escayola
Plaza de la Libertad, posiblemente la mayor plaza adoquinada de Europa
Productos para una cena de contingencia en Kharkiv

Epílogo

Ucrania está llena de vestigios de las guerras del siglo XX y fue escenario de uno de los mayores genocidios ocurridos en Europa, el Holodomor. La Historia, esa sucesión de fechas y nombres que parece haber quedado fosilizada en los libros, sigue escribiéndose hoy mismo, domingo 27 de febrero de 2022, con sangre.

Graffiti. No he podido averiguar quién está representado, pero el avión es un Yakovlev Yak-1.
Tanque británico Mark V de la Primera Guerra Mundial
Tanque soviético T-34 de la Segunda Guerra Mundial
Con los profesores Vladimir Kadets y Alexander Yampolsky en un restaurante.

Dedicado a mis amigos y colegas ucranianos.

Editado 1/02/2022. La siguiente foto es una vista desde el despacho que ocupé en la Universidad Nacional Karazin de Kharkiv (Járkov) durante mi visita en 2017. El edificio que se ve al final de la Plaza de la Libertad ha sido destruido hoy por un misil ruso.

Editado 4/03/2022. Sin palabras.

El Covid visto desde tres congresos

Con la irrupción de la pandemia del Covid-19 (como si hiciera falta indicar el año) muchas cosas cambiaron. Cada uno sabe mejor que nadie como todo esto le ha afectado a su vida, seres queridos, trabajo… No tengo la más mínima intención de entrar en tales asuntos. Y precisamente la mejor forma que tengo de escribir sobre el Covid sin dramatismo o polémica es centrándome en lo anecdótico: cómo la pandemia ha afectado a la celebración de los congresos de matemáticas, particularmente, en los que he participado. Esto es el Covid visto desde tres congresos.

Una de las actividades relacionadas con la investigación en el ámbito universitario es la asistencia a congresos (conferences, workshops). A veces, también hay que participar en la organización de estos, pero eso es mucho menos frecuente por una simple cuestión aritmética. En los congresos, los especialistas de un determinado tema presentan sus nuevos resultados, se conversa y se discuten ideas, problemas o proyectos… Es quizás la parte más humana de la vida científica, y para nosotros los matemáticos, una forma de escapar de la monotonía y la soledad propias de nuestro trabajo. Por eso estamos más pendientes del calendario de congresos que del de festividades.

Cartel del congreso en honor de Gilles Godefroy, cancelado por el Covid

A la vez que la pandemia avanzaba por el mundo, iba cambiando nuestra percepción de ella. Así, a finales de 2019, el Covid se consideraba como una versión algo más virulenta de la gripe. Y si resultaba alarmante en su país de origen, era simplemente porque no disponían de los medios adecuados para tratar a los enfermos. En febrero de 2020, con varios brotes activos en Europa no se apreciaban todavía las dimensiones del problema. A comienzos de marzo de ese año se celebró el Encuentro anual de la Red de Análisis Funcional en la Universidad de La Laguna (Tenerife) al que asistí especialmente feliz por ser la primera vez que viajaba a las islas Canarias.

A la entrada de la Facultad de Matemáticas de La Laguna
Buscando la foto del las «mil pesetas» con el Teide al fondo
Colada de obsidiana, en el Parque Nacional del Teide